Vandoncourt es un pueblecito de la Región
del Franco Condado con una población que ronda los 700 habitantes. Desde
comienzos de la década de los setenta para acá, sus vecinos decidieron gobernarse
conforme a un modelo de democracia directa. Lo que sigue es la traducción de un
artículo de Jean-Louis Bato en el que se narra el proceso. El texto original
puede leerse AQUÍ.
Érase
una vez un pueblecito construido en la falda de una montaña jurásica, a
cuatrocientos o seiscientos metros de altitud y a sólo doce kilómetros de
distancia de Sochaux. Un viejo pueblo de unas seiscientas almas, del que los
hombres salen a trabajar. Del que los hombres salen… definitivamente. Los
jóvenes abandonan no sólo la ciudad-dormitorio, sino también la
ciudad-geriátrico. Cada vez son menos.
Como
otros miles de pueblos de Francia, Vandoncourt dormita. La imaginación –y es lo
menos que se puede decir- no está aquí en el poder. En Vandoncourt hay un
Consejo Municipal, como en todas las comunas de Francia. Los electores oyen
hablar de él regularmente: cada seis años. E incluso lo eligen. Al parecer, el
Consejo, defiende los intereses comunales. Es lo que proclaman, en su profesión
de fe, los candidatos, y la única información que comparten con sus
conciudadanos… Cada seis años. El alcalde administra como un padre de familia y
zanja las discusiones como un autócrata. Si hay conflicto, es él quien decide;
y el Consejo lo ratifica cada trimestre. Él solo, o casi, sabe determinar lo
que es bueno para la población… y también lo que no lo es.
En
Vandoncourt ya no hay domingos, ya no hay buen pan, ya no hay pueblo. A casi
todos los pueblos de antaño los ha matado el éxodo rural. También la escuela se
muere. Los maestros no quieren quedarse.
De
ahí parte precisamente la rebelión en 1969. In extremis, los padres crean una
asociación; quieren que los elegidos participen en la renovación del pueblo.
Comenzando por la escuela, que se desea sin muros, sin trampa. Una auténtica
escuela del pueblo. Aparece un equipo de animación, gracias al impulso de
algunos retornados que han pasado varios años en África. Ayuda al Tercer Mundo,
Navidades para los niños empobrecidos, veladas dedicadas a los viejos, veladas
de las naciones, en las cuales los extranjeros del pueblo, suizos, árabes,
italianos y españoles presentan danzas e historias de su país. Fiestas a la vez
folclóricas, gastronómicas y antirracistas. El pueblo hierve de repente de
vida, de actividad.
¿Y
qué pasa en el municipio? ¿Continúan con su gestión, como si nada pasase? Aún
peor: este renacimiento les irrita.
En
consecuencia, el equipo de animación decide presentarse a las elecciones
municipales de 1971. Se lanza un cuestionario destinado a un centenar de
personas elegidas en el pueblo en función de su pertenencia a diferentes
comunidades (hombres, mujeres, jóvenes, viejos, profesionales liberales,
obreros, campesinos, etc.). El cuestionario tiene que ver con la vida en el
pueblo, con la animación cultural, la participación de la juventud en la toma
de decisiones, los vínculos entre las distintas asociaciones, la administración
del pueblo y “nuestra opinión sobre su porvenir”. Se recogen setenta y dos
respuestas a los cien cuestionarios distribuidos. Dichas respuestas son anónimas
y la síntesis derivada de ellas constituye un programa coherente que, aún hoy
en día, sigue siendo la base de la acción municipal en Vandoncourt. El nuevo
eslogan para la campaña electoral dice: ‘Votar por nuestros candidatos es votar
por vosotros’.
Y es
así como un equipo totalmente nuevo, en seguida reforzado por los jóvenes y por
quienes animan las asociaciones, entra en el Ayuntamiento.
Un pueblo sin alcalde
Democracia,
control popular, autogestión… de eso se trata ahora en Vandoncourt. Para el equipo
de gobierno, veinte años de media más joven que el precedente, se trata de
dotar a la democracia de toda su amplitud: asociando a las fuerzas vivas a la
gestión, desarrollando la democracia a diario, multiplicando las estructuras de
concertación, informando completa y regularmente, limitando la delegación del
poder mediante una práctica permanente de la democracia directa.
Trece
elegidos para administrar, o mejor dicho para animar la comuna, es demasiado
poco. Es incluso irrisorio, injusto y escandaloso. El pueblo tiene necesidad de
todos para regenerarse, mantener su población y acoger población nueva. ¿De
todos? Imposible, sin duda. Pero sí al menos del mayor número posible. Para dar
al pueblo su propia vida. Para que emerjan las necesidades. Para recuperar la
identidad de una comuna viva. Para descentralizar las iniciativas. Para crear
canales que permitan expresarse a todo el mundo. Para informar. Para imaginar…
Imaginar,
imaginar. No faltan los proyectos en Vandoncourt. Ya no se habla de reunión del
Consejo Municipal, sino de reunión de los consejos. Un consejo de trece
miembros, desde luego, como en todas las comunas de este tamaño. Pero no se
reúne sin los otros tres consejos: el de los jóvenes, el de los viejos, el de
las asociaciones, un auténtico parlamento en pequeño en el que están
representados todos los grupos y clubes. Los consejos, que se reúnen al menos
cada mes, incluyen a sesenta ciudadanos. En ocasiones, se transforma en reunión
pública y el ayuntamiento, en foro. Sin voto ni coacciones. Se trata de liberar
la expresión al máximo. Nada de alcalde ni de jefe en Vandoncourt. Se ponen en
marcha siete comisiones (escolar, presupuestaria, técnica, de desarrollo
económico, social, de fiestas y ceremonias, de medio ambiente). Son ellas las que
informan sobre las necesidades, las que elaboran las soluciones prácticas, las
que controlan su realización. Y a su vez, están bajo el control de los
consejos. La comisión de finanzas, por ejemplo, está compuesta por elegidos y
por no elegidos. En el boletín del pueblo, publica el presupuesto y el gasto
público, explicando y comentando las cifras. En el mes de noviembre, el
Ayuntamiento organiza jornadas de discusión sobre el presupuesto. Todos los
datos se retranscriben en grandes hojas que se pegan en las paredes, en
diferentes puntos del pueblo y en el patio de la escuela. Así puede verse la
evolución de los gastos y de los ingresos año por año, y los consejos, la
comisión de finanzas y la población pueden confrontar sus ideas. Los electores,
franceses y extranjeros (que la ley francesa excluye de cualquier escrutinio),
pueden votar desde la edad de 15 años para elegir a los miembros de los
consejos y para expresarse sobre tal o cual asunto importante. Vandoncourt
tiene también sus referenda para romper el círculo todavía demasiado estrecho
de la participación popular. Cualquier grupo, individuo o asociación (y hay una
veintena) puede proponer un proyecto. Los consejos valoran su urgencia, las
comisiones –abiertas- estudian su puesta en práctica. Para definir este
funcionamiento a nivel local, en las antípodas de los reglamentos prefecturales
y de las estructuras legales, se puso en marcha en los primeros tiempos, un
‘reglamento interior’, que después se ha modificado en diversas ocasiones.
La
democracia directa se estableció rápidamente en las estructuras. Aún se emiten
fes de vida, todavía se reciben peticiones de información, pero el ayuntamiento
es ante todo el centro de la efervescencia democrática, el laboratorio de las
propuestas y los análisis populares. En ocasiones, ‘un café de comercio’.
Cuando
se entra en el ayuntamiento, uno accede libremente a todas las fuentes
documentales y se sirve como si estuviese en su casa. Salvo causa social o
judicial, el correo está a disposición de todos. El material municipal no tiene
otra vocación que la de servir a la vida local. No es necesario solicitar una
autorización para utilizar la fotocopiadora, el teléfono local, el tablón
municipal. En ocasiones se produce una saturación, una plétora de
informaciones, el solapamiento de convocatorias. Es el precio de un sistema que
lleva muy lejos la libertad de expresión. Al menos en Vandoncourt, el término
‘casa común’ no ha sido usurpado.
¿Te
apetece? ¿Quieres? ¡Hazlo y el pueblo te ayudará! Así nacen y se desarrollan
múltiples actividades en el pueblo. Faltan medios financieros –el pueblo no es
rico-, pero no la capacidad para dar respuesta a las necesidades locales.
Apoyo
a la iniciativa, uso de las habilidades, voluntariado: sobre este tríptico se
apoya la animación permanente del pueblo. “¡La animación es la política!”. La
política no consiste en el tráfico sucesivo, por las tribunas o por las
pantallas, de un determinado número de profesionales patentados y homologados
-¿por quién?-, sino en que el mayor número se haga cargo de la vida cotidiana,
veinticinco siglos después de la definición de Pericles: la política, gestión de la ciudad. Por parte de todos. Es decir, lo contrario de lo que defienden los
que detentan habitualmente el monopolio del gobierno y de la información,
pervirtiendo de tal manera la democracia política. “Gobernar –decía Maquiavelo-
es hacer creer”. ANIMAR, por el contrario, es aportar, devolver, permitir,
criticar, es llegar a ser libre.
La
mayoría de la población de Vandoncourt practica la autogestión –o, mejor dicho,
un control popular sobre la vida cotidiana- sin saberlo. Tal vez algunos
preferirían hablar de democracia, de fraternidad, de honestidad o de
participación. O incluso de libertad.
- Fue en Vandoncourt donde se creo la primera clasificación selectiva de residuos.
- Fue en Vandoncourt donde se opusieron al enresinamiento. La población impidió que el Office National des Forêts (ONF) plantase diez hectáreas de piceas que habrían destruido una parte de la flora.
- Fue en Vandoncourt donde muy pronto se tomaron posiciones con respecto a las grandes luchas nacionales (Larzac, canal Rin-Ródano, misiles Plutón, nuclear civil y militar, etc.)
Contra
el poder centralizador, amigo del papeleo, controlador de todas las
iniciativas, gestor de la buena norma contra todas las desviaciones, la
población de Vandoncourt responde a la manera de Gandhi: “El fin está contenido
en los medios como el árbol en la semilla”. Lo que no hace más que subrayar la
necesaria concordancia entre las exigencias de mañana y el comportamiento de
hoy.
En
otros lugares, los elegidos acusan valientemente a un poder que les impide
realizar esa misma democracia local, ese aprendizaje de la autogestión que
reclaman en las mociones, los consejos, las asambleas, los congresos, los
seminarios, los forums, los encuentros, los mítines… Pero el poder y la ley se
convierten enseguida en la coartada que les autoriza a no cambiar nada, en la distracción
que les permite prohibir a los grupos implicados que reflexionen colectivamente
sobre su porvenir.
En
Vandoncourt, la democracia directa ha llegado raramente tan lejos. Pero a
diferencia de la otra democracia –formal y delegada-, aquélla es una lucha
permanente contra la autoridad y, más aún, contra el condicionamiento de los
individuos. Después de algunos años, todavía muchos están sorprendidos del
camino recorrido, sorprendidos por la autonomía individual o colectiva
adquirida, sorprendidos por la capacidad para reconstruir, en ocasiones, lo
cotidiano.
Vandoncourt
busca, se busca, existe… Con la voluntad de crear un porvenir que no sea una
simple prolongación o una vaga adaptación del presente, sino una ruptura, una
superación. Y todo comienza con una información, una gestión popular, una
identidad y una comunidad reencontradas, que ponen en cuestión el modelo de
crecimiento dominante, que se enfrentan, desde abajo, a los mecanismos de poder
y alienación.
Las
estructuras de la democracia directa o participativa no son sólo el remedio a
las enfermedades de la incompetencia, a las nuevas esclavitudes engendradas por
nuestra sociedad, sino un de los medios para crear otro tipo de sociedad.
En
Francia, las estructuras de democracia participativa todavía lo tienen mal,
aunque sólo sea porque progresan en un ambiente hostil (estado centralizador,
notables, prensa local, mentalidad de asistidos). La población de Vandoncourt
intenta conjugar aquello que nuestra sociedad liberal ignora tan profundamente:
la realización concreta de nuevas formas de existencia, con lo que esto supone
de ansia de vida, de aptitud para un bienestar que no sea sólo material y, por
otro lado, la posibilidad de reunirse para forjar útiles, la capacidad de
hacerse cargo del propio desarrollo, de dominar la propia evolución.
Cuando
se buscan los medios para el desarrollo, demasiado a menudo se olvida, incluso
si se afirma lo contrario, que las masas populares son el único medio verosímil
de cualquier evolución. Pero entonces es necesario admitir que ellas deben ser
también las únicas beneficiarias. ¿Cómo se las podría movilizar con vistas a
‘su’ desarrollo si se vacila a la hora de dotarlas de poderes a la medida de
sus responsabilidades?
A la
‘democracia delegada’, que despoja al pueblo de toda iniciativa y no asegura en
modo alguno el control de éste último sobre el estado, debería sucederle una
democracia directa, en la que las poblaciones ejerciesen por sí mismas los
poderes que, hoy en día, ejercen –bastante mal, por cierto- cierto número de
instituciones y ministerios. En ese
momento, el socialismo podría dejar de ser un fin que se ha de alcanzar en un
marco más o menos socializado -es decir, un ideal indefinidamente pospuesto, un
deseo piadoso- y ser lo que debe ser: un
método de gobierno. Sólo bajo esta condición, permitiría la formación de un
nuevo modelo de desarrollo, el inicio de una nueva civilización.
* FUENTE.
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