[Traducción aparecida en Comunicados de la prisión de Segovia y otros llamamientos a la
guerra social, junto a textos de grupos autónomos españoles, Bilbo, Muturreko Burutazioak/El
Lokal, marzo de 2000].
Compañeros,
Estamos asistiendo al rearme espectacular del Estado, nuestro
gran enemigo, cosa que hacen
todas las clases dirigentes del mundo cuando quieren dar a la
descomposición de sus fundamentos una apariencia de solidez. Sus
excesos han paseado la verdad por todos los rincones del
país: hoy en día no hay nadie tan ingenuo o tan desvergonzado que se
atreva a negar que nos
encontramos bajo un despotismo tan duro, envilecedor y difícil de
soportar como el que hubo en
tiempos de Franco, y a medida que pasa el tiempo, será peor. Nosotros
estamos ahora dispersos,
cuando no desmoralizados. Hemos entablado una batalla que no supimos
librar como debimos.
Hemos tenido bajas, tenemos presos. La lucha por su liberación puede
ser un punto de partida
para un nuevo movimiento revolucionario más efectivo y coherente; el
silencio y la inacción nos
llenarán de oprobio, la Historia jamás nos perdonará.
Estímados Compañeros
Lamentamos tener que llamar vuestra atención sobre una cuestión
grave y urgente que,
normalmente, tendríais que conocer bastante mejor que nosotros, que
estamos lejos y somos extranjeros. Pero nos vemos obligados a constatar
que diversas circunstancias os han colocado
hasta hoy en la imposibilidad de conocer los hechos o su significado.
Creemos pues, deber de
exponemos claramente los hechos siguientes, así como las circunstancias
que han dificultado
vuestra información.
Más de cincuenta libertarios en estos momentos, se hallan detenidos en las prisiones españolas,
y mucho de ellos ya llevan varios años sin ser juzgados. El mundo entero, que cada día oye
hablar de las luchas de los vascos, ignora completamente este aspecto de la realidad española
actual. En España misma, la existencia y los nombres de estos compañeros son citados a veces
ante un sector restringido de la opinión, pero se guarda generalmente silencio sobre lo que han
hecho y sobre sus motivos; y nada concreto se emprende para lograr su liberación.
Cuando nos dirigimos a vosotros, no tenemos la intención de conceder a la C.N.T, tal como ha
sido reconstituida, un papel de referencia central y de representación de los libertarios: todos los
que lo son no forman parte de ella y todos los que forman parte no lo son.
La hora del sindicalismo revolucionario pasó desde hace tiempo, porque, bajo el capitalismo
modernizado, todo sindicalismo tiene reconocido su sitio, grande o pequeño, en el espectáculo
de la discusión democrática sobre los acicalamientos del estatuto del trabajo asalariado, es decir,
en tanto que interlocutor y cómplice de la dictadura del trabajo asalariado: democracia y trabajo
asalariado son incompatibles, y esta incompatibilidad, que ha existido siempre esencialmente, se
manifiesta en nuestros días visiblemente, en toda la superficie de la sociedad mundial. A partir
del momento en que el sindicalismo y la organización del trabajo alienado se reconocen
recíprocamente, como poderes que establecen entre sí relaciones diplomáticas, toda clase de
sindicato para poder llevar su actividad reformista, desarrolla dentro de sí un nuevo tipo de
división de trabajo, más y más ridículo a medida que pasa el tiempo. Aunque un sindicato se
declare ideológicamente hostil a todos los partidos políticos, no logrará, de ninguna manera,
impedir su caída en manos de su propia burocracia de especialistas de la dirección igual que un
partido político cualquiera. Cada instante de su práctica real lo demuestra. El asunto aquí
evocado lo ilustra perfectamente puesto que, si en España los libertarios organizados hubieran
dicho lo que tenían que decir, no hubiéramos nosotros tenido que decirlo ahora en su lugar.
De la cincuentena de presos libertarios, en su mayoría presos en la cárcel de Segovia, aunque
también en otras cárceles (la "Modelo" de Barcelona, las de "Carabanchel" y "Yeserías" de
Madrid, la de Burgos, la de Herrera de la Mancha, la de Soria ... ), muchos son inocentes,
víctimas de las clásicas provocaciones policiales. De éstos se habla un poco, y hay quien está
dispuesta defenderles, pero más bien pasivamente. Pero en cambio, la mayoría de los presos,
han dinamitado efectivamente vías férreas, tribunales, edificios públicos. Han recurrido a
expropiaciones a mano armada contra diversas empresas y buen número de bancos. Se trata en
particular de un grupo de obreros de SEAT de Barcelona (que en un tiempo se denominaron
"Ejército Revolucionario de Ayuda a los Trabajadores"), que quisieron de este modo aportar
ayuda pecuniaria a los huelguistas de su fábrica, así como a los parados; y de los "grupos
autónomos " de Barcelona, Madrid y Valencia, que han actuado por el estilo, mayor tiempo, con
la intención de propagar la revolución por todo el país. Estos compañeros son igualmente los
que se sitúan en las posiciones teóricas más avanzadas. Y mientras el fiscal pide penas
individuales de entre treinta y cuarenta años de condena para algunos de ellos, ¡precisamente
sobre éstos se cierne el silencio más absoluto y el olvido voluntario de tanta gente!
Al Estado español, junto con todos los partidos que en el gobierno o en la oposición le
reconocen y le sostienen, a las autoridades de todos los países del extranjero que en ese punto
están completamente de acuerdo con el Estado español, y a la dirección de la C.N.T
reconstruida, a todos por una razón u otra, les interesa mantener en el olvido a estos compañeros,
y nosotros, que nos interesa precisamente lo contrario que a ellos, vamos a decir por qué lo
hacen.
El Estado español heredero del franquismo, democratizado y modernizado justo lo necesario
para poder así poseer su plaza trivial en las condiciones ordinarias del capitalismo moderno, y
tan atareado en conseguir la admisión en el lamentable "Mercado Común" europeo (y en efecto,
la merece), se presenta oficialmente como resultado de la reconciliación entre vencedores y
vencidos de la guerra civil, es decir, de franquistas y republicanos; y en verdad lo es. Los
matices tienen poca importancia ahí: si del lado de los demócratas estalinistas, Carrillo es al
presente un poco más monárquico que Berlinguer, en revancha, del lado de los príncipes de
derecho divino, el rey de Espafía seguramente es tan republicano como Giscard d'Estaing. Pero
la verdad más profunda y decisiva, es que el Estado español de hoy es en realidad el resultado de
la reconciliación tardía de todos los vencedores de la contrarrevolución. Por fin se reunieron
amigablemente, con la mutua consideración que se debían unos a otros, los que quisieron ganar
y los que quisieron perder, los que mataron a Lorca y los que mataron a Nin. Porque todas las
fuerzas que en aquel tiempo, o bien estaban en guerra contra la República -o bien controlaban
los poderes de la misma -y son todos los partidos que hoy ocupan escaños en las Cortes -
perseguían y alcanzaron, de diversas maneras sangrientas, el mismo fin: acabar con la revolución
proletaria de 1936, la mayor que la historia haya visto aparecer hasta nuestros días, y por lo
tanto, la que mejor todavía prefigura el futuro. La única fuerza organizada que tuvo entonces la
voluntad y la capacidad de preparar esta revolución, de hacerla y -aunque con menor lucidez y
firmeza- de defenderla, fue el movimiento anarquista (apoyado únicamente y en medida
incomparablemente menor por el P.O.U.M.).
El Estado y todos sus partidarios no olvidan nunca esos terribles
recuerdos, pero se afanan de
continuo porque el pueblo los olvide. Por eso el gobierno prefiere, en
estos momentos, dejar a la
sombra el peligro libertario. Prefiere evidentemente hablar del
G.R.A.P.O., forma ideal de un
peligro bien controlado, puesto que este grupo, desde su origen, está
manipulado por los
Servicios Secretos, exactamente como lo son las "Brigadas Rojas" en
Italia, o como la pseudo-organización terrorista, de nombre aún
impreciso, cuyo oportuna entrada en escena el gobierno
francés anunció hace unos meses, por una serie de atentados menores. El
gobierno español,
satisfecho de su G.R.A.P.O., sin duda se pondría muy contento si no
tuviera que hablar ya más
de los vascos. Sin embargo tiene que hacerlo a causa de sus luchas
constantes. Pero a pesar de
todo, los vascos combaten por la consecución de un Estado independiente,
y el capitalismo
español podrá fácilmente sobrevivir a tal pérdida. La cuestión decisiva
es que, mientras tanto,
los vascos saben defender muy bien a sus prisioneros, de quienes no se
olvidan ni un instante.
La solidaridad en España, se sentía siempre como en casa. Si sólo se la
viera ya en el País
Vasco, ¿a qué se parecería España cuando los vascos se separasen de
ella?
Los demás Estados europeos se acomodarían sin dificultades a una Euskadi independiente, pero
soportando desde 1968 una crisis social sin remedio, además de tener tanto interés como el
Gobierno de Madrid en que no reaparezca en España una corriente revolucionaria
internacionalista. Lo que viene a significar, de acuerdo con las técnicas de dominación más
recientes, que no se la vea aunque reaparezca. Estos Estados, también por su parte, se acuerdan
de lo que tuvieron que hacer en 1936, los totalitarios de Moscú, Berlín y Roma, lo mismo que
los "demócratas" de París y Londres, todos de acuerdo en la necesidad esencial de aplastar la
revolución libertaria, y por eso mismo muchos aceptaron sin partirse el corazón las pérdidas o el
aumento de los riesgos en los conflictos secundarios que les enfrentaban entre sí. Ahora bien
hoy toda la información en su totalidad se halla estatalizada, formal o solapadamente. Toda la
prensa "democrática" se apasiona y se angustia tanto por el mantenimiento del orden social, que
ni siquiera es necesario ya que el gobierno la compre. Se ofrece gratuitamente a sostener
cualquier gobierno publicando exactamente lo contrario de la verdad en cada asunto, aunque
tenga una importancia mínima; puesto que hoy, la realidad de cualquier asunto, incluso de los de
menos interés, constituye una amenaza para el orden establecido. Sin embargo no hay tema en
el que la prensa, burguesa o burocrática, disfrute tanto en mentir como cuando se trata de ocultar
la realidad de una acción revolucionaria.
En fin, a la C.N.T reconstruida este asunto la apura de verdad. Y
no es la indiferencia o la
prudencia lo que la obliga a callarse. Los dirigentes de la C.N.T.
quieren ser un polo de
reagrupamiento de los libertarios sobre una base sindicalista, en la
realidad moderada y
aceptable por el orden establecido. Los compañeros que han recurrido a
las expropiaciones
representan, por ese mismo hecho, un polo de reagrupamiento
completamente opuesto. Si unos
tienen razón, los otros se equivocan. Cada uno es hijo de sus obras y
hay que escoger entre unos
u otros, examinando el sentido, la finalidad de sus acciones. Si
hubierais visto a la C.N.T. llevar
a cabo grandes luchas revolucionarias en estos últimos años pasados en
prisión por los
compañeros expropiadores, entonces podríais sacar la conclusión de que
estos fueron demasiado
impacientes y aventureros (y por otra parte la C.N.T, al animar grandes
luchas revolucionarias,
habría de todas formas, a pesar de las divergencias, actuado dignamente
en su defensa). Pero si
mejor veis que esa C.N.T. se satisface recogiendo unas pobres migajas
del pan de la
modernización española, la cual dicho sea de paso, no es de una novedad
que de vértigo -¡todavía un Borbón! ¿y por qué no un Bonaparte?-
entonces habrá que admitir que los que
tomaron las armas no iban fundamentalmente errados. Finalmente, fue el
proletariado
revolucionario español quien antaño creó la C.N.T., y no al revés.
Cuando, la dictadura juzgó que ya era hora de mejorarse un poco, muchos pensaron sacar unas
cuantas pequeñas ventajas de esa liberalización. Pero entonces, los compañeros autónomos
encontraron deshonroso contentarse con ellas. De pronto, sintieron la necesidad de exigirlo
todo, porque, desde luego, después de haber sufrido durante cuarenta años la contrarrevolución
en su totalidad, nada ni nadie quedará limpio de esta injuria si antes no reafirma y hace triunfar
la revolución en su totalidad. ¿Quién se atreve a llamarse libertario y censurar a los hijos de
Durruti?
Las organizaciones pasan, pero la subversión no dejará de ser deseada jamás: "¿Quién te vio y no
te recuerda?". Los libertarios son todavía hoy numerosos en España, y lo serán mucho más el
día de mañana. Y felizmente la mayoría, y en particular la mayoría de obreros libertarios, son
hoy por hoy incontrolados. Además, mucha gente, igual que en Europa, ha entablado luchas
particulares contra unos cuantos aspectos insoportables, muy antiguos o muy modernos, de la
sociedad opresiva. Todas estas luchas son necesarias: ¿a santo de qué hacer una revolución si
las mujeres o los homosexuales no son libres?, ¿para qué un día liberarse de la mercancía y de la
especialización autoritaria, si una degradación irreversible del medio ambiente impusiera nuevas
limitaciones objetivas a nuestra libertad? Al mismo tiempo, nadie de quienes seriamente se
hallan comprometidos en dichas luchas particulares, puede creer que sea posible obtener una
auténtica satisfacción de sus exigencias mientras el Estado no haya sido disuelto. Pues esta
sinrazón práctica es la razón del Estado.
No ignoramos que muchos libertarios pueden no estar de acuerdo con determinadas tesis de los
compañeros autónomos, y pueden no querer dar la impresión de que se suman a ellas al hacerse
cargo de su defensa. ¡Anda yal No se discute de estrategia con compañeros que están en la
cárcel. Para que esta interesante discusión pueda comenzar, primero hay que sacarlos a la calle.
Creemos que estas divergencias de opinión, que agrandadas por el efecto de excesivos
escrúpulos, correrían el riesgo de llevar a algunos de los que finalmente se llaman
revolucionarios, a no plantearse tal defensa como cosa propia, pueden concretarse en cuatro
tipos de consideraciones. O bien ciertos libertarioss juzgan de otra manera, dentro de una óptica
menos más apaciguable, la situación actual y sus perspectivas de futuro. O bien no están de
acuerdo con la eficacia de las formas de lucha que los dichos grupos autónomos han elegido en
este momento. O bien contemplan el caso en el que aquéllos se han comprometido
deliberadamente, como poco defendible en el terreno de los principios, o solamente desde el
punto de vista judicial. O bien creen estar totalmente desprovistos de medios de intervención.
Estimamos nosotros que muy fácilmente podemos reducir a nada tales objeciones.
Quienes en los momentos actuales, esperan cualquier nueva mejora
en la situación sociopolítica
de España son evidentemente los que más se equivocan. Todos los
placeres de la democracia
autorizada hace mucho que dejaron atrás sus días más felices, y cada
cual ha podido comprobar
que sólo eran eso. En lo sucesivo todo se agravará, en España y en
todas partes. Los
historiadores concuerdan por lo general en considerar que el principal
factor que durante un
centenar de años mantuvo revolucionaria a España, fue la incapacidad de
sus clases dirigentes en
conseguir que alcanzara el nivel de desarrollo económico del capitalismo
que, al mismo tiempo,
aseguraba a los países europeos más avanzados y a Estados Unidos
períodos mucho más largos
de paz social. ¡Bueno! Ahora España va a tener aún que ser
revolucionaria por la razón
suplementaria de que, si la clase dirigente modernizada del
postfranquismo se muestra quizás
más hábil en alcanzar las condiciones generales del capitalismo actual,
llega demasiado tarde,
precisamente en el instante en que la cosa se descompone.
Universalmente se constata que la
vida de la gente y el pensamiento de los dirigentes se degradan cada día
un poco más, y en particular en ese desdichado "Mercado Común" al que
todos vuestros afrancesados en el poder
prometen llevaros como si de una Fiesta se tratase. La producción
autoritaria de la mentira crece
hasta situarse en la esquizofrenia pública, el consentimiento de los
proletarios se disuelve, todo
orden social se deshace. España no llegará a ser apacible porque en el
resto del mundo la paz ha
muerto. Otro elemento decisivo de la propensión de España al desorden
fue seguramente el
espíritu de autonomía libertaria tan fuertemente arraigado en su
proletariado. Es justamente la
tendencia a quien ha dado la razón la historia del siglo, y que se
extiende por todas partes,
porque en todas partes ha podido verse hacia dónde lleva el proceso de
totalitarización del
Estado moderno, y a qué tristes resultados llegó, por medios
canibalescos, el movimiento obrero
dominado por burocracias autoritarias y estatistas. Así pues, es el
momento en que, en todos los
países, los revolucionarios se vuelven, en esta cuestión central,
españoles.
Comprendemos mucho más las objeciones que pueden hacerse desde un planteamiento
puramente estratégico. Podemos preguntarnos en efecto si, por ejemplo, atracar bancos para
emplear el dinero en la compra de maquinaria de imprenta, que a continuación deberá servir
para publicar escritos subversivos, es el camino más lógico y eficaz. Pero en todo caso estos
compañeros indiscutiblemente lograron la eficacia, aunque de otra manera: simplemente, al
acabar en la cárcel por haber aplicado por mucho tiempo y sin dudarlo un segundo, este
programa de acción que ellos mismos se habían trazado. De este modo han prestado un gran
servicio a la causa de la revolución, en España y en todos los demás países, precisamente porque
han creado un campo práctico evidente que permitirá a todos los libertarioss esparcidos por
España aparecer y reconocerse en la lucha por su liberación. Gracias a su iniciativa, os ahorran
la molestia de buscar, a través de largas y difíciles discusiones, cuál sería la mejor forma de
comenzar a actuar. No puede haber mejor forma que ésta, pues ella es muy justa en teoría y muy
buena en práctica.
Ciertos libertarioss tendrán tal vez la impresión de que la gravedad de los hechos, desde el punto
de vista judicial, vuelve más difícil la defensa de los compañeros. Creemos al contrario, que la
misma gravedad de estos hechos facilita cualquier acción bien calculada en su favor. Los
libertarioss no pueden, por principio, dar valor a ninguna ley del Estado, y esto es especialmente
verdad cuando se trata del Estado español: considerando la legalidad de su origen y todo su
ulterior comportamiento, concluiremos que su justicia nunca podrá funcionar decentemente sino
es en forma de amnistía, proclamada por quien le venga en gana.
Por otro lado, asaltar bancos naturalmente es -un crimen muy
grave a los ojos de los capitalistas;
no a los ojos de sus enemigos. Lo reprobable es robar a los pobres, y
justamente todas las leyes
de la economía -leyes despreciables, destinadas a ser abolidas mediante
la completa destrucción
del terreno real en donde se aplican- nos garantizan que jamás un pobre
se hizo banquero.
Ocurrió que, en un encuentro en el que se intercambiaron disparos, un
guardia jurado fue
muerto. La indignación humanitaria de la justicia a ese respecto parece
sospechosa en un país -en el que la muerte violenta es tan frecuente.
En ciertas épocas, uno puede morirse como en
Casas Viejas o como en la plaza de toros de Badajoz. En otras, según
las necesidades tecnológicas del incremento del beneficio, también puede
uno morirse deprisa y corriendo, como los
doscientos campistas pobres asados en Los Alfaques o los setenta
burgueses entre el lujo de
plástico de un gran hotel de Zaragoza. ¿Se atreverán a decirnos que
nuestros compañeros
"terroristas" son responsables de tales hecatombes? No; son tan poco
culpables de ello como de
la contaminación del golfo de Méjico, porque todas esas pequeñas
ligerezas han sido cometidas
cuando ellos ya estaban en prisión.
La cuestión no tiene nada de judicial. Es una simple cuestión de correlación de fuerzas. Puesto
que el gobierno tiene un interés tan evidente en que no se hable de estos compañeros, basta
hacer que sea obligado de tal manera hablar de ellos para que el gobierno se vea forzado a sacar
a conclusión de que su interés inmediato consiste más en ponerlos en libertad que en
mantenerles encerrados. Entonces, que el gobierno escoja la forma de llegar a este resultado;
sea por un proceso en el que fuesen condenados al número de años de cárcel que ya tienen
cumplidos, sea por una amnistía, o sea permitiéndoles la evasión, la cosa no tiene importancia.
No obstante hay que insistir en un hecho y es que, en tanto no exista un movimiento de opinión
expresándose sobre su caso de una manera a la vez fuerte y amenazadora, una evasión procurada
por las autoridades es peligrosa: conocéis ya la "ley de fugas" y volveréis a verla aplicar muchas
veces.
Compañeros, no nos permitiremos sugeriros, a vosotros que estáis ahí, sobre el terreno, y que
paso a paso podéis calcular las posibilidades y los riesgos, tal o cual forma de acción práctica.
Con tal de que en todas partes figure en cabeza la exigencia explícita de liberación de estos
libertarioss, todas las formas de acción son buenas, y las que más escándalo hagan, las mejores.
Agrupándoos por afinidades, podréis descubrir o tomar, según vuestros gustos o las
oportunidades disponibles, cualquiera de los medios de acción que fueron empleados en otra
época o cualquiera de los que están aún por probar, rechazando sólo el caer en la bajeza de las
peticiones respetuosas que practican en todas partes, y vanamente, los partidos de izquierda
electoralistas. En principio, incluso es inútil la coordinación de tales acciones autónomas.
Basta con que converjan hacia el mismo objetivo específico, proclamándolo constantemente, y
multiplicándose con el tiempo. Y cuando ese objetivo preciso haya sido alcanzado, esa corriente
libertaria en acción habrá reaparecido, se habrá dado a conocer y se conocerá a sí misma. Así
podrá ponerse en marcha un movimiento general, que podrá coordinarse cada vez mejor hacia
objetivos cada vez más amplios.
El primer objetivo a lograr será el de obsesionar al país con este asunto, lo que aprovechando la
ocasión, equivaldría a dar a conocer al mundo la existencia presente del movimiento
revolucionario libertarios en España, obligando a todos a conocer la existencia de estos presos,
al mismo tiempo que la eficacia de quienes los defienden. Es preciso que los nombres de estos
presos se conozcan en todos los países en donde los proletarios se yerguen contra el Estado,
desde los obreros que libran grandes huelgas revolucionarias en Polonia, hasta aquellos que
sabotean la producción de las fábricas en Italia, y hasta los contestatarios que viven bajo la
constante amenaza de los psiquiátricos de Breznev o de las cárceles de Pinochet.
Como por desgracia hay demasiados nombres para poder citarlos todos (¡qué vergüenza!
¡cuántos Puig Antich sienten hoy la presión del garrote en el cuello, pero por treinta o cuarenta
años a seguir la programación gubernamental!), nos limitamos de momento a citar los nombres
de los culpables contra los que la justicia reclama, o ha pronunciado, condenas de más de veinte
años de prisión: Gabriel Botifoil Gómez, Antonio Cativiela Alfós, Vicente Domínguez Medina,
Guillermo González García, Luis Guillardini Gonzalo, José Hernández Tapia, Manuel Nogales
Toro. Pero debe quedar claro que se exige la liberación de todos los demás, e incluso de los
inocentes.
El primer punto a tratar es el de dar a conocer exactamente el problema; seguidamente impedir
para siempre que se olvide, manifestando, cada vez de modo más fuerte, una impaciencia
creciente. Que sólo una pequeña fábrica de España pare un día por esta reivindicación y ya será
un modelo para todo el país. Tan pronto como deis a conocer su actitud ejemplar la mitad del
camino estará andado. Pero, en seguida, aún no se inaugure un curso en la universidad, tenga
lugar una representación teatral o una conferencia científica, que alguien, bien por una
interpelación directa o mediante una panfletada, no plantee la cuestión previa de la suerte de
nuestros compañeros y de la fecha en que serán liberados. No se tendría que pasar por una calle
de España sin que se vieran escritos sus nombres en las paredes y en todos habrían de escucharse
canciones cantando cosas de ellos.
Compañeros,
Si nuestros argumentos os han parecido correctos, difundir y reproducir con la mayor rapidez
que podáis este texto por todos los medios de que dispongáis o que podáis tener al alcance. Y si
no, arrojadlo en este mismo instante y comenzad en seguida a publicar otros que sean mejores!
Puesto que está fuera de dudas el derecho que tenéis a juzgar con rigor nuestros modestos
argumentos. Pero lo que aún está todavía más fuera de dudas, es el que la escandalosa realidad
que nosotros hemos revelado tan bien como hemos podido, no es materia que vosotros podáis
juzgar: al contrario, es ella quien, finalmente, va a juzgaros a todos.
¡SALUD!
¡VIVA LA LIQUIDACIÓN SOCIAL!
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