(Prefacio
a la edición norteamericana de El Anti-Edipo. Continuum Books, 2003)
Durante los años 1945-1965 (pienso en Europa), había una cierta manera correcta de pensar, un cierto estilo de discurso político, una cierta ética para intelectuales. Uno tenía que tutearse con Marx, no dejar los sueños apartarse mucho de Freud. Y uno tenía que tratar a los sistemas de signos -el significante- con el mayor de los respetos. Esas eran las tres condiciones que hacían aceptable la extraña ocupación de escribir y enunciar una parte de verdad acerca de sí mismo y de su época.
Durante los años 1945-1965 (pienso en Europa), había una cierta manera correcta de pensar, un cierto estilo de discurso político, una cierta ética para intelectuales. Uno tenía que tutearse con Marx, no dejar los sueños apartarse mucho de Freud. Y uno tenía que tratar a los sistemas de signos -el significante- con el mayor de los respetos. Esas eran las tres condiciones que hacían aceptable la extraña ocupación de escribir y enunciar una parte de verdad acerca de sí mismo y de su época.
Después vinieron esos cinco años breves, apasionados, de júbilo y enigma. A las puertas de nuestro mundo, Vietnam, por supuesto, y el primer gran golpe asestado a los poderes constituidos. Pero aquí, dentro de nuestras murallas, ¿qué estaba ocurriendo, exactamente? ¿Una amalgama de política revolucionaria y anti-represiva? ¿Una guerra librada en dos frentes, el de la explotación social y la represión psíquica? ¿Una escalada de libido modulada por el conflicto de clases? Es posible. Al menos ésta es la interpretación familiar y dualista que se ha pretendido dar a los acontecimientos de esos años. El sueño que, entre la Primera Guerra Mundial y el advenimiento del fascismo, mantuvo bajo su encanto a las fracciones más utópicas de Europa -la Alemania de Wilhem Reich y la Francia de los surrealistas- había regresado para incendiar la realidad misma: Marx y Freud iluminados por una sola incandescencia.
Pero, ¿fue realmente esto lo que ocurrió? ¿Fue realmente una recuperación del proyecto utópico de los años treinta, esta vez a la escala de la práctica histórica? ¿O bien, por el contrario, hubo un movimiento hacia luchas políticas que ya no se adecuaban al modelo prescrito por la tradición marxista, hacia una experiencia y una tecnología del deseo que habían dejado de ser freudianas? Es cierto que los viejos estandartes fueron enarbolados una vez más, pero el combate se desplazó y ganó nuevas zonas.
El Anti-Edipo muestra, en primer lugar, cuánto terreno se ha cubierto. Pero hace mucho más que eso. No derrocha su caudal en denigrar viejos ídolos, si bien se divierte mucho con Freud. Más importante que eso, nos motiva a ir más lejos.
Sería un error leer El Anti-Edipo como la nueva referencia teórica (esa famosa teoría que finalmente lo englobará todo, totalizadora y tranquilizante, esa que, se nos asegura, necesitamos tanto en esta época de dispersión y de especialización donde la esperanza ha desaparecido). No hay que buscar una “filosofía” en esta extraordinaria profusión de nociones nuevas y de conceptos-sorpresa. El Anti-Edipo no es un Hegel relumbroso. Me parece que la mejor manera de leer El Anti-Edipo, consiste en abordarlo como un “arte”, en el sentido en que se habla de “arte erótico”, por ejemplo. Apoyándose en las nociones aparentemente abstractas de multiplicidades, flujos, dispositivos y ramificaciones, el análisis de la relación del deseo con la realidad y con la “máquina” capitalista aporta respuestas a preguntas concretas. Preguntas menos relacionadas con el porqué de esto o aquello, que con el cómo proceder. ¿Cómo se introduce el deseo en el pensamiento, en el discurso, en la acción? ¿De qué manera el deseo puede y debe desplegar sus fuerzas en la esfera de lo político e intensificarse en el proceso de derrumbamiento del orden establecido? Ars erotica, ars theoretica, ars politica.
De allí los tres adversarios que enfrenta El Anti-Edipo. Tres adversarios que no poseen la misma fuerza, que representan grados diversos de amenaza, y que el libro combate de diferentes maneras:
1. Los ascetas políticos, los militantes tristes, los terroristas de la teoría, aquellos que quisieran preservar el orden puro de la política y su discurso. Burócratas de la revolución y funcionarios de la Verdad.
2. Los pobres técnicos del deseo -psicoanalistas y semiólogos de cada signo y síntoma- que desearían reducir la organización múltiple del deseo a la ley binaria de la estructura y la carencia.
3. Por último, pero no menos importante, el enemigo mayor, el adversario estratégico, el fascismo (ya que su oposición a los otros es más bien estratégica). Y no solamente el fascismo histórico de Hitler y de Mussolini -que tan bien supieron movilizar y utilizar el deseo de las masas- sino también el fascismo que existe en todos nosotros, en nuestras cabezas y en nuestra conducta cotidiana; el fascismo que nos lleva a enamorarnos del poder, que nos hace desear aquello mismo que nos domina y explota.
Yo diría que El Anti-Edipo (con el perdón de sus autores) es un libro de ética, el primer libro de ética escrito en Francia desde hace mucho tiempo (tal vez sea esa la razón por la cual su éxito no se haya limitado a un público lector en particular: ser anti-edipo se ha convertido en un estilo de vida, en un modo de pensar y vivir). ¿Cómo hacer para no convertirse en fascista incluso (y sobre todo) cuando se cree ser un militante revolucionario? ¿Cómo hacerlo desaparecer de nuestro discurso, de nuestros actos, de nuestros corazones y placeres? ¿Cómo arrancar ese fascismo incrustado en nuestro comportamiento? Los moralistas cristianos buscaban las trazas de la carne alojadas en las profundidades del alma. Deleuze y Guattari, por su parte, acechan los más ínfimos rastros del fascismo en el cuerpo.
Haciendo un modesto tributo a San Francisco de Sales, uno podría decir que El Anti-Edipo es una Introducción a la vida no fascista.
Este arte de vivir contrario a todas las formas de fascismo, presentes o al acecho, trae consigo un cierto número de principios esenciales, que yo resumiría de la siguiente manera, si tuviera que hacer de este gran libro un manual o una guía para la vida cotidiana:
- Libera la acción política de toda forma de paranoia unitaria y totalizadora.
- Desarrolla la acción, el pensamiento y los deseos a través de proliferación, yuxtaposición y disyunción, y no por subdivisiones y jerarquizaciones piramidales.
- Libérate de las viejas categorías de Lo Negativo (ley, límite, castración, carencia, la laguna), que el pensamiento occidental ha sacralizado por tanto tiempo como forma de poder y vía de acceso a la realidad. Valora lo que es positivo y múltiple, la diferencia en lugar de la uniformidad, los flujos en vez de las unidades, los arreglos móviles en vez de los sistemas. Considera que lo productivo nunca es sedentario, sino nómada.
- La militancia no implica tristeza, aún cuando aquello en contra de lo que se lucha es abominable: lo que posee fuerza revolucionaria es la conexión del deseo a la realidad, y no su escape hacia formas de representación.
- No utilices el pensamiento para dar el valor de Verdad a una práctica política, ni la acción política para desacreditar una línea de pensamiento como si fuera pura especulación. Utiliza la práctica política para intensificar el pensamiento, y el análisis para multiplicar las formas y dominios de intervención de la acción política.
- No demandes de la política la restauración de los “derechos” del individuo, tal y como la filosofía los ha definido. El individuo es producto del poder. Lo que se necesita es “desindividualizar”, por medio de la multiplicación y el desplazamiento, las diversas combinaciones. El grupo no debe ser el vínculo orgánico que une individuos jerárquicamente ordenados, sino un generador constante de desindividualización.
- No te enamores del poder.
Incluso se podría decir que a Deleuze y Guattari les importa tan poco el poder que han tratado de neutralizar los efectos de poder ligados a su propio discurso. De allí los juegos y trampas regados en todo el libro, haciendo de su traducción un verdadero desafío. Pero no son estas las trampas comunes de la retórica, que buscan seducir al lector sin que se dé cuenta de que está siendo manipulado, para finalmente convencerlo en contra de su voluntad. Las trampas de El Anti-Edipo son las del humor: esas tantas invitaciones a dejarse expulsar, a abandonar el texto y lanzar la puerta. Con frecuencia el libro hace pensar que todo es diversión y juegos cuando algo esencial está pasando, algo de extrema seriedad: el rastreo de todas las variedades de fascismo, desde las enormes, que nos rodean y oprimen, hasta las más chicas, que constituyen la amarga tiranía de nuestro día a día.
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