Nicholas
Georgescu-Roegen, quien al nacer recibió el nombre de Nicolae Georgescu
(Constanţa,
Rumania, 4 de
febrero de 1906
– Nashville,
Tennessee,
30
de octubre de 1994),
fue un matemático
rumano, estadístico y economista,
mejor conocido por su obra de 1970/1971 La ley de la entropía y
el proceso económico (The Entropy Law and the Economic Problem, en
el original en inglés), en el cual se establecía la visión de que la segunda ley de la termodinámica
gobierna los procesos económicos, es decir, que la "energía libre"
utilizable tiende a dispersarse o a perderse en forma de "energía
restringida". Su libro se considera la obra
fundacional en el campo de la termoeconomía.
Fue el primer economista que habló de termodinámica y entropía. (LEER ARTÍCULO COMPLETO EN WIKIPEDIA)
Ningún
sistema económico puede sobrevivir sin un aporte continuo de energía y de
materia… Incluso si todos los desechos pudieran reciclarse, la disipación de la
materia impediría que el fondo de capital se mantuviese constante.
Cualquier
sociedad industrial se topa con una accesibilidad decreciente a la
materia-energía que necesita. Si esta circunstancia no se compensa con
innovaciones tecnológicas, necesariamente ha de incrementarse el capital y las
gentes han de trabajar más, a condición de que la población se mantenga
constante. En esta perspectiva, existe un límite tanto de la capacidad de
trabajar como de la necesidad de sustento y de bienestar. Si bien las
innovaciones equilibran la accesibilidad decreciente, el capital no puede
permanecer constante, aunque sea en un sentido poco definido. La mayor
dificultad reside entonces en la imposibilidad de que las innovaciones prosigan
indefinidamente.
Los
progresos tecnológicos, que tanto se nos venden y alaban en nuestra época, no
deberían cegarnos. Desde el punto de vista de la economía de los recursos
terrestres –base del modo de vida industrial de la humanidad-, la mayor parte
de las innovaciones representan un despilfarro de baja entropía. A este
respecto, que se tiren cuchillas de afeitar cuando pierden filo o que se
arrojen a la basura montañas de fotocopias sin merecer siquiera un vistazo, es
poca cosa en comparación con la mecanización de la agricultura y el recurso a
la “revolución verde”. Que haya automóviles, carritos de golf, cortadoras de
césped, etc., “más grandes y mejores” significa forzosamente que se da un
agotamiento de los recursos y una polución “más grandes y mejores”.
Es
esta manía del crecimiento a la que John Stuart Mill y los defensores modernos
del estado estacionario quieren poner fin. El problema es que, en cierta
manera, razonaron como si la negación del crecimiento tuviese que desembocar en
un estado estacionario. Probablemente, su condición de economistas les impedía
pensar también en un estado de decrecimiento. Ahora bien, merece destacarse que
la mayoría de los argumentos a favor del estado estacionario militan, todavía
mejor si cabe, a favor de ese otro estado.
Como
el propio Daly reconocía, la tesis del estado estacionario no nos dice nada ni
sobre la importancia de la población ni sobre el nivel de vida. Un análisis
termodinámico, en cambio, resalta una vez más que el tamaño deseable de una
población sería aquel que pudiera sostenerse gracias a una agricultura
exclusivamente orgánica.
Con
todo, la tesis de John Stuart Mill nos ofrece una gran lección: “La lucha por
el éxito…, que pasa por la saturación,
por pisotear, avasallar y aniquilar a los demás, y que caracteriza a la vida
social actual” –por utilizar sus propios términos- debe concluir.
Para
realizar este sueño, podríamos comenzar con un programa bioeconómico mínimo,
que debería tener en consideración no solo la suerte de nuestros
contemporáneos, sino también la de las generaciones venideras. Durante
demasiado tiempo, los economistas han predicado a favor de la maximización de
nuestros propios beneficios. Ya va siendo hora de que se sepa que la conducta
más racional consiste en minimizar los desechos. Toda pieza de armamento, al
igual que todo gran automóvil, significa menos alimentos para los que hoy en
día pasan hambre y menos arados para ciertas generaciones futuras (por muy
alejadas que nos parezcan) de seres humanos semejantes a nosotros.
Lo
que más necesita el mundo es una nueva ética. Si nuestros valores son justos,
todo lo demás –los precios, la producción, la distribución e incluso la
polución- debe serlo también. Al principio, el hombre se esforzó (al menos en
cierta medida) por observar el mandamiento: “no matarás”; y más tarde, “amarás
al prójimo como a ti mismo”. He aquí el mandamiento de nuestra era: “amarás a
tu especie como a ti mismo”.
A
pesar de todo, dicho mandamiento no podrá poner fin a la lucha que la humanidad
mantiene contra el entorno y contra sí misma. El deber de los académicos
consiste en contribuir a atenuar esa lucha y en no engañar a los otros con
ideas que escapan al poder de la ciencia de los hombres. Con humildad, tal es
la responsabilidad que enseña la bioética de Van Reusselaer-Potter.
(Extracto
del libro Demain la décroissance)
DOCUMENTAL SOBRE GEORGESCU-ROEGEN (FR.)
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