Intervención en el Centro Social Okupado EKO de Carabanchel (Madrid)
Transcripción realizada por Patricia Rivas
Buenas tardes a todas y a todos.
Os agradezco mucho que me deis la oportunidad de compartir reflexiones en esta asamblea.
Os agradezco mucho que me deis la oportunidad de compartir reflexiones en esta asamblea.
Sobre todo, lo que querría es, que a partir de la conceptualización de
producción y crecimiento que tenemos hoy y que condiciona la propia
noción de trabajo, tratemos de buscar una vía alternativa a estas
categorías e intentemos visibilizar también algunas líneas de
transformación y de cambio.
Los seres humanos presentamos dos
tipos de dependencias o constricciones que modelan nuestra propia
esencia humana. La primera de ellas es la dependencia de la naturaleza.
Somos parte de la naturaleza. Respiramos, nos alimentamos, excretamos y
somos en la naturaleza.
Pero además, somos seres
radicalmente dependientes de otras personas. Vivimos encarnados en
cuerpos vulnerables, sexuados, que envejecen, enferman y mueren. No es
viable la vida humana en soledad. Por tanto somos seres sociales en la naturaleza.
Paradójicamente, las sociedades capitalistas han declarado la guerra a la naturaleza y a los cuerpos de las personas.
Desvelar
la naturaleza mítica de esta “irracionalidad” capitalista es
fundamental para recomponer un conocimiento que tenga utilidad social a
la hora de reorientar la economía y la sociedad. Algunas visiones
heterodoxas de la economía, como son las economías ecológica y feminista
pueden aportar mucho en esta tarea desmitificadora.
Tal y como cuenta Naredo en La economía en Evolución,
la primera vez que se habla de sistema económico y de economía como
disciplina fue en el siglo XVIII, con el nacimiento de la escuela de los
economistas fisiócratas. Fueron estos economistas franceses los que
instalaron las nociones de producción, consumo y crecimiento como piezas
constitutivas del sistema económico.
Para los fisiócratas la
producción era aquello que la naturaleza podía regenerar con ayuda de
trabajo humano. Un ejemplo sería el de la agricultura. Una semilla de
cualquier planta depositada en el suelo por una campesina, la naturaleza
(la luz del sol, las sales minerales en un suelo fértil y la
fotosíntesis), más el trabajo humano que va cuidando de ese cultivo, da
lugar a una planta en la que la potencialidad germinativa de esa semilla
se multiplica en un montón de frutos.
La pesca para los
fisiócratas, mientras no fuera una pesca extractiva y se respetasen los
ritmos de regeneración de l os bancos de peces, era también una
producción. La naturaleza acrecentaba los peces en los caladeros y el
trabajo humano extraía con prudencia para no destruir la capacidad de
regeneración. Ellos también consideraron que que la minería era
producción porque en aquel momento, tal y como postulaba Linneo, se
pensaba que los materiales de la corteza terrestre estaba sujetos a
procesos de crecimiento y regeneración.
Los fisiócratas definían
la producción como la capacidad de acrecentar las riquezas renacientes
sin menoscabar los bienes fondo, es decir, sin destruir la dinámica
natural que permite la reproducción. Ellos entendían que el crecimiento
económico era posible mientras perviviese esa noción de producción
organicista, mientras no se alterase la capacidad reproductiva de la
naturaleza.
Los economistas clásicos, unos años más tarde,
sitúan el trabajo humano como el principal motor de la riqueza, pero
siguen concediendo una enorme importancia a la Tierra como factor de
producción. Sin embargo, en ese momento, los conocimientos sobre
geología desvelan que los minerales de la Tierra no crecen, que las
piedras no se reproducen y que, por tanto, todos los materiales que
alberga la corteza terrestre existen en una cantidad limitada y finita.
Tanto Marx como Stuart Mill, pertenecientes a la escuela clásica,
reconocen que el crecimiento de la esfera material de la economía
apuntaría forzosamente un horizonte estacionario. No podía crecer
ilimitadamente. Llegaría un momento en que se toparía con los límites
físicos.
Sin embargo, cuando se produce un cambio radical en las
nociones de producción y de sistema económico es cuando irrumpe el
paradigma neoclásico de la economía, el que tenemos hoy vigente y que
constituye el sostén teórico del capitalismo.