
Traducción de
Nelo Vilar publicada en el # 4 de Fuera de Banda: Situacionistas: ni arte, ni
política, ni urbanismo, bajo el título "Revolución y contra-revolución en
la cultura moderna"; texto extraido de Sur le passage de quelques
personnes à travers une assez courte unité de temps, Centre Georges Pompidou,
París, 1989.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Pensamos que hay que cambiar el mundo. Queremos el cambio más
liberador posible de la sociedad y de la vida en la que nos hallamos. Sabemos
que este cambio es posible mediante las acciones apropiadas.
El tema que nos ocupa es precisamente el uso de ciertos medios de
acción y el descubrimiento de nuevos -que se pueden identificar fácilmente en
el dominio de la cultura y de las costumbres, aplicados en la perspectiva de
una interacción de todos los cambios revolucionarios.
Lo que llamamos cultura, manifiesta, pero también prefigura en una
sociedad dada, las posibilidades de organización de la vida. Nuestra época se
caracteriza fundamentalmente por el retraso de la acción política
revolucionaria respecto del desarrollo de las posibilidades modernas de
producción, que exigen una organización superior del mundo.
Vivimos una crisis esencial de la historia, en la cual cada año se
ve más claramente el problema de la dominación racional de las nuevas fuerzas
productivas y la formación de una civilización a escala mundial. Sin embargo,
la acción del movimiento obrero internacional, de la que depende la caída
previa de la infraestructura económica de explotación, no ha conseguido más que
pequeños éxitos locales. El capitalismo inventa nuevas formas de lucha
-dirigismo del mercado, aumento del sector de la distribución, gobiernos
fascistas-; se apoya en la degeneración de las direcciones obreras; maquilla,
con la ayuda de diversas tácticas reformistas, las oposiciones de clase. De
esta manera ha mantenido las antiguas relaciones sociales en la mayor parte de
los países industrializados, para privar a la sociedad socialista de su base
material indispensable. En cambio, los países subdesarrollados o colonizados,
comprometidos desde hace una decena de años en un combate más sumario contra el
imperialismo, han obtenido éxitos importantes. Sus éxitos agravan las
contradicciones de la economía capitalista y, principalmente en el caso de la
revolución china, favorecen una renovación del conjunto del movimiento
revolucionario. Esta renovación no puede limitarse a reformas en los países
capitalistas o anticapitalistas; al contrario: provocará conflictos en todas
partes, replanteando la cuestión del poder.
El estallido de la cultura moderna es el producto, en el plano de
la lucha ideológica, del paroxismo caótico de estos antagonismos. Los nuevos
deseos que se definen se encuentran formulados en el aire: los recursos de la
época permiten su realización, pero la estructura económica retardadora es
incapaz de valorar estos recursos. Al mismo tiempo, la ideología de la clase
dominante ha perdido toda coherencia: por la depreciación de sus sucesivas
concepciones del mundo, lo que la inclina al indeterminismo histórico; por la
coexistencia de pensamientos reaccionarios escalonados cronológicamente y en
principio enemigos, como el cristianismo y la social-democracia; por la mezcla
de las aportaciones de varias civilizaciones extranjeras en el Occidente
contemporáneo, de las que se reconocen pocos valores. El objetivo principal de
la ideología de la clase dominante es, pues, la confusión.
En la cultura -al emplear la palabra cultura dejamos de lado
constantemente los aspectos científicos o pedagógicos de la cultura, incluso si
la confusión se hace sentir a nivel de las grandes teorías científicas o de los
conceptos generales de la enseñanza; designamos un complejo de la estética, de
los sentimientos y de las costumbres: la reacción de una época sobre la vida
cotidiana-, los procedimientos contra-revolucionarios que causan la confusión
son, paralelamente, la anexión parcial de los nuevos valores y una producción
deliberadamente anti-cultural apoyada en los medios de la gran industria (novela,
cine), consecuencia natural del embrutecimiento de la juventud en las escuelas
y en la familia. La ideología dominante organiza la banalización de los
hallazgos subversivos y las difunde ampliamente una vez esterilizadas. Incluso
consigue servirse de los individuos subversivos: muertos por el falseamiento de
su obra y vivos gracias a la confusión ideológica general, drogados con una de
las místicas con las que comercia.