¿A qué atribuye usted el “boom” del discurso sobre el
decrecimiento?
En realidad, la parte del público que actualmente es sensible al discurso del decrecimiento es aún bastante restringido. Sin embargo, esta parte está creciendo. Ello refleja una toma de conciencia frente a los desarrollos más importantes de los últimos decenios: sobre todo la evidencia que el desarrollo del capitalismo nos arrastra hacia una catástrofe ecológica y que no serán unos nuevos filtros o unos coches menos contaminantes los que resolverán el problema. Hay un recelo difuso incluso respecto a la idea de que un desarrollo económico perpetuo sea deseable y al mismo tiempo una insatisfacción con las críticas al capitalismo que reprochan esencialmente su distribución injusta de la riqueza o solamente sus excesos, como las guerras y las violaciones de los “derechos humanos”. El interés por el concepto de decrecimiento traduce la impresión creciente de que es toda la dirección del viaje emprendido por nuestra sociedad la que es falsa, por lo menos desde hace unos decenios. Y que estamos ante una “crisis de civilización”, de todos sus valores, también en el nivel de la vida cotidiana (culto al consumo, la rapidez, la tecnología etc.).
Hemos entrado en una crisis que es económica, ecológica y energética al mismo tiempo y el discurso sobre el decrecimiento considera todos estos factores en su interacción en vez de querer reactivar el crecimiento con “tecnologías verdes”, como lo hace una parte del ecologismo, o de proponer una gestión diferente de la sociedad industrial, como lo hace una parte de la critica heredera del marxismo.
El decrecimiento gusta también porque propone modelos de comportamiento individual que se pueden empezar a practicar hoy y aquí, pero sin limitarse a ellos, y porque redescubre virtudes esenciales como la convivialidad, la generosidad la sencillez voluntaria y la donación. Pero atrae igualmente por su rostro amable, que hace creer que se puede alcanzar un cambio radical con un consenso generalizado, sin atravesar antagonismos y evitando fuertes enfrentamientos. Se trata de un reformismo que se quiere auténticamente radical.
En realidad, la parte del público que actualmente es sensible al discurso del decrecimiento es aún bastante restringido. Sin embargo, esta parte está creciendo. Ello refleja una toma de conciencia frente a los desarrollos más importantes de los últimos decenios: sobre todo la evidencia que el desarrollo del capitalismo nos arrastra hacia una catástrofe ecológica y que no serán unos nuevos filtros o unos coches menos contaminantes los que resolverán el problema. Hay un recelo difuso incluso respecto a la idea de que un desarrollo económico perpetuo sea deseable y al mismo tiempo una insatisfacción con las críticas al capitalismo que reprochan esencialmente su distribución injusta de la riqueza o solamente sus excesos, como las guerras y las violaciones de los “derechos humanos”. El interés por el concepto de decrecimiento traduce la impresión creciente de que es toda la dirección del viaje emprendido por nuestra sociedad la que es falsa, por lo menos desde hace unos decenios. Y que estamos ante una “crisis de civilización”, de todos sus valores, también en el nivel de la vida cotidiana (culto al consumo, la rapidez, la tecnología etc.).
Hemos entrado en una crisis que es económica, ecológica y energética al mismo tiempo y el discurso sobre el decrecimiento considera todos estos factores en su interacción en vez de querer reactivar el crecimiento con “tecnologías verdes”, como lo hace una parte del ecologismo, o de proponer una gestión diferente de la sociedad industrial, como lo hace una parte de la critica heredera del marxismo.
El decrecimiento gusta también porque propone modelos de comportamiento individual que se pueden empezar a practicar hoy y aquí, pero sin limitarse a ellos, y porque redescubre virtudes esenciales como la convivialidad, la generosidad la sencillez voluntaria y la donación. Pero atrae igualmente por su rostro amable, que hace creer que se puede alcanzar un cambio radical con un consenso generalizado, sin atravesar antagonismos y evitando fuertes enfrentamientos. Se trata de un reformismo que se quiere auténticamente radical.
¿Cómo se sitúa usted en relación con los debates decrecentistas? ¿Le
convencen sus análisis y propuestas?
El pensamiento del decrecimiento tiene sin duda el mérito de querer romper con
el productivismo y el economicismo que constituyeron durante mucho tiempo el
fondo común de la sociedad burguesa y de su crítica marxista.
La crítica profunda del modo de vida capitalista parece estar, en general, más
presente en los decrecentistas que, por ejemplo, en los partidarios del
neo-obrerismo, que continúan creyendo que el desarrollo de las fuerzas
productivas (particularmente en su forma informática) conducirá a la emancipación
social. Los decrecentistas intentan descubrir elementos de una sociedad mejor
en la vida de hoy — a menudo procedentes de la herencia de sociedades
precapitalistas, como la actitud frente a la donación. Pues no corren el
riesgo, como otros, de apostar por perseguir la descomposición de todas las
formas de vida tradicionales y la barbarie que supuestamente prepare un
renacimiento milagroso (como por ejemplo la revista Tiqqun y sus sucesores en
Francia). EI problema es que los teóricos del decrecimiento se pierden en
vaguedades en lo que concierne a las causas de la dinámica del crecimiento.
En su crítica de la economía política, Marx ya ha mostrado que la sustitución
de la fuerza de trabajo humano por el empleo de la tecnología reduce el “valor”
representado en la mercancía, lo que empuja al capitalismo a aumentar
permanentemente la producción. Son las categorías básicas del capitalismo — el
trabajo en abstracto, el valor, la mercancía, el dinero, que no pertenecen en
absoluto a todo modo de producción, sino únicamente al capitalismo — las que
engendran su ciego dinamismo. Más allá del límite externo, constituido por el
agotamiento de los recursos, el sistema capitalista contiene desde su inicio un
límite interno: la obligación de reducir — a causa de la competencia — el
trabajo vivo que constituye al mismo tiempo la única fuente del valor. Desde
hace unos decenios este límite parece haber sido alcanzado y la producción del
valor “real” fue ampliamente sustituido por su simulación en la esfera
financiera. Además, los límites externo e interno empezaban a aparecer a plena
luz en el mismo momento: alrededor de 1970. La obligación de crecer es pues
consustancial con el capitalismo. El capitalismo solamente puede existir como
huida hacia delante y como crecimiento material perpetuo para compensar la
disminución del valor. Así, un decrecimiento verdadero solamente es posible a
costa de una ruptura total con la producción de mercancías y del dinero. Pero
los “decrecentistas” retroceden generalmente ante esta consecuencia que les
puede parecer demasiado “utópica”. Algunos se han adscrito al eslogan: “salir
de la economía”. Pero la mayoría permanece en el marco de una “ciencia
económica alternativa y parece creer que la tiranía del crecimiento es
solamente una especie de malentendido que se podría atacar sistemáticamente a
fuerza de coloquios científicos que discuten sobre la mejor manera de calcular
el PIB.
Muchos decrecentistas caen en la trampa de la política tradicional y quieren
participar en las elecciones o entregan cartas firmadas dirigidas a
parlamentarios. A veces incluso es el suyo un discurso un poco “snob’ con el
que los ricos burgueses aplacan su sentimiento de culpa recuperando
ostensiblemente las verduras desechadas al cierre del mercado. Y si la voluntad
de eludir la división entre izquierda y derecha puede parecer inevitable, hay
que preguntarse por qué la “Nueva Derecha” ha mostrado interés por el
decrecimiento, así como preguntarse por el riesgo de caer en una apología
acrítica de sociedades “tradicionales” en el Sur del mundo.
En pocas palabras, diría que el discurso de los decrecentistas me parece más
prometedor que muchas otras formas de la crítica social contemporánea, pero aún
queda mucho que desarrollar y sobre todo deben perder sus ilusiones sobre la
posibilidad de domesticar a la bestia capitalista sólo con buena voluntad.
Ha mencionado unos puntos débiles y otros positivos en la teoría del
decrecimiento. Pero, ¿no testimonia el eslogan “salir de la economía” una
cierta ignorancia de la dificultad de crear islotes de decrecimiento en el
capitalismo? Otras formas de la crítica social contemporánea saben de los
procesos contradictorios dentro de las sociedades capitalistas y de la
importancia de las luchas sociales, un aspecto que parece subvalorado en el
discurso decrecentista. ¿Lo cree así?
Hay una cierta necedad en creer que el decrecimiento podría convertirse en la
política oficial de la Comisión Europea o algo parecido. Un “capitalismo
decreciente” sería una contradicción en los términos, tan imposible como un
“capitalismo ecológico”. Si el decrecimiento no quiere reducirse a acompañar y
justificar el ”creciente” empobrecimiento de la sociedad — y este riesgo es
real: una retórica de la frugalidad podría dorar la píldora a los nuevos pobres
(que pueden llegar a tener que hurgar en el cubo de la basura) y transformar lo
que es una imposición en una apariencia de elección – tiene que prepararse para
los enfrentamientos y los antagonismos. Pero estos antagonismos no coinciden ya
con los tradicionales, constituidos por la “lucha de clases”.
Una superación necesaria del paradigma productivista - y de los modos de vida
correspondientes - encontrará resistencia en todos los sectores sociales. Una
parte de las “luchas sociales” actuales en todo el mundo, es esencialmente la
lucha por el acceso a la riqueza capitalista, sin cuestionar el carácter de
esta supuesta riqueza. Un trabajador chino o indio tiene mil razones para
reivindicar un mejor salario, pero si lo recibe se comprará probablemente un coche
y contribuirá así al “crecimiento” y a sus consecuencias nefastas en los
terrenos ecológico y social. Esperemos que las luchas para mejorar la situación
de los explotados y de los oprimidos se desarrollen simultáneamente con
esfuerzos para superar el modelo social fundado en un consumo individual
excesivo. Quizás ciertos movimientos de campesinos en el Sur del mundo van ya
en esta dirección, sobre todo si recuperan ciertos elementos de las sociedades
tradicionales como la propiedad colectiva de la tierra, o la existencia de
formas de reconocimiento del individuo que no están relacionadas con su fortuna
en el mercado.
* La entrevista anterior se incluyó en el Dossier sobre Decrecimiento de la revista El Viejo Topo. Puedes descargar el dossier completo AQUÍ.
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