lunes, 31 de octubre de 2011

DECRECIMIENTO: Nicholas Georgescu-Roegen


Nicholas Georgescu-Roegen, quien al nacer recibió el nombre de Nicolae Georgescu (Constanţa, Rumania, 4 de febrero de 1906Nashville, Tennessee, 30 de octubre de 1994), fue un matemático rumano, estadístico y economista, mejor conocido por su obra de 1970/1971 La ley de la entropía y el proceso económico (The Entropy Law and the Economic Problem, en el original en inglés), en el cual se establecía la visión de que la segunda ley de la termodinámica gobierna los procesos económicos, es decir, que la "energía libre" utilizable tiende a dispersarse o a perderse en forma de "energía restringida". Su libro se considera la obra fundacional en el campo de la termoeconomía. Fue el primer economista que habló de termodinámica y entropía. (LEER ARTÍCULO COMPLETO EN WIKIPEDIA)



Ningún sistema económico puede sobrevivir sin un aporte continuo de energía y de materia… Incluso si todos los desechos pudieran reciclarse, la disipación de la materia impediría que el fondo de capital se mantuviese constante.

Cualquier sociedad industrial se topa con una accesibilidad decreciente a la materia-energía que necesita. Si esta circunstancia no se compensa con innovaciones tecnológicas, necesariamente ha de incrementarse el capital y las gentes han de trabajar más, a condición de que la población se mantenga constante. En esta perspectiva, existe un límite tanto de la capacidad de trabajar como de la necesidad de sustento y de bienestar. Si bien las innovaciones equilibran la accesibilidad decreciente, el capital no puede permanecer constante, aunque sea en un sentido poco definido. La mayor dificultad reside entonces en la imposibilidad de que las innovaciones prosigan indefinidamente.

Los progresos tecnológicos, que tanto se nos venden y alaban en nuestra época, no deberían cegarnos. Desde el punto de vista de la economía de los recursos terrestres –base del modo de vida industrial de la humanidad-, la mayor parte de las innovaciones representan un despilfarro de baja entropía. A este respecto, que se tiren cuchillas de afeitar cuando pierden filo o que se arrojen a la basura montañas de fotocopias sin merecer siquiera un vistazo, es poca cosa en comparación con la mecanización de la agricultura y el recurso a la “revolución verde”. Que haya automóviles, carritos de golf, cortadoras de césped, etc., “más grandes y mejores” significa forzosamente que se da un agotamiento de los recursos y una polución “más grandes y mejores”.

Es esta manía del crecimiento a la que John Stuart Mill y los defensores modernos del estado estacionario quieren poner fin. El problema es que, en cierta manera, razonaron como si la negación del crecimiento tuviese que desembocar en un estado estacionario. Probablemente, su condición de economistas les impedía pensar también en un estado de decrecimiento. Ahora bien, merece destacarse que la mayoría de los argumentos a favor del estado estacionario militan, todavía mejor si cabe, a favor de ese otro estado.

Como el propio Daly reconocía, la tesis del estado estacionario no nos dice nada ni sobre la importancia de la población ni sobre el nivel de vida. Un análisis termodinámico, en cambio, resalta una vez más que el tamaño deseable de una población sería aquel que pudiera sostenerse gracias a una agricultura exclusivamente orgánica.

Con todo, la tesis de John Stuart Mill nos ofrece una gran lección: “La lucha por el éxito…, que pasa  por la saturación, por pisotear, avasallar y aniquilar a los demás, y que caracteriza a la vida social actual” –por utilizar sus propios términos- debe concluir.

Para realizar este sueño, podríamos comenzar con un programa bioeconómico mínimo, que debería tener en consideración no solo la suerte de nuestros contemporáneos, sino también la de las generaciones venideras. Durante demasiado tiempo, los economistas han predicado a favor de la maximización de nuestros propios beneficios. Ya va siendo hora de que se sepa que la conducta más racional consiste en minimizar los desechos. Toda pieza de armamento, al igual que todo gran automóvil, significa menos alimentos para los que hoy en día pasan hambre y menos arados para ciertas generaciones futuras (por muy alejadas que nos parezcan) de seres humanos semejantes a nosotros.

Lo que más necesita el mundo es una nueva ética. Si nuestros valores son justos, todo lo demás –los precios, la producción, la distribución e incluso la polución- debe serlo también. Al principio, el hombre se esforzó (al menos en cierta medida) por observar el mandamiento: “no matarás”; y más tarde, “amarás al prójimo como a ti mismo”. He aquí el mandamiento de nuestra era: “amarás a tu especie como a ti mismo”.

A pesar de todo, dicho mandamiento no podrá poner fin a la lucha que la humanidad mantiene contra el entorno y contra sí misma. El deber de los académicos consiste en contribuir a atenuar esa lucha y en no engañar a los otros con ideas que escapan al poder de la ciencia de los hombres. Con humildad, tal es la responsabilidad que enseña la bioética de Van Reusselaer-Potter.

(Extracto del libro Demain la décroissance)

* FUENTE

DOCUMENTAL SOBRE GEORGESCU-ROEGEN (FR.)

Décroissance : Hommage à Nicholas Georgescu-Roegen from Décroissance - Degrowth on Vimeo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario