Las
elecciones generales españolas previstas para el 20 de noviembre son, en
principio, un regalo para el movimiento 15-M. Y lo son por una razón fácil de
entender: están llamadas a permitir que se recree un escenario similar al que
permitió el nacimiento del movimiento en mayo, cuando surgieron manifestaciones
y acampadas al calor de unas elecciones autonómicas y municipales lastradas por
la sordidez y la tristeza. El 15-M va a disponer, en otras palabras, de una
nueva oportunidad para lanzar sus dardos críticos ante lo que significa, por
encima de todo, la aparente confrontación que protagonizan los dos grandes
partidos.
Si ésa es la cara positiva de lo que se acerca, ¿no hay motivos para recelar, sin embargo, de lo que para el 15-M supone la convocatoria electoral del 20 de noviembre? Hay como poco uno, singularmente inquietante: el riesgo de que al amparo de aquélla proliferen, en el movimiento, las divisiones internas y se abran heridas en caso de que la discusión correspondiente no se administre de manera inteligente. Porque hay que partir de un hecho fácilmente certificable: dentro del 15-M son muy variadas las lecturas en lo que se refiere a lo que debe hacerse con ocasión de las elecciones generales. Mientras unos defienden fórmulas de abstención activa, hay quien se inclina por postular el voto en blanco o el voto nulo, no falta quien señala que lo suyo es respaldar a opciones políticas concretas y, en suma, menudean quienes se contentan con demandar que no se apoye a ninguno de los dos grandes partidos.
Bien está que dentro del movimiento se debatan esas diferentes opciones. Pero conviene mantener a aquél lejos de cualquier voluntad de pronunciarse expresamente por alguna de ellas (horizonte que, por lo demás, y habida cuenta de la disparidad de posiciones, parece poco hacedero, sean cuales sean las formas de toma de decisiones que se apliquen). Esto al margen, lo saludable es que el 15-M no se convierta en un teatro de difusión de los mensajes de unos y otros, tanto más cuanto que la trifulca correspondiente se antoja un escenario muy propicio para infiltraciones desde el exterior. Salta a la vista que nos debe importar más, mucho más, el movimiento que las elecciones que el sistema nos regala.
Algo hay que decir, con todo, de lo que sucede del otro lado del espejo, del lado de los partidos. Es lógico que éstos, o algunos de éstos, intenten chupar imagen del movimiento. A veces ocurre, sin embargo, que lo lógico se convierte en una fuente de abrasiva manipulación. Me limitaré a recordar al respecto que entre quienes concurren a las elecciones del 20 de noviembre hay un puñado de candidaturas que estarían reclamando para sí una legitimidad que nacería de su presunta vinculación con el 15-M. Me atrevo a adelantar que en la mayoría de los casos lo son de personas que de siempre han trabajado por horizontes muy distintos de los que inspiran al movimiento, algo que convierte en lamentable su iniciativa de estas horas.
Me veo obligado a señalar, por lo demás, que la lógica de los partidos es inequívocamente diferente de la del movimiento: no hay partidos asamblearios que en su vida cotidiana den rienda suelta a la autogestión, la democracia directa y el cuestionamiento activo de los liderazgos. O al menos no los hay entre quienes concurren a unas elecciones que reclaman la delegación de la capacidad de decisión en unos pocos, y ello por mucho que semejante tensión se intente corregir con unas u otras medidas. Entiéndase bien lo que quiero decir: no es ahora mi propósito contestar lo que significan los partidos que están, o se declaran, próximos al movimiento. Me contento con señalar que son otra cosa muy diferente.
Las elecciones no configuran el futuro del movimiento del 15 de mayo. Otorguémosles un relieve limitado. Aprovechémoslas para señalar muchas de las miserias del orden existente, respetemos a quienes lo merecen y, sin más, dejémoslas pasar. Que nos queda mucho trabajo.
2 de noviembre de 2011
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