"[...] El sueño de la libertad mundial ha dejado de ser una
pura utopía filosófica y literaria, como era para aquellos fundadores de
ciudades del Sol o de nuevas Jerusalenes; se ha convertido en el fin práctico,
activamente buscado por multitudes de hombres unidos que colaboran
resueltamente en el nacimiento de una sociedad en la que ya no habrá amos, ni
vigilantes oficiales de la moral pública, ni carceleros, ni verdugos, ni ricos
ni pobres, sino tan sólo hermanos que tengan su porción de pan diario, iguales
en derechos, manteniéndose en paz y cordial unión, no por obediencia a las
leyes, a las que siempre acompañan temibles amenazas, sino por el respeto mutuo
de sus intereses y la observación científica de las leyes naturales.
[...] No sin razón, el nombre de “anarquistas”, que después
de todo no tiene sino un significado negativo, sigue siendo aquel con el que
somos universalmente designados. Se nos podría llamar “libertarios”, tal como
gustosamente se califican algunos de nosotros, o bien “armonistas”, a causa del
libre acuerdo de las voluntades que, a nuestro parecer, constituirá la sociedad
futura; pero estas apelaciones no nos diferencian lo suficiente de los demás
socialistas. Es sin duda la lucha contra todo poder oficial lo que esencialmente
nos distingue; cada individualidad nos parece el centro del universo, y todas
tienen los mismos derechos a su desarrollo integral, sin intervención de un
poder que las dirija, las sermonee o las castigue".
[La Anarquía - Élisée Reclus
(1894). Discurso pronunciado por Reclus en la logia masónica de los Amis Philanthropes de Bruselas y reproducido en las números 3, 4 y 5 del primer año de la
revista Temps Nouveaux (mayo y junio de 1895)].
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