Traducción de
Nelo Vilar publicada en el # 4 de Fuera de Banda: Situacionistas: ni arte, ni
política, ni urbanismo, bajo el título "Revolución y contra-revolución en
la cultura moderna"; texto extraido de Sur le passage de quelques
personnes à travers une assez courte unité de temps, Centre Georges Pompidou,
París, 1989.
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Pensamos que hay que cambiar el mundo. Queremos el cambio más
liberador posible de la sociedad y de la vida en la que nos hallamos. Sabemos
que este cambio es posible mediante las acciones apropiadas.
El tema que nos ocupa es precisamente el uso de ciertos medios de
acción y el descubrimiento de nuevos -que se pueden identificar fácilmente en
el dominio de la cultura y de las costumbres, aplicados en la perspectiva de
una interacción de todos los cambios revolucionarios.
Lo que llamamos cultura, manifiesta, pero también prefigura en una
sociedad dada, las posibilidades de organización de la vida. Nuestra época se
caracteriza fundamentalmente por el retraso de la acción política
revolucionaria respecto del desarrollo de las posibilidades modernas de
producción, que exigen una organización superior del mundo.
Vivimos una crisis esencial de la historia, en la cual cada año se
ve más claramente el problema de la dominación racional de las nuevas fuerzas
productivas y la formación de una civilización a escala mundial. Sin embargo,
la acción del movimiento obrero internacional, de la que depende la caída
previa de la infraestructura económica de explotación, no ha conseguido más que
pequeños éxitos locales. El capitalismo inventa nuevas formas de lucha
-dirigismo del mercado, aumento del sector de la distribución, gobiernos
fascistas-; se apoya en la degeneración de las direcciones obreras; maquilla,
con la ayuda de diversas tácticas reformistas, las oposiciones de clase. De
esta manera ha mantenido las antiguas relaciones sociales en la mayor parte de
los países industrializados, para privar a la sociedad socialista de su base
material indispensable. En cambio, los países subdesarrollados o colonizados,
comprometidos desde hace una decena de años en un combate más sumario contra el
imperialismo, han obtenido éxitos importantes. Sus éxitos agravan las
contradicciones de la economía capitalista y, principalmente en el caso de la
revolución china, favorecen una renovación del conjunto del movimiento
revolucionario. Esta renovación no puede limitarse a reformas en los países
capitalistas o anticapitalistas; al contrario: provocará conflictos en todas
partes, replanteando la cuestión del poder.
El estallido de la cultura moderna es el producto, en el plano de
la lucha ideológica, del paroxismo caótico de estos antagonismos. Los nuevos
deseos que se definen se encuentran formulados en el aire: los recursos de la
época permiten su realización, pero la estructura económica retardadora es
incapaz de valorar estos recursos. Al mismo tiempo, la ideología de la clase
dominante ha perdido toda coherencia: por la depreciación de sus sucesivas
concepciones del mundo, lo que la inclina al indeterminismo histórico; por la
coexistencia de pensamientos reaccionarios escalonados cronológicamente y en
principio enemigos, como el cristianismo y la social-democracia; por la mezcla
de las aportaciones de varias civilizaciones extranjeras en el Occidente
contemporáneo, de las que se reconocen pocos valores. El objetivo principal de
la ideología de la clase dominante es, pues, la confusión.
En la cultura -al emplear la palabra cultura dejamos de lado
constantemente los aspectos científicos o pedagógicos de la cultura, incluso si
la confusión se hace sentir a nivel de las grandes teorías científicas o de los
conceptos generales de la enseñanza; designamos un complejo de la estética, de
los sentimientos y de las costumbres: la reacción de una época sobre la vida
cotidiana-, los procedimientos contra-revolucionarios que causan la confusión
son, paralelamente, la anexión parcial de los nuevos valores y una producción
deliberadamente anti-cultural apoyada en los medios de la gran industria (novela,
cine), consecuencia natural del embrutecimiento de la juventud en las escuelas
y en la familia. La ideología dominante organiza la banalización de los
hallazgos subversivos y las difunde ampliamente una vez esterilizadas. Incluso
consigue servirse de los individuos subversivos: muertos por el falseamiento de
su obra y vivos gracias a la confusión ideológica general, drogados con una de
las místicas con las que comercia.
Una de las contradicciones de la burguesía en la fase de
liquidación es, pues, el hecho de respetar el principio de la creación
intelectual y artística: oponerse a estas creaciones y después hacer uso de
ellas. Ha de mantener en la minoría el sentido de la crítica y la
investigación, pero bajo la condición de orientar esta actividad hacia
disciplinas utilitarias estrictamente fragmentadas, y romper la conjunción de
la crítica y la investigación. En el dominio de la cultura, la burguesía se
esfuerza en invertir el gusto de lo nuevo, que en nuestra época le resulta
peligroso, hacia ciertas formas degradadas de novedad, inofensivas y confusas.
Los mecanismos comerciales que dominan la actividad cultural dividen las
tendencias de vanguardia en fracciones que pueden controlar, una vez
restringidas por el conjunto de las condiciones sociales. La gente que destaca
en estas tendencias son admitidas generalmente a título individual, al precio
de las negaciones que se imponen. El punto capital del debate es siempre la
renuncia a una reivindicación general y la aceptación de un trabajo
fragmentario, susceptible de diversas interpretaciones. Lo que da al término
"vanguardia" -a fin de cuentas siempre manejada por la burguesía-
algo de sospechoso y ridículo.
La propia noción de vanguardia colectiva, con el aspecto militante
que implica, es un producto reciente de las condiciones históricas que provocan
al mismo tiempo la necesidad de un programa revolucionario coherente en la
cultura y la necesidad de luchar contra las fuerzas que impiden el desarrollo
de este programa. Estos grupos llevan a su esfera de actividad algunos métodos
de organización creados por la política revolucionaria. En adelante su acción
no puede concebirse sin relacionarla con una crítica política. A este respecto
la progresión es notable entre el futurismo, el dadaísmo, el surrealismo, y los
movimientos formados después de 1945. Descubrimos en cada uno de estos estadios
la misma voluntad universalista de cambio y la misma dispersión rápida cuando
la incapacidad de cambiar con suficiente profundidad el mundo real provoca un
repliegue defensivo sobre las mismas posiciones doctrinales que se acaban de
mostrar insuficientes.
La influencia del futurismo se propagó a partir de Italia en el
período que precedió a la primera guerra mundial. Adoptó una actitud de
subversión de la literatura y de las artes que no dejaba de aportar un gran
número de novedades formales, pero que sólo se basaba en una aplicación
esquemática de la noción de progreso maquinista. La puerilidad del optimismo
técnico futurista desapareció con el período de euforia burguesa que lo había
motivado. El futurismo italiano se hundió, del nacionalismo al fascismo, sin
desarrollar una visión teórica más completa de su tiempo.
El dadaísmo, constituido por refugiados y desertores de la primera
guerra mundial en Zurich y Nueva York, quería ser el rechazo de todos los
valores de la sociedad burguesa, cuyo fracaso se acababa de mostrar en el
estallido de la guerra. Sus violentas manifestaciones en la Alemania y la
Francia de posguerra se refieren principalmente a la destrucción del arte y de
la escritura, y en menor medida, a ciertas formas de comportamiento
(espectáculos, discursos, paseos deliberadamente imbéciles). Su función
histórica es haber dado un golpe mortal a la concepción tradicional de la
cultura. La disolución casi inmediata del dadaísmo era necesaria por su
definición totalmente negativa. Pero el espíritu dadaísta ha determinado una
parte de todos los movimientos que le han sucedido. Un aspecto de negación,
históricamente dadaísta, se va a encontrar en toda posición constructiva
posterior, hasta el momento en que sean barridas por la fuerza las condiciones
sociales que imponen la reedición de superestructuras corrompidas cuyo proceso
intelectual está agotado.
Los creadores del surrealismo, que habían participado en Francia
en el movimiento dadá, se esforzaron en definir el terreno de una acción
constructiva a partir de la revuelta moral y del desgaste extremo de los medios
tradicionales de comunicación que había revelado el dadaísmo. El surrealismo,
que parte de una aplicación poética de la psicología freudiana, extendió los
métodos que había descubierto a la pintura, al cine, y a algunos aspectos de la
vida cotidiana. Después, de una forma difusa, mucho más allá. Para una empresa
de esta naturaleza no se trataba de tener absoluta o relativamente la razón,
sino de catalizar, durante un cierto tiempo, los deseos de una época. El
período de progreso del surrealismo, marcado por la liquidación del idealismo y
por un momento de religación con el materialismo dialéctico, se detuvo poco
después de 1930, pero su decadencia no fue manifiesta hasta el fin de la
segunda guerra mundial. El surrealismo se había extendido a un número bastante
grande de naciones. Había inaugurado una disciplina en la que no se puede
subestimar el rigor, temperado a menudo por consideraciones comerciales pero
que era una eficaz medida de lucha contra los mecanismos de confusión de la
burguesía.
El programa surrealista -afirmando la soberanía del deseo y de la
sorpresa, proponiendo un nuevo uso de la vida-, es mucho más rico en
posibilidades constructivas de lo que se piensa generalmente. Es cierto que la
falta de medios materiales de realización limitó gravemente el alcance del
surrealismo, pero el remate espiritista de los primeros cabecillas, y sobre
todo la mediocridad de los epígonos, nos obligan a buscar la negación del
desarrollo de la teoría surrealista en su origen.
El error que está en la base del surrealismo es la idea de la
riqueza infinita de la imaginación inconsciente. La causa del fracaso
ideológico del surrealismo es haber apostado que el inconsciente era la gran
fuerza, finalmente descubierta, de la vida. Haber revisado la historia de las
ideas en consecuencia y haberse detenido ahí. Ahora sabemos que la imaginación
inconsciente es pobre, que la escritura automática es monótona, y que todo un
género de "insólito" que muestra de lejos la inmutable marcha
surrealista es extremadamente poco sorprendente. La fidelidad formal a este
estilo de imaginación conduce a las antípodas de las condiciones modernas del
imaginario: al ocultismo tradicional. Hasta qué punto se ha quedado el
surrealismo en la dependencia de su hipótesis del inconsciente, se mide en el
trabajo de profundización teórico intentado por la segunda generación
surrealista: Calas y Mabille lo relacionan todo con dos aspectos constantes de
la práctica surrealista del inconsciente -para el primero el psicoanálisis, las
influencias cósmicas para el segundo. El descubrimiento de la función del
inconsciente fue una sorpresa, una novedad, pero no la ley de las sorpresas y
de las novedades futuras. Freud descubrió esto mismo cuando escribió:
"Todo lo que es consciente se usa. Lo que es inconsciente permanece
inalterable. Pero una vez libre, ¿no deja en ruinas su atalaya?".
El surrealismo, oponiéndose a una sociedad aparentemente
irracional en la que la ruptura entre la realidad y unos valores aún
fuertemente proclamados era llevada hasta el absurdo, se servía de la
irracionalidad para destruir los valores lógicos exteriores. Para muchos, el
éxito del surrealismo se encuentra en el hecho de que la ideología de esta
sociedad, en su vertiente más moderna, ha renunciado a una estricta
jerarquización de los valores fácticos, pero por su parte se sirve abiertamente
de lo irracional y así de los restos del surrealismo. Sobre todo la burguesía
ha de impedir un nuevo comienzo del pensamiento revolucionario. Ha sido
consciente del carácter amenazante del surrealismo y ahora que lo ha podido
disolver en el comercio estético se complace en constatar que el surrealismo
había alcanzado el punto extremo del desorden. La burguesía cultiva así una
especie de nostalgia, al mismo tiempo que desacredita toda investigación
novedosa remitiéndola automáticamente al "ya visto" surrealista, es
decir, a un fracaso que, para ella, no puede ser cuestionado por nadie. El
rechazo de la alienación en la sociedad de moral cristiana ha conducido a
algunos hombres a respetar la alienación plenamente irracional de las
sociedades primitivas, y eso es todo. Hay que ir más lejos y en primer lugar
racionalizar el mundo, como primera condición para incorporar la pasión.
La descomposición, estadio supremo del pensamiento burgués
La pretendida cultura moderna tiene sus dos centros principales en
París y Moscú. Las modas salidas de París, en cuya elaboración los franceses no
son mayoritarios, influyen a Europa, América y los restantes países
desarrollados de la zona capitalista, como el Japón. Las modas impuestas
administrativamente por Moscú influyen en la totalidad de los Estados obreros
y, en débil medida, actúan sobre París y su zona de influencia europea. La
influencia de Moscú es de origen directamente político. Para explicarse la
influencia tradicional, aún mantenida, de París, hay que darse cuenta del
avance adquirido en la concentración profesional.
El pensamiento burgués perdido en la confusión sistemática, el
pensamiento marxista profundamente alterado en los estados obreros; el
conservadurismo reina a Este y Oeste, principalmente en el dominio de la
cultura y las costumbres. Se anuncia en Moscú, retomando las actitudes típicas
de la pequeña burguesía del siglo XIX. Se enmascara en París, en anarquismo,
cinismo o humor. Aunque las dos culturas dominantes no son capaces de integrar
los problemas reales de nuestro tiempo, se puede decir que la experiencia se ha
llevado más lejos en Occidente, y que la zona de Moscú ha permanecido como una
región subdesarrollada en este orden de la producción.
En la zona burguesa, donde generalmente ha sido tolerada una
apariencia de libertad intelectual, el conocimiento del movimiento de las ideas
o la visión confusa de las múltiples transformaciones del medio favorecen la
toma de conciencia de un cambio en curso, cuya fuerza es incontrolable. La
sensibilidad dominante intenta adaptarse, impidiendo nuevos cambios que, en
última instancia, le son forzosamente perjudiciales. Mientras tanto las
soluciones propuestas por las corrientes retrógradas se dirigen necesariamente
a tres actitudes: la prolongación de los modos aportados por la crisis dadá-surrealismo
(que no es más que la expresión cultural elaborada de un estado de espíritu que
se manifiesta espontáneamente en todas partes cuando caen, después de las
formas de vida del pasado, las razones de vivir admitidas hasta este momento);
la instalación en las ruinas mentales; y, finalmente, el retorno hacia atrás.
En lo referido a las modas persistentes, una forma diluida de
surrealismo se encuentra en todas partes. Tiene todos los sabores de la época
surrealista y ninguna de sus ideas. La repetición es su estética. Los restos
del movimiento surrealista ortodoxo, en este estado senil-ocultista, son tan
incapaces de tener una posición ideológica como de inventar cualquier cosa:
garantizan los charlatanes, cada vez más vulgares, y piden otros.
La instalación en la nulidad es la solución cultural que se mostró
con más fuerza los años que siguieron a la segunda guerra mundial. Permite la
elección entre dos posibilidades que han sido ilustradas abundantemente: la
disimulación de la nada mediante un vocabulario apropiado o su afirmación
desenvuelta.
La primera opción es célebre sobre todo desde la literatura
existencialista, que reproduce, bajo el envoltorio de una supuesta filosofía,
los aspectos más mediocres de la evolución cultural de los treinta años
precedentes; sosteniendo su interés de origen publicitario mediante
falsificaciones del marxismo o del psicoanálisis, o incluso con compromisos o
dimisiones políticas reiteradas, a ciegas. Estos procedimientos han tenido un
gran número de seguidores, evidentes o disimulados. El permanente hormigueo de
la pintura abstracta y de los teóricos que la definen es un hecho de la misma
naturaleza, de unas dimensiones comparables.
La afirmación gozosa de una perfecta nulidad mental constituye el
fenómeno que se denomina, en la neo-literatura reciente, "el cinismo de
los jóvenes novelistas de derechas". Se extiende más allá de la gente de
derechas, de los novelistas o de su semi-juventud.
Entre las tendencias que reclaman un retorno al pasado, la
doctrina realista-socialista se muestra la más atrevida, porque pretendiendo
apoyarse en las conclusiones de un movimiento revolucionario, puede sostener en
el dominio de la creación cultural una posición indefendible. En la conferencia
de los músicos soviéticos, en 1948, Andreï Jdanov mostraba la apuesta de su
represión teórica: "¿Hemos hecho bien manteniendo los tesoros de la
pintura clásica y destruyendo a los liquidadores de la pintura? ¿La
supervivencia de tales "escuelas" no habría significado la
liquidación de la pintura?". En presencia de esta liquidación de la
pintura, y de muchas otras liquidaciones, la burguesía occidental desarrollada,
al constatar la caída de todos los sistemas de valores, apuesta por la
descomposición ideológica completa, como reacción desesperada y por oportunismo
político. Contrariamente, Andreï Jdanov -con el gusto característico del
advenedizo- se reconoce en el pequeño burgués que está contra la descomposición
de los valores culturales del siglo pasado; y no ve otra solución que una restauración
autoritaria de estos valores. Es bastante irrealista creer que circunstancias
políticas efímeras y localizadas dan el poder de escamotear los problemas
generales de una época, simplemente obligando a retomar el estudio de los
problemas pasados después de haber excluido por hipótesis todas las
conclusiones que la historia ha sacado de estos problemas.
La propaganda tradicional de las organizaciones religiosas,
principalmente del catolicismo, está próxima, por la forma y algunos aspectos
del contenido, de este realismo-socialista. Mediante una propaganda invariable,
el catolicismo defiende una estructura ideológica general que, entre las
fuerzas del pasado, es única en poseer aún. Pero para recuperar los sectores
cada vez más numerosos que escapan a su influencia, la Iglesia católica
persigue, paralelamente a su propaganda tradicional, una retención de las
formas culturales modernas, principalmente de aquellas que revelen una nulidad
teóricamente complicada -la pintura llamada informal, por ejemplo. En relación
a otras tendencias burguesas los reaccionarios católicos tienen esta ventaja:
que al estar asegurados por una jerarquía de valores permanentes les es más
fácil impulsar alegremente la descomposición hasta el extremo en la disciplina
que prefieran.
La consecuencia de la crisis de la cultura moderna es la
descomposición ideológica. Sobre estas ruinas no puede construirse nada nuevo,
y el simple ejercicio del espíritu crítico deviene imposible. Cada juicio choca
contra los otros; cada uno se refiere a restos de sistemas generales
desafectados, o a imperativos sentimentales personales.
La descomposición lo ha ganado todo. Sólo tenemos que ver el uso
masivo de la publicidad comercial influir cada vez más en los criterios sobre
la creación cultural, que era un proceso antiguo. Hemos llegado a un punto de
ausencia ideológica en el que sólo funciona la actividad publicitaria, en
exclusión de todo juicio crítico anterior, pero no sin entrañar un reflejo
condicionado del juicio crítico. El juego complejo de las técnicas de venta
crea automáticamente, para sorpresa general de los profesionales,
pseudo-sujetos de discusión cultural. Es la importancia sociológica del
fenómeno Sagan-Drouet, una experiencia habida en Francia los últimos tres años,
cuyo eco ha superado incluso los límites de la zona cultural que tiene su eje
en París, y provocado el interés de los Estados obreros. Los jueces
profesionales de la cultura, en presencia del fenómeno Sagan-Drouet, sienten el
resultado imprevisible de mecanismos que se les escapan, y lo explican
generalmente con los procedimientos de reclamo del circo. Pero a causa de su
oficio se encuentran forzados a oponerse, por fantasmas críticos, a la causa de
estos fantasmas de obras (una obra cuyo interés sea inexplicable constituye el
tema más rico para la crítica confusionista burguesa). No son conscientes de
que los mecanismos intelectuales de la crítica se les habían escapado mucho
antes de que los mecanismos exteriores explotaran este vacío. No quieren
reconocer en Sagan-Drouet el revés ridículo del cambio del medio de expresión
en medio de acción sobre la vida cotidiana. Este proceso de superación ha hecho
la vida del autor cada vez más importante en lo relativo a su obra. Cuando el
período de las expresiones importantes ha llegado a la última reducción, sólo
puede ser importante el personaje del autor, que lo único que puede tener de
notable es la edad, un vicio de moda, un viejo oficio pintoresco.
La oposición que hay que unir contra la descomposición ideológica
no puede limitarse a criticar las bufonadas que se producen en las formas
condenadas, como la poesía o la novela. Hay que criticar las actividades
importantes para el futuro, aquellas de las que nos hemos de servir. Un signo
muy grave de la descomposición ideológica actual es ver la teoría funcionalista
de la arquitectura fundarse sobre las concepciones más reaccionarias de la
sociedad y la moral. A las aportaciones parciales del primer Bauhaus o de la
escuela de Le Corbusier se añade en contrapartida una noción excesivamente
atrasada de la vida y de su marco.
Sin embargo todo indica, desde 1956, que entramos en una nueva
fase de la lucha, y que un empujón de las fuerzas revolucionarias incidiendo en
todos los frentes con los más desesperados obstáculos, comienza a cambiar las
condiciones del período precedente. Al mismo tiempo se aprecia cómo el
realismo-socialista comienza a retroceder en los países del campo
anti-capitalista con la reacción estalinista que la había producido. La cultura
Sagan-Drouet marca un estadio no sobrepasable de la decadencia burguesa y una
relativa toma de conciencia, en Occidente, del agotamiento de los recursos
culturales en vigor desde el fin de la segunda guerra mundial. La minoría
vanguardista puede encontrar un valor positivo.
Función de las tendencias minoritarias en el período de reflujo
El reflujo del movimiento revolucionario mundial se manifiesta
algunos años después de 1920 y va acentuándose hasta cerca de 1950. Está
seguido, con una distancia de cinco o seis años, por un reflujo de los
movimientos que han intentado afirmar novedades liberadoras en la cultura y la
vida cotidiana. La importancia ideológica y material de estos movimientos
disminuye sin parar hasta un punto de aislamiento total en la sociedad. Su
acción, que en condiciones más favorables puede suponer una renovación brusca
del medio sensible, se debilita hasta el punto de que las tendencias
conservadoras llegan a impedirle toda penetración directa en el juego tramposo
de la cultura oficial. Estos movimientos, eliminados de su función en la
producción de los nuevos valores, constituyen un ejército de reserva del
trabajo intelectual, del que la burguesía puede extraer individuos que añadirán
matices inéditos a su propaganda.
En este punto de disolución, la importancia de la vanguardia
experimental en la sociedad es aparentemente inferior a la de las tendencias
pseudo-modernistas que no se molestan en mostrar una voluntad de cambio, pero
que representan, con grandes medios, la cara moderna de la cultura admitida. Sin
embargo todos aquellos que tienen un lugar en la producción real de la cultura
moderna, y los que descubren sus intereses en tanto que productores de esta
cultura, por el hecho de ser reducidos a una posición negativa, desarrollan una
consciencia de la que carecen los comediantes modernistas de la sociedad
decadente. La pobreza de la cultura admitida y su monopolio sobre los medios de
producción cultural producen una indigencia proporcional de la teoría y de las
manifestaciones de la vanguardia. Pero es únicamente en esta vanguardia donde
se constituye insensiblemente una nueva concepción revolucionaria de la
cultura. Esta nueva concepción se ha de afirmar en el momento en que la cultura
dominante y los esbozos de cultura opositora llegan al punto extremo de su
separación e impotencia recíproca.
La historia de la cultura moderna en el período de reflujo
revolucionario es, pues, la historia de la reducción teórica y práctica del
movimiento de renovación, hasta la segregación de las tendencias minoritarias y
la dominación sin precedentes de la descomposición.
Entre 1930 y la segunda guerra mundial se asiste al declinar
continuo del surrealismo como fuerza revolucionaria, al mismo tiempo que a la
extensión de su influencia más allá de su control. La posguerra supuso la
liquidación rápida del surrealismo por parte de dos elementos que truncaron su
desarrollo hacia el 1930: la falta de posibilidades de renovación teórica y el
reflujo de la revolución, que se traducían mediante la reacción política y
cultural al movimiento obrero. Este segundo elemento es inmediatamente
determinante, por ejemplo, en la desaparición del grupo surrealista de Rumania.
En cambio, es el primero de estos elementos el que condena a un estallido
rápido al movimiento surrealista-revolucionario en Francia y en Bélgica.
Exceptuando el grupo belga, en el que una fracción venida del surrealismo se
mantiene en una posición experimental válida, todas las tendencias surrealistas
extendidas por el mundo han optado por el campo del idealismo místico.
Reuniendo una parte del movimiento surrealista-revolucionario se
constituyó una "Internacional de los Artistas Experimentales" -que
publicaba la revista "Cobra", Copenhague-Bruselas-Amsterdam. Fue
constituida entre 1949 y 1951 en Dinamarca, Holanda y Bélgica, y después
extendida a Alemania. El mérito de estos grupos fue comprender que una
organización tal es una necesidad por la complejidad y las dimensiones de los
problemas actuales. Pero la falta de rigor ideológico, el aspecto principalmente
plástico de sus investigaciones y sobre todo, la ausencia de una teoría general
de las condiciones y de las perspectivas de su experiencia, ocasionaron su
dispersión.
El letrismo, en Francia, era parte de una oposición completa a
todo el movimiento estético conocido, del que analizaba la deterioración
constante. Al proponerse la creación ininterrumpida de nuevas formas en todos
los dominios, el grupo letrista, entre 1946 y 1952, mantuvo una agitación
saludable. Pero al admitir que las disciplinas estéticas habían de tener un
nuevo inicio en un marco general similar al anterior, este error idealista
limita sus producciones a algunas experiencias irrisorias. En 1952, la
izquierda letrista se organiza en la "Internacional Letrista", y
expulsa a la fracción conservadora. En la Internacional Letrista se perseguía,
mediante vivas luchas de tendencias, la investigación de nuevos procedimientos
de intervención en la vida cotidiana.
En Italia, con la excepción del grupo experimental
anti-funcionalista que forma en 1955 la mayor sección del Movimiento
Internacional para un Bauhaus Imaginista, las tentativas de formación de
vanguardias ligadas a las viejas perspectivas artísticas no llegarán a una
expresión teórica.
Sin embargo, de los Estados Unidos al Japón dominaba el
continuismo de la cultura occidental, con todo lo que tiene de anodino y vulgar
(la vanguardia de los Estados Unidos, que acostumbra a unirse con la colonia
americana de París, se encuentra aislada desde el punto de vista ideológico,
social e incluso ecológico, en el mayor conformismo). La producción de los
pueblos que aún están sometidos a un colonialismo cultural -causado a menudo
por la opresión política- a pesar de que pueden parecer progresistas en su
país, tienen un carácter reaccionario en los centros culturales avanzados. Los
críticos que ligan toda su carrera a referencias pasadas con los antiguos
sistemas de creación, buscan encontrar novedades según su ánimo en el cine
griego o la novela guatemalteca. Recurren a un exotismo que resulta ser anti-exótico
porque se trata de la reaparición de viejas formas explotadas con retraso en
otras naciones, pero que tienen la función principal del exotismo: la huida
fuera de las condiciones reales de la vida y de la creación.
En los Estados obreros sólo la experiencia iniciada por Brecht en
Berlín está próxima, por su cuestionamiento de la noción clásica de
espectáculo, de las construcciones que nos importan hoy. Sólo Brecht ha
conseguido resistirse a la necedad del realismo socialista en el poder.
Ahora que el realismo socialista se desmembra se puede esperar
todo de la irrupción revolucionaria de los intelectuales de los Estados obreros
en los verdaderos problemas de la cultura moderna. Si el jdanovismo ha sido la
expresión más pura, no únicamente de la degeneración cultural del movimiento
obrero, sino también de la posición cultural conservadora en el mundo burgués,
aquellos que en este momento, en el Este, se levantan contra el jdanovismo no
podrán hacerlo, cualquiera que sean sus intenciones subjetivas, en favor de una
mayor libertad creativa (que sería únicamente, por ejemplo, la de Cocteau). El
sentido objetivo de una negación del jdanovismo tenemos que verlo en la
negación de la negación jdanovista de la "liquidación". La única
superación posible del jdanovismo será el ejercicio de una libertad real, que
es el conocimiento de la necesidad presente.
Al mismo tiempo, los años que acaban de pasar no han sido más que
un período de resistencia confusa en el reino confuso de la necedad retrógrada.
Nosotros no estamos confusos. Pero no debemos detenernos en los gustos o los
pequeños hallazgos de este período. Los problemas de la creación cultural no
pueden ser resueltos más que en relación a un nuevo avance de la revolución
mundial.
Plataforma de una oposición provisional
Una acción revolucionaria en la cultura no habría de tener como
objetivo traducir o explicar la vida, sino prolongarla. Tenemos que hacer
retraerse la adversidad. La revolución no se encuentra exclusivamente en la
cuestión de saber a qué nivel de producción llega la industria pesada, y quién
será el líder. Con la explotación del hombre deben morir las pasiones, las
compensaciones y los hábitos que eran sus productos. Hay que definir nuevos
deseos en relación con las posibilidades de hoy. En lo más fuerte de la lucha
entre la sociedad actual y las fuerzas que quieren destruirla, es hora de
encontrar los primeros elementos de una construcción superior del medio, y las
nuevas condiciones de comportamiento. A título de experiencia, como de
propaganda. El resto pertenece y sirve al pasado.
Tenemos que emprender un trabajo colectivo organizado, tendiente a
un uso unitario de todos los medios de agitación de la vida cotidiana. Es
decir, que tenemos que reconocer la interdependencia de estos medios, en la
perspectiva de una mayor dominación de la naturaleza, de una mayor libertad.
Tenemos que construir nuevos ambientes que sean a la vez el producto y el
instrumento de nuevos comportamientos. Para hacer esto tendremos que emplear
empíricamente, al principio, los actos cotidianos y las formas culturales que
existen en la actualidad, contestándole todo valor propio. El propio criterio
de novedad, de investigación formal, ha perdido su sentido en el marco
tradicional del arte, es decir, de un medio fragmentario insuficiente cuyas
renovaciones parciales nacen ya caducas -luego son imposibles.
No debemos rechazar la cultura moderna sino apropiárnosla para
negarla. No puede haber un intelectual revolucionario si no reconoce la
revolución cultural ante la que nos hallamos. Un intelectual creador no puede
ser revolucionario sosteniendo simplemente la política de un partido; tendrá
que serlo mediante procedimientos originales, pero trabajando junto a los
partidos por el cambio de todas las superestructuras culturales. Del mismo modo
lo que determina en última instancia la cualidad de intelectual burgués no es
el origen social ni el conocimiento de una cultura -punto de partida común de
la crítica y de la creación-, sino una función en la producción de las formas
históricamente burguesas de la cultura. Cuando la crítica literaria burguesa
felicite a los autores de opiniones políticas revolucionarias, éstos tendrán
que preguntarse qué errores han cometido.
La unión de distintas tendencias experimentales para un frente
revolucionario en la cultura, comenzada en el congreso celebrado en Alba,
Italia, a finales de 1956, supone que no descuidamos tres factores importantes.
En primer lugar hay que exigir un acuerdo completo entre las
personas y los grupos que participan en esta acción conjunta, pero no
facilitarlo permitiendo que se disimulen ciertas consecuencias. Se ha de
mantener a distancia a los esnobs y a los arribistas que tienen la
inconsciencia de querer llegar por esta vía.
A continuación hay que recordar que si toda actitud realmente
experimental es utilizable, el uso abusivo de esta palabra a menudo intenta
justificar una acción artística en una estructura actual, es decir, encontrada
antes por otros. La única vía experimental válida se basa en la crítica de las
condiciones existentes, y en su superación deliberada. Tenemos que significar
de una vez por todas que no se ha de llamar creación a lo que no es más que
expresión personal en el marco de medios creados por otros. La creación no es
la conciliación de los objetos y las formas, sino la invención de nuevas leyes
sobre estas relaciones.
Finalmente, hay que liquidar entre nosotros el sectarismo, que se
opone a la unidad de acción con aliados posibles para fines definidos; que
impide la vertebración de organizaciones paralelas. La Internacional Letrista,
entre 1952 y 1955, tras algunas depuraciones necesarias, se orientó hacia una
suerte de rigor absoluto que conduce a un aislamiento y a una ineficacia
igualmente absolutos, y favorece a la larga un cierto inmovilismo, una
degeneración del espíritu de crítica y de descubrimiento. Se ha de superar
definitivamente esta conducta sectaria en favor de acciones reales. Sólo sobre
este criterio habremos de encontrar o abandonar camaradas. Naturalmente esto no
quiere decir que hayamos de renunciar a las rupturas, como nos invita todo el
mundo. Pensemos, en cambio, que hay que ir más lejos aún en la ruptura con los
hábitos y las personas.
Tenemos que definir colectivamente nuestro programa y realizarlo
de manera disciplinada, por todos los medios, incluso artísticos.
Hacia una internacional situacionista
Nuestra idea central es la construcción de situaciones, es decir,
la construcción concreta de ambientes momentáneos de la vida y su
transformación en una calidad pasional superior. Tenemos que poner a punto una
intervención ordenada sobre los factores complejos de dos grandes componentes
en perpetua interacción: el marco material de la vida; los comportamientos que
entraña y que lo desordenan.
Nuestras perspectivas de acción sobre este marco tienden, en su
último desarrollo, a la concepción de un urbanismo unitario. El urbanismo
unitario se define en primer lugar por el uso del conjunto de las artes y las
técnicas como medios que concurren en una composición integral del medio. Hay
que afrontar este conjunto como infinitamente más extenso que el antiguo
imperio de la arquitectura sobre las artes tradicionales, o que la actual
aplicación ocasional al urbanismo anárquico de técnicas especializadas o de
investigaciones científicas como la ecología. El urbanismo unitario tendrá que
dominar, por ejemplo, tanto el medio sonoro como la distribución de las
diferentes variedades de bebidas o de alimentos. Tendrá que abarcar la creación
de formas nuevas y la inversión de las formas conocidas de la arquitectura y el
urbanismo -igualmente la subversión de la poesía o del cine anterior. El arte
integral, del cual se ha hablado tanto, no puede realizarse más que a nivel del
urbanismo. Pero no puede corresponder a ninguna de las definiciones tradicionales
de la estética. En cada una de sus ciudades experimentales, el urbanismo
unitario actuará mediante un cierto número de campos de fuerzas que
momentáneamente podríamos designar con el término clásico de barrios. Cada
barrio podrá tender a una armonía precisa, en ruptura con las vecinas; o bien
podrá jugar sobre un máximo de ruptura de armonía interna.
En segundo lugar, el urbanismo unitario es dinámico, es decir,
está en relación estrecha con los estilos de comportamiento. El elemento más
reducido del urbanismo unitario no es la casa, sino el complejo arquitectónico,
que es la reunión de todos los factores que condicionan un ambiente o una serie
de ambientes enfrentados, a la escala de la situación construida. El desarrollo
espacial ha de tener en cuenta las realidades sensibles que la ciudad
experimental va a determinar. Uno de nuestros camaradas ha avanzado una teoría
de los barrios estados-de alma, según la cual cada barrio de una ciudad habrá
de intentar provocar un sentimiento simple, al cual el sujeto se expondrá con
conocimiento de causa. Parece que un proyecto así saca oportunas conclusiones
de un movimiento de depreciación de los sentimientos primarios accidentales, y
que su realización podría contribuir a acelerar este movimiento. Los camaradas
que reclaman una nueva arquitectura, una arquitectura libre, han de comprender
que esta nueva arquitectura no funcionará con líneas y formas libres, poéticas
-en el sentido de aquellos que reclaman una pintura de "abstracción
lírica"- sino sobre todos los efectos de atmósfera de las piezas, de los
colores, de las calles, atmósfera ligada a los gestos que contiene. La
arquitectura ha de avanzar tomando como materia situaciones excitantes, más que
fórmulas conmovedoras. Las experiencias tenidas a partir de esta materia
conducirán a formas desconocidas. La investigación psicogeográfica,
"estudio de las leyes exactas y de los efectos precisos del medio
geográfico, conscientemente dispuestas o no, actúan directamente sobre el
comportamiento afectivo de los individuos", toma su doble sentido de
observación activa de las aglomeraciones urbanas de hoy, y del establecimiento
de hipótesis sobre la estructura de una ciudad situacionista. El progreso de la
psicogeografía depende en gran medida de la extensión estadística de sus
métodos de observación, pero principalmente de la experimentación mediante
intervenciones concretas en el urbanismo. Hasta este estadio no se puede estar
seguro de la verdad objetiva de los primeros datos psicogeográficos. Cuando
estos datos sean falsos, serán seguramente las falsas soluciones a un verdadero
problema.
Nuestra acción sobre el comportamiento, en relación con los demás
aspectos deseables de una revolución en las costumbres, puede definirse
someramente por la invención de juegos de una esencia nueva. El objetivo
general tiene que ser la ampliación de la parte no mediocre de la vida, de
disminuir, en tanto sea posible, los momentos nulos. Se puede hablar como de
una empresa de ampliación cuantitativa de la vida humana, más seria que los
procedimientos biológicos estudiados actualmente. Por esto implica un aumento
cualitativo de desarrollo imprevisible. El juego situacionista se distingue de
la concepción clásica de juego por la negación radical del carácter lúdico de
competición y de separación de la vida corriente. El juego situacionista no es
distinto de una elección moral, que es la toma de partido para el que asegura
el reino futuro de la libertad y del juego. Esto está ligado a la certeza del
aumento continuo y rápido del tiempo libre al nivel de fuerza productiva al que
se encamina nuestro tiempo. También está ligado al reconocimiento del hecho de
que se ofrece ante nuestros ojos una batalla de tiempo libre, cuya importancia
en la lucha de clases no ha sido suficientemente analizada. En este momento, la
clase dominante ha conseguido servirse del tiempo libre que le ha arrebatado el
proletariado revolucionario, desarrollando un vasto sector industrial del ocio
que es un incomparable instrumento de embrutecimiento del proletariado mediante
los subproductos de la ideología mistificadora y de los gustos de la burguesía.
Probablemente haya que buscar en esta abundancia de basura televisiva una de
las razones de la incapacidad de la clase obrera americana para politizarse. Al
obtener mediante la presión colectiva una ligera elevación del precio de su
trabajo por encima del mínimo necesario en la producción de éste, el
proletariado no amplia únicamente su poder de lucha sino también el terreno de
la lucha. Se producen nuevas formas de lucha paralelamente a los conflictos
directamente económicos y políticos. Se puede decir que hasta ahora la
propaganda revolucionaria ha estado dominada por aquellas formas de lucha en
todos los países en los que el desarrollo industrial avanzado las ha introducido.
Que el cambio necesario de la infraestructura pueda ser retrasado por los
errores y las debilidades a nivel de las superestructuras, es lo que han
demostrado lamentablemente algunas experiencias del siglo veinte. Hay que
arrojar nuevas fuerzas en la batalla del ocio, y nosotros tendremos nuestro
lugar.
Un ensayo primitivo de un nuevo modo de comportamiento se obtuvo
con lo que llamamos la deriva, que es la práctica de una confusión pasional por
el cambio rápido de ambientes, al mismo tiempo que un medio de estudio de la
psicogeografía y de la psicología situacionista. Pero la aplicación de esta
voluntad de creación lúdica se ha de extender a todas las formas conocidas de
relaciones humanas, e influenciar, por ejemplo, la evolución histórica de sentimientos
como la amistad y el amor. Todo lleva a creer que alrededor de la hipótesis de
la construcción de situaciones se halla lo esencial de nuestra investigación.
La vida de un hombre es un cúmulo de situaciones fortuitas, y si
ninguna de ellas es similar a otra, al menos estas situaciones son, en la
inmensa mayoría, tan indiferenciadas y sin brillo que dan perfectamente la
impresión de similitud. El corolario de este estado de cosas es que las escasas
situaciones destacables conocidas en una vida, retienen y limitan rigurosamente
esta vida. Tenemos que intentar construir situaciones, es decir, ambientes
colectivos, un conjunto de impresiones que determinan la calidad de un momento.
Si tomamos el ejemplo simple de una reunión de un grupo de individuos durante
un tiempo dado, habrá que estudiar, teniendo en cuenta los conocimientos y los
medios materiales de que disponemos, la organización del lugar, la elección de
los participantes y la provocación de los acontecimientos que conviene al
ambiente deseado. Es cierto que la potencia de una situación se ampliará
considerablemente en el tiempo y el espacio con las realizaciones del urbanismo
unitario o la educación de una generación situacionista. La construcción de
situaciones comienza tras la destrucción moderna de la noción de espectáculo.
Es fácil ver hasta qué punto el principio mismo del espectáculo está ligado a
la alienación del viejo mundo: la no-intervención. En cambio vemos cómo las
investigaciones revolucionarias más válidas en la cultura han intentado romper
la identificación psicológica del espectador con el héroe para arrastrarlo a la
actividad, provocando sus capacidades de subvertir su propia vida. La situación
está hecha para ser vivida por sus constructores. La función del "público",
si no pasivo apenas figurante, ha de disminuir siempre, mientras aumentará la
parte de aquellos que no pueden ser llamados actores sino, en un sentido nuevo
de este término, vividores.
Se han de multiplicar, digamos, los objetos y los sujetos
poéticos, desgraciadamente tan raros actualmente que los menores toman una
importancia afectiva exagerada; y organizar los juegos de estos sujetos
poéticos entre aquellos objetos poéticos. Este es nuestro programa,
esencialmente transitorio. Nuestras situaciones no tendrán avenir, serán
lugares de paso. El carácter inmutable del arte o de cualquier otra cosa no
entra en nuestras consideraciones, que son firmes. La idea de eternidad es la
más tosca que un hombre pueda concebir a propósito de sus actos.
Las técnicas situacionistas aún están por inventar. Pero sabemos
que una tarea no se presenta más que allá donde existen las condiciones
materiales necesarias para su realización, o al menos están en vías de
formación. Tenemos que comenzar por una fase experimental reducida. Sin duda
hay que preparar planes de situaciones, como escenas, aunque al principio
resulten insuficientes. Se tendrá que hacer progresar un sistema de notaciones,
cuya precisión aumentará a medida que nos vayan enseñando las experiencias de
construcción. Tendremos que encontrar o verificar leyes, como la que hace
depender la emoción situacionista de una extrema concentración o de una extrema
dispersión de los gestos (la tragedia clásica daría una imagen aproximada del
primer caso, y la deriva del segundo). Además de los medios directos que sean
usados para fines precisos, la construcción de situaciones requerirá, en su
fase de afirmación, una nueva aplicación de las técnicas de reproducción. Se
puede concebir, por ejemplo, la televisión proyectando en directo algunos
aspectos de una situación dentro de otra, incitando modificaciones e
interferencias. Pero más simplemente el cine llamado de actualidades podría
comenzar a merecer su nombre formando una nueva escuela de documentales,
encaminada a registrar para los archivos situacionistas los instantes más
significativos de una situación, antes de que la evolución de sus elementos
haya motivado una situación diferente. La construcción sistemática de
situaciones debe producir sentimientos inexistentes hasta la fecha; el cine
encontrará su gran función pedagógica en la difusión de estas nuevas pasiones.
La teoría situacionista sostiene firmemente una concepción
no-continua de la vida. La noción de unidad tiene que ser desplazada desde la
perspectiva de toda una vida -que es una mistificación reaccionaria basada en
la creencia en una alma inmortal y, en última instancia, en la división del
trabajo- a la de instantes aislados, y la construcción de cada instante
mediante un uso unitario de los medios situacionistas. En una sociedad sin
clases no habrá más pintores, sino situacionistas que, entre otras actividades,
pintarán.
El principal drama afectivo de la vida, después del eterno
conflicto entre el deseo y la realidad hostil al deseo, parece ser la sensación
del paso del tiempo. La actitud situacionista consiste en pujar sobre el flujo
del tiempo, contrariamente a los procedimientos estéticos que tienden a fijar
la emoción. El desafío situacionista al paso de las emociones y del tiempo
sería la apuesta de ganar siempre sobre el cambio, yendo siempre más lejos en
el juego y la multiplicación de los períodos excitantes. En este momento no es
fácil hacer una apuesta así. Sin embargo, aún arriesgándonos mil veces a
perderla, no tenemos la elección de otra actitud progresista.
La minoría situacionista se constituyó como tendencia dentro de la
izquierda letrista, después en la Internacional letrista que ha acabado
controlando. El mismo movimiento objetivo lleva a conclusiones de este orden a
muchos grupos vanguardistas del período reciente. Tenemos que eliminar
conjuntamente a todos los supervivientes del pasado. Hoy estimamos que un
acuerdo para una acción única de la vanguardia revolucionaria en la cultura se
ha de operar sobre un programa así. No tenemos recetas ni resultados definitivos.
Proponemos únicamente una investigación experimental conducida colectivamente
en algunas direcciones que definimos en este momento y en otros que han de ser
todavía determinados. La misma dificultad de llegar a las primeras
realizaciones situacionistas es una prueba de la novedad del dominio en el que
estamos penetrando. Lo que cambie nuestra manera de ver las calles es más
importante que lo que cambie nuestra manera de ver la pintura. Nuestras
hipótesis de trabajo serán reexaminadas en cada desorden futuro, venga de donde
venga.
Se nos dirá, principalmente por parte de los intelectuales y los
artistas revolucionarios que para cuestiones de gusto se acomodan en una cierta
impotencia, que este "situacionismo" es muy desagradable, que no
hemos hecho nada bello, que es mejor hablar de Gide y que nadie ve razones para
interesarse por nosotros. Se esconderán reprochándonos el retomar algunas
actitudes que no han hecho otra cosa que demasiado escándalo, y que expresan el
simple deseo de hacerse notar. Se indignarán de los procedimientos que hemos
creído que debíamos adoptar en algunas ocasiones para guardar o retomar
nuestras distancias. Nosotros respondemos: no se trata de saber si esto os
interesa, sino si seguiréis interesando en las nuevas condiciones de la
creación cultural. Vuestra función, intelectuales y artistas revolucionarios,
no es proclamar que la libertad es insultada cuando nosotros rechazamos marchar
con los enemigos de la libertad. No tenéis que imitar a los estetas burgueses,
que intentan llevarlo todo a lo ya hecho, porque aquello no les incomoda.
Sabéis que una creación no es nunca pura. Vuestra función es examinar lo que
hace la vanguardia internacional, participar en la crítica constructiva de su
programa y llamar a su sostenimiento.
Nuestras tareas inmediatas
Debemos sostener, junto a los partidos obreros o las tendencias
extremistas que existan en los partidos, la necesidad de afrontar una acción
ideológica consecuente para combatir, sobre el plano pasional, la influencia de
los métodos de propaganda del capitalismo evolucionado. Oponer concretamente,
en toda ocasión, a los reflejos del modo de vida capitalista, otros modos de
vida deseables; destruir, por todos los medios hiper-políticos, la idea
burguesa de la felicidad. Al mismo tiempo, teniendo en cuenta la existencia en
la clase dominante de las sociedades de elementos que siempre han concurrido,
por aburrimiento o por necesidad de novedad, a aquello que entraña finalmente
la desaparición de estas sociedades, debemos incitar a las personas que tienen
algunos de los vastos recursos que necesitamos para que nos proporcionen los
medios de realizar nuestras experiencias, por un crédito análogo al que puede
ser comprometido en la investigación científica, o cualquier cosa rentable.
Debemos presentar en todas partes una alternativa revolucionaria a
la cultura dominante; coordinar todas las investigaciones que se hacen en este
momento sin perspectiva de conjunto; conducir, mediante la crítica y la
propaganda, a los artistas e intelectuales más avanzados de todos los países a
tomar contacto con nosotros en vista de una acción común.
Debemos declararnos dispuestos a retomar la discusión, sobre la
base de este programa, con todos aquellos que habiendo tomado parte en una fase
anterior de nuestra acción se encuentren todavía capaces de reincorporarse.
Debemos llevar adelante los pilares del urbanismo unitario, del
comportamiento experimental, de la propaganda hiper-política, de la
construcción de ambientes. Ya se han interpretado bastante las pasiones: se
trata de encontrar otras nuevas.
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