El orden social se expresa mediante una red lineal de
oposiciones binarias, en cada encrucijada hay un camino bueno o a la
derecha (generado por un dictado) y un camino malo o a la izquierda
(generado por una interdicción). Hay tres niveles de libertad frente a
esa red: el nivel 0 sería que no hubiera red, que todas las direcciones y
sentidos fueran practicables, que el espacio fuera liso o isótropo (a
ese nivel le llamamos muerte o entropía); el nivel 1 sería el del
converso que sigue los caminos prescritos y evita los caminos
proscritos; el nivel 2 -y sólo a partir de este nivel podemos hablar
propiamente de libertad- sería el del perverso que sique el camino
proscrito y evita el camino prescrito, perverso porque necesita la ley
para invertir su sentido, la libertad es de primera especie o
restringida, del orden de una lectura -libertad de elegir
entre las alternativas escritas-; el nivel 3 sería el del subversivo
que pone en cuestión la red y traza su red, subversivo porque para poner
en cuestión la ley hay que ir más allá de la ley dando una vuelta por
debajo de la ley, la libertad es de segunda especie o generalizada, del
orden de una escritura -elegir las elecciones o legislar-:
El ciudadano de la sociedad de consumo que se mueve brownianamente y
que tiene libertad en el uso del propio cuerpo es del nivel 0: la
libertad verdadera sería del nivel 3 y exigiría poner las manos en el
orden social (y, precisamente, ahora, cuando no hay signos en los que
podamos poner los ojos quizás, por eso mismo, podemos poner las manos).
Einstein calculó la probabilidad de que un móvil que
camina brownianamente -sin camino- llegue a una meta: no hay libertad en
la deriva. Además de caminos hay paredes: en la modernidad, las paredes
-los límites más allá de los cuales no podíamos pasar- eran visibles, y
estábamos encerrados dentro; la postmodernidad ha diseñado encierros
más complejos. Como el laberinto -un adentro sin afuera- en el que en
todo punto-momento hay una micro-salida practicable pero nadie da con la
macro-salida (el encierro moderno del campo de concentración
-alambradas visibles- da paso al encierro postmoderno en la red de
centros comerciales → autopistas →
urbanizaciones residenciales, que tiene la topología de un laberinto y
sean cualesquiera la dirección y el sentido que tomemos nunca saldremos
de la red). [...] Si sabemos adónde van los móviles brownianos y sabemos
que en todo caso no irán a ningún lado, pues no pueden ni entrar ni
salir, les podemos dejar la libertad que quieran.
*Extraído de Tiempo de Postmodernidad, texto incluído en La polémica de la posmodernidad, Ediciones Libertarias, Madrid, 1986.
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