En los trabajos que
reconstruyen la génesis del movimiento feminista apenas se citan las figuras de
las mujeres anarco-individualistas de principios del siglo XX. Tal vez, porque,
siendo hostiles tanto al régimen parlamentario como a la relación salarial, se
mantuvieron al margen de los combates emprendidos por las feministas de la Belle
Époque para la obtención del derecho al voto y por la mejora de las
condiciones de trabajo de las mujeres; y acaso también porque, con excepción de
artículos publicados en la prensa libertaria y de algunos panfletos hoy
olvidados, dejaron pocas huellas escritas.
Estas mujeres, que
no fueron ni reformistas ni revolucionarias, expresaron esencialmente su
rechazo de las normas dominantes mediante prácticas tales como la unión libre,
a menudo plural, la participación en experiencias de vida comunitaria y de
pedagogía alternativa y, en fin, mediante la propaganda activa a favor de la
contracepción y el aborto al lado de los militantes neo-malthusianos. Al evocar
sus itinerarios y sus escritos, nos gustaría dotar de algo de visibilidad a
estas “marginales” que desearon, sin dejarlo para hipotéticos mañanas de
utopía, vivir libres aquí y ahora.
El anarquismo individualista: una corriente emancipadora
El rechazo del
obrerismo
Puede fecharse a
finales de los años 1890 la aparición en Francia de una corriente
individualista en el seno del movimiento anarquista. Enfrentada tanto a los
anarquistas comunistas como a los anarco-sindicalistas, tanto a quienes sueñan
con la insurrección como a quienes ponen todas sus esperanzas en la huelga
general, se caracteriza por la primacía concedida a la emancipación individual
por encima de la emancipación colectiva. Su desconfianza con respecto a toda
tentativa revolucionaria procede en parte de que la creen condenada al fracaso,
al menos en el futuro próximo, y de que rechazan la condición de generación
sacrificada:
Los
individualistas son revolucionarios, pero no creen en la Revolución. No creer
en ella no quiere decir que sea imposible. Tal cosa resultaría absurda.
Nosotros negamos que sea posible antes de mucho tiempo; y añadimos que, si un
movimiento revolucionario se produjese en el presente, aunque saliese
victorioso, su valor innovador sería mínimo […]. La revolución aún está lejana;
y, puesto que pensamos que las alegrías de la vida se encuentran en el
Presente, creemos poco razonable consagrar nuestros esfuerzos a dicho futuro
[1].
Esta urgencia por
vivir es reafirmada constantemente a lo largo de las columnas de l’anarchie,
órgano de los individualistas anarquistas: “La vida, toda la vida, se encuentra
en el presente. Esperar es perderla” [2]. Pero su rechazo de trabajar por la
revolución se funda también en la certidumbre de que ésta no podría dar a luz
un mundo mejor en el actual estado de las mentalidades:
Siempre hemos
dicho que votar no servía de nada, que hacer la revolución no servía de nada,
que sindicarse no servía de nada en tanto los hombres sigan siendo lo que son.
Hacer la revolución uno mismo, liberarse de los prejuicios, formar
individualidades conscientes, he aquí el trabajo de la anarquía [3].
Realizan, en efecto,
una constatación pesimista del estado de alienación en el que se encuentran
sumergidas las masas, de su debil combatividad, de su demasiado elevada
natalidad, del excesivo consumo de alcohol y tabaco.
Su crítica del
obrerismo es feroz. Acusan a los revolucionarios y a los sindicalistas de
rendir culto al trabajador, a un trabajador de imagen de Épinal, sano, vigoroso
y orgulloso. A la clase obrera redentora, sujeto de la historia, oponen “el
lamentable rebaño” cuya resignación confirma la tesis de la servidumbre
voluntaria desarrollada por La Boétie. Convencidos de que la opresión no se
mantiene más que por la complicidad de los oprimidos, consideran que la lucha
contra los tiranos interiores debe acompañar a la lucha contra los tiranos
exteriores:
El enemigo más
áspero de combatir está en ti, está anclado en tu cerebro. Es uno, pero tiene
diversas máscaras: es el prejuicio Dios, el prejuicio Patria, el prejuicio
Familia, el prejuicio Propiedad. Se llama Autoridad, la santa prisión
Autoridad, ante la cual se inclinan todos los cuerpos y todos los cerebros
[5].
Es esta voluntad de
introducir la racionalidad en todos los aspectos de la vida cotidiana la que
les conducirá a rehabilitar el placer, a denunciar la represión sexual y la
institución del matrimonio y a hacer de la emancipación de las mujeres una
condición de la emancipación de todos. Convencido de que no puede haber
regeneración social sin regeneración individual previa, el anarquista
individualista es un “educacionista-realizador”, conforme a la clasificación
propuesta por Gaetano Manfredonia [6]; es decir, un militante que, a diferencia
del insurreccional o del sindicalista, no considera la revolución ni posible ni
deseable si no va precedida de una evolución de las mentalidades.
De las
universidades populares a las charlas populares
Esta concepción de
la lucha llevó a los anarquistas individualistas a participar en la experiencia
de las universidades populares, nacidas en el contexto del asunto Dreyfus por
iniciativa de Georges Deherme, obrero tipógrafo de sensibilidad anarquista, y
de Gabriel Séailles, profesor de filosofía en la Sorbona. Por una muy módica
cuota, los afiliados tenían acceso a una biblioteca de préstamo, cursos de
idiomas, consultas jurídicas, y podían seguir las conferencias que se
organizaban varias tardes por semana. Entre 1899 y 1908, doscientas treinta
universidades populares abrieron sus puertas en el conjunto del territorio
francés para un auditorio de varias decenas de miles de personas. Sus
modalidades de funcionamiento variaban algo de unas a otras, pero el principio
era el mismo: traer a los intelectuales al pueblo y permitir a todos el acceso
a la cultura. Todos los temas, todas las disciplinas, eran abordados por
conferenciantes voluntarios, estudiantes, periodistas, profesores de secundaria
y maestros, y, más raramente, profesores universitarios, sin gran preocupación
por la coherencia. Se podía hablar una tarde de poesía contemporánea o de arte
egipcio y la siguiente de astronomía o telefonía. Pero los oradores no
dominaban siempre la materia y la audiencia carecía, en la mayoría de
las ocasiones, de la formación de base que le habría permitido captar el
contenido de las intervenciones. Esto suscitó cierto número de reservas, tanto
entre los intelectuales, que temían los perjuicios ocasionados por una torpe
vulgarización, como entre los militantes, que recelaban de que el escenario de
las universidades populares se transformase en campo de entrenamiento para
jóvenes intelectuales más ambiciosos [7] que generosos.
Fue este temor el
que llevó a los anarquistas individualistas Libertad y Paraf-Javal a fundar las
charlas populares [causeries populaires, en francés], más
explícitamente libertarias en su modo de funcionamiento. Las primeras sedes
para las conferencias y los debates se abrieron en los barrios de Ménilmontant
y de Montmartre; las siguientes, en la periferia e incluso en provincias. Tras
el éxito obtenido por estas iniciativas, algunos individualistas parisinos
decidieron fundar un periódico para favorecer la circulación de ideas entre los
diferentes grupos e intercambiar experiencias. En abril de 1905 sale el primer
número del semanario l’anarchie. “Estas páginas –afirma el editorial-
desean ser el punto de contacto entre todos aquellos que, por todo el mundo,
viven como anarquistas, bajo la única autoridad de la experiencia y el libre
examen”. El periódico, con una tirada de seis mil ejemplares, se convierte
rápidamente en el primer órgano individualista y garantiza una nueva
visibilidad a una corriente hasta entonces obligada a expresarse en las
columnas de publicaciones libertarias de sensibilidad diferente. Aparece regularmente
desde 1905 hasta 1914 y cuenta con numerosos abonados en provincias.
Trayectoria
de los y las militantes
Los hijos de la
primera democratización escolar
En su gran mayoría,
los militantes anarquistas individualistas que gravitan en torno a las charlas
populares y que se reconocen en l’anarchie son jóvenes obreros
parisinos, nacidos en provincias entre 1880 y 1890, que dejaron la escuela a la
edad de doce o trece años y que vivieron dolorosamente ese contacto precoz con
el mundo del trabajo. Muchos de ellos se sindicaron y participaron en
conflictos sociales violentamente reprimidos y condenados al fracaso, lo que
durante mucho tiempo quebró su confianza en la acción de masas. Arrancados de
una escuela en la que a menudo habían destacado, pero que no les había provisto
más que de un saber elemental, no pueden reconocerse en la clase social a la
que han sido asignados. Han estado, en efecto, escolarizados más tiempo que sus
padres, obreros o campesinos apenas alfabetizados, sin que se les ofreciera la
menor perspectiva de movilidad social. En una sociedad en la que la condición
obrera no mejora sino muy lentamente, se ven privados de toda posibilidad de
desarrollo personal. De ahí que se reconozcan en lo constatado por Victor
Kibalchich, el futuro Victor Serge, en l’anarchie:
¿Qué es vivir
para el anarquista? Es trabajar libremente, amar libremente, poder conocer cada
día un poco más de las maravillas de la vida… Reivindicamos toda la vida.
¿Sabéis lo que se nos ofrece? Once, doce o trece horas de labor cada día para
obtener la pitanza cotidiana. ¡Y menuda labor y qué pitanza! Labor automática
bajo una dirección autoritaria en condiciones humillantes e indecentes, por
medio de la cual se nos permite la vida en la grisalla de los barrios pobres
[8].
Esta voluntad de
escapar de una condición considerada envilecedora condujo a algunos de los
anarquistas individualistas al ilegalismo, considerado como una práctica
subversiva y un medio de supervivencia al margen del salario. La falsificación
de moneda o de billetes y el robo son puestos en práctica por algunos
camaradas, y las condenas de cárcel o a trabajos forzados son, a menudo, el
precio que tienen que pagar. Esta deriva ilegalista alcanaza su apogeo en
una serie de sangrientos atracos perpetrados en 1912 en la estela del asunto
Bonnot. Uno de los protagonistas de esta trágica epopeya, Octave Garnier, se
hace eco de las palabras de Victor Serge en las memorias encontradas en el
lugar de su ejecución: “Porque no quería vivir la vida de la sociedad actual ni
esperar a estar muerto para vivir, me defendí contra mis opresores con todos
los medios a mi disposición” [9].
Pero, ya sean
partidarios o adversarios del ilegalismo, los individualistas, para vivir como
anarquistas aquí y ahora y no dentro de cien años, como les exhortaba Libertad,
privilegian sobre todo la vía de la experimentación social. Fundan colectivos
de hábitat y de trabajo, intentan restringir su consumo suprimiendo todos los
productos dañinos o inútiles, llevan vestimentas menos rígidas, practican el
nudismo, defienden la libertad sexual y ponen medios para no tener más hijos
que los que desean. Esta búsqueda de una vida distinta se traduce igualmente en
prácticas como las baladas dominicales en espacios campestres en los
alrededores de París o las estancias en Chatelaillon, una ciudad balnearia al
sur de La Rochelle en el que se encuentran cada verano por iniciativa de Anne
Mahé, co-fundadora de l’anarchie, para hacer de “esta playa de
magnífica arena, que los burgueses no invadirán pues mantenemos la guardia, un
rincón de camaradería, al margen de los prejuicios [10]”.
La importancia
de las mujeres en el movimiento
Numerosas mujeres se
sumaron al discurso individualista y tomaron parte en el movimiento de las
charlas. Resulta muy difícil establecer cifras, puesto que los anarquistas no
mantienen un registro de sus afiliados: forman una constelación de contornos
movedizos. Pero todos los informes de la policía atestiguan su presencia en las
reuniones y, en ocasiones, revelan su asombro, mientras que algunas
instantáneas tomadas durante las baladas dominicales por los propios
individualistas muestran que su presencia es abundante. Casi todas son jóvenes
provincianas, de origen modesto, llegadas a París antes de cumplir los veinte.
Muchas de ellas han seguido sus estudios hasta conseguir el diploma elemental y
se declaran institutrices de profesión. Pero pocas de ellas han llegado hasta
el final el fastidioso proceso de las suplencias, intercalado por largos
intervalos sin paga, reservado entonces a aquella que no habían pasado por la
Escuela Normal de Institutrices. Para vivir, recurrieron a trabajos de modista
o a puestos de oficina poco cualificados. El discurso individualista, que rompe
con el obrerismo y propone a todo el mundo perspectivas de emancipación
inmediatas, seduce a estas jóvenes, a las que su excelencia escolar y sus
esfuerzos no han conseguido sacar de una situación miserable. Algunas se
convierten en colaboradoras regulares u ocasionales de publicaciones
anarquistas, hacen turnés de conferencias por invitación de grupos libertarios
de provincias y redactan panfletos que consiguen una amplia difusión.
Otras, menos dotadas
de capital cultural, dejaron pocos trazos escritos y no aparecen más que en los
informes de la policía o en los procesos verbales de interpelación o de
registro. Son criadas, lavanderas, sirvientas, costureras o intentan escapar a
la relación salarial montando puestos de mercería en los mercados. Inmersas en
el medio, todas ellas adoptan sus códigos, se comprometen en relaciones
duraderas o efímeras con camaradas, a veces con varios simultáneamente, pasando
en la mayoría de las ocasiones del matrimonio, y protegiéndose contra los
nacimientos no deseados. Algunas, como Anna Mahé, que rechazan toda inmisión
del Estado en su vida privada, llegan hasta a negarse a inscribir a sus hijos
en el registro civil. Esforzándose por vivir como anarquistas sin esperar a
mañana y por escapar a la relación salarial, participan en experiencias de vida
comunitarias e intentan educar de forma distinta a sus hijos, proyectando con
tal fin la fundación de estructuras educativas alternativas abiertas a todos,
realizando así una vocación de institutriz fuera de los modelos laicos y
congregacionistas, a los que refutan por igual. Se las puede ver en las
manifestaciones y participan en las escaramuzas que enfrentan a los
individualistas con sus adversarios políticos o con las fuerzas del orden.
Otras, en fin, se encuentran comprometidas en actividades ilegalistas como la
emisión de moneda falsa o están implicadas en robos y atracos.
Refractarias
y propagandistas activas: algunas figuras
Rirette
Maîtrejean: una adolescente rebelde
Una de las figuras
más conocidas del movimiento es Rirette Maîtrejean, quien, después del asunto
Bonnot, en el que estuvo implicada, confió sus memorias a una gran publicación
de la época. Nacida en Corrèze en 1887, frecuenta la escuela primaria superior
y se prepara para la profesión de institutriz, pero el fallecimiento de su
padre le obliga a renunciar a sus proyectos. Para escapar al matrimonio que su
familia pretende imponerle entonces, huye a París a la edad de dieciséis años.
Allí trabaja como costurera sin renunciar, sin embargo, a completar su
formación intelectual. Rechaza el enclaustramiento en la condición obrera, frecuenta
la Sorbona y las universidades populares, en las que conoce a militantes
individualistas que le descubren las charlas animadas por Libertad y los suyos.
Son el rechazo de las asignaciones en términos de clase y de género y la
importancia concedida a la subjetividad los que seducen a esta desclasada, hija
de campesino convertido en albañil, institutriz obligada a trabajar con las
manos. Encinta poco después de su llegada a París, se casa con un talabartero,
habitual de las charlas, y trae al mundo a dos niños con diez meses de
intervalo. Su segunda hija todavía no ha cumplido los dos años cuando abandona
a su pareja, con la que no tiene intercambios intelectuales satisfactorios,
para vivir con un “teórico” del movimiento, estudiante de medicina, que mantiene
una sección científica en l’anarchie. A su lado se convierte una
propagandista activa y participa en todas las manifestaciones en las que están
presentes los individualistas. Juntos se ocupan durante algunos meses de la
dirección del periódico tras la muerte de Libertad, y antes de embarcarse en un
largo viaje que los llevará hasta Italia y Argelia. De vuelta a París, la
pareja se separa y Rirette se convierte en la compañera de Victor Kibalchich,
joven anarquista individualista de origen ruso ya conocido por sus artículos.
Junto a él, asume de nuevo la responsabilidad del órgano individualista, en un
momento en el que los debates en torno al ilegalismo desgarran al movimiento.
Inculpada por asociación de malhechores tras una serie de atracos perpetrados
por gentes cercanas a l’anarchie, de la que es entonces gerente oficial, cumple
un año de prisión preventiva antes de ser finalmente absuelta. Después de su
liberación, se aleja del movimiento individualista, del que condena su deriva
ilegalista y en el que observa ciertas reservas políticas. Convertida en
correctora en los años que siguen a la Primera Guerra Mundial y afiliada al
sindicato de correctores, Rirette conserva, sin embargo, fuertes vínculos con
el medio libertario.
Anne Mahé y
Émile Lamotte: el combate por una pedagogía alternativa
Nacida en 1881, en
Loira Atlántico, Anna Mahé frecuenta el ambiente de las charlas desde 1903,
poco tiempo después de su llegada a París. Se ocupa, con Libertad, de la
dirección de l’anarchie, mientras su hermana Armandine, institutriz como ella,
se encarga de la tesorería. Las dos comparten la vida de Libertad, del que cada
una tiene un hijo. Pero pronto se comprometen en relaciones afectivas con otros
camaradas, que, como ellas, viven en el número 22 de la calle del
Chevalier-de-la-Barre, comunidad de hábitat que es también la sede del
periódico, y al que la policía y los periodistas apodan el “Nido rojo”. Anna es
autora de numerosos artículos aparecidos en l’anarchie, así como en la
prensa regional, y de algunos panfletos. Escribe en ‘ortografía simplificada’,
pues estima que los ‘prejuicios gramaticales y ortográficos’ constituyen un
motivo de ralentización del aprendizaje de la lengua escrita y están al
servicio de un proyecto de ‘distinción’ de las clases dominantes. Acusa a
‘tales absurdeces del lenguaje’ de romper el impulso espontáneo de los niños
hacia el saber y de sobrecargar inútilmente su espíritu. Considera, por otro
lado, demasiado precoz el aprendizaje de la lectura y la escritura; la
iniciación científica, que se refiere más a la observación y a la
experimentación, deberían, en su opinión, preceder a aquél, pues podría suponer
un poderoso estímulo al desarrollo intelectual del niño. Anna tiene sus
referentes en los pedagogos libertarios Madeleine Vernet y Sébastien Faure, que
aplican métodos de pedagogía activa en el ámbito de los internados [11], que
ellos mismos han creado y animan. Tiene el proyecto de fundar un externado en
Montmartre que funcionaría conforme a los mismos principios para los niños del
barrio, pero la realización de tal proyecto, durante mucho tiempo diferida por
motivos financieros, jamás verá la luz. Los informes de la policía la describen
como una mujer de carácter que posee un fuerte ascendiente sobre Libertad,
incluso después de su relación. Sin embargo, Anna no desempeñará más que un
papel desvaído después de la muerte de este último y dejará la dirección del
periódico a otros militantes.
Otra institutriz,
Émilie Lamotte, dejó también su huella en este medio. Nacida en 1877 en París,
antigua institutriz congregacionista y pintora aficionada, comienza a escribir
en 1905 en Le Libertaire, antes de colaborar en l’anarchie.
En 1906, funda, junto con algunas compañeras y compañeros, una colonia
libertaria en una granja de Saint-Germain-en-Laye, donde se establece con sus
cuatro hijos. Dotada de una imprenta, de una biblioteca y de una escuela, dicha
comunidad de trabajo y de hábitat es un auténtico centro de propaganda
anarquista. Émilie Lamotte, que es una conferenciante muy solicitada, se
ausente regularmente para embarcarse en turnés de propaganda a través de toda
Francia. En ellas evoca su experiencia profesional y expone sus críticas tanto
a la escuela confesional como a la escuela laica, que “enseña el respeto a la
Justicia, al ejército, a la patria, a la propiedad, y la inferioridad del
extranjero” [12], que anula la curiosidad natural del niño y le impone una
disciplina tan nociva para el cuerpo como para el espíritu.
El educador
libertario debe estar bien convencido por el principio de que la enseñanza en
la que el niño no es el primer artesano de su educación es más peligrosa que
provechosa […]. Se debe considerar, intrépidamente, al niño como un genio al
que debe aprovisionarse de la materia de sus descubrimientos y los instrumentos
de su experiencia [13].
Al igual que Anna
Mahé, considera que la enseñanza científica debe ir por delante de las
enseñanza de las sutilezas de la lengua y condena el “terrible sistema de
castigos y recompensas” [14] todavía en práctica en la escuela primaria. Anima
a los libertarios a organizar, en los barrios en los que residen, estudios
anarquistas que funcionen después de las clases para ofrecer a los niños del
pueblo una educación complementaria capaz de contrarrestar “el pernicioso
influjo” de la escuela. Émilié Lamotte lleva a cabo, de palabra y por escrito,
una activa propaganda neo-malthusiana y contribuye a difundir cierta cantidad
de técnicas contraceptivas, de las cuales explica el principio, las ventajas y
los inconvenientes respectivos en detallados folletos, actividad que está
entonces sujeta a sanciones penales. A finales del año 1908, abandona la
colonia, que descompone bajo el peso de las tensiones internas, y experimenta
la vida nómada, recorriendo en caravana, junto a André Lorulot, su compañero de
la época, las carreteras del Mediodía, para dar una serie de conferencias.
Contempla la idea de llegar hasta Argelia, pero, enferma, muere en el camino
pocos meses después de su partida, el 6 de junio de 1909, no lejos de Ales, en
el Gard.
Jeanne
Morand: criada y anarquista
Queda por evocar la
figura de Jeanne Morand, originaria de Saône-et-Loire, que llega a París en
mayo de 1905, a la edad de 22 años, para colocarse como criada. Educada en un
medio familiar permeable a las ideas libertarias, lectora asidua de la prensa
anarquista, pronto frecuenta las charlas populares, y deja a sus patrones dos
años después de su llegada a París para instalarse en la sede de l’anarchie.
Es arrestada en diversas ocasiones por alteración del orden público, pegada de
carteles, participación en manifestaciones prohibidas, etc. Tras la muerte de
Libertad, del que fue la última compañera, retoma durante algunos meses la
gestión del semanario individualista junto a Armandine Mahé. Sus hermanas
pequeñas, Alice y Marie, que se reúnen con ella en París, se mueven en los
mismos círculos. En los años que preceden a la guerra, Jeanne es nombrada
secretaria de un comité femenino que se moviliza contra la ley que ampliaba el
servicio militar de dos a tres años. Publica entonces cierta cantidad de
artículos antimilitaristas en la prensa libertaria y toma muy a menudo la
palabra en los mítines. En 1913, participa en la creación de un ‘curso de
dicción y de comedia’, dependiente del ‘Teatro del Pueblo’ y toma parte
igualmente en la fundación de una cooperativa de cine libertario, ‘el cine del
pueblo’, que produce obras documentales y de ficción que muestran las
condiciones de vida de los obreros y la organización de las luchas. Durante la
guerra se refugia en España con su compañero, Jacques Long, desertor; más
tarde, vuelve a Francia y reanuda clandestinamente la propaganda
antimilitarista. Es condenada en 1922 a cinco años de prisión y a diez de
exilio por llamar a la deserción. Al tribunal que la acusa de ser una
anti-patriota le responde “que impedir la muerte de jóvenes franceses es un
acto más patriótico que enviarlos a ella”. Emprende dos huelgas de hambre para
obtener el reconocimiento de presa política y recibe un amplio apoyo en el
exterior, más allá incluso del movimiento libertario. A su salida de prisión,
conserva fuertes lazos con varios de sus antiguos camaradas, pero su
militantismo es menos ofensivo: en 1927 es eliminada de la lista de anarquistas
vigilados por la policía. Aquejada de delirios paranoicos, en los años
posteriores conocerá una vida errante y miserable.
Una herencia
ignorada
Todas estas mujeres
tienen en común, a través de la diversidad de sus recorridos, el haber
rechazado a la vez el matrimonio, que asimilaban a una forma de prostitución
legal, y la condición de dominadas y explotadas que se les ofrecía en el marco
de las relaciones salariales. Se apropiaron de las posibilidades de
emancipación inmediata que les ofrecía el único movimiento político que
concedía a la esfera privada una importancia determinante. Mediante la
invención de nuevas formas de vida, que incluían las experiencias comunitarias,
la educación anti-autoritaria de los niños, la afirmación de una sexualidad
libre, llevaron a cabo una forma exigente de propaganda por el hecho.
La Primera Guerra
Mundial y la Revolución rusa, a la cual se sumaron algunos individualistas,
aceleraron la descomposición de la herencia de Libertad, ya debilitada por el
sectarismo y ciertas derivas sectarias. Y, sin embargo, pueden encontrarse, en
las aspiraciones del movimiento que sacudió a la juventud occidental a finales
de los años sesenta, la mayoría de los ideales que defendieron estas mujeres, y
puede reconocerse el ‘gozar sin límites’ de los libertarios de Mayo como un eco
lejano del ‘vivir su vida’ de los anarquistas individualistas de la Belle
Époque.
[2] Le Rétif, l’anarchie, nº 309, 9 de marzo de 1911.
[3] Bénard, l’anarchie, 26 de mayo de 1910.
[4] “¡Qué lamentable rebaño! […] A medida que sus osamentas se descarnan, que sus espaldas se curvan bajo el peso del sobretrabajo cotidiano, las fortunas de sus amos se hacen más escandalosas, su lujo más insolente. Qué les importa, están contentos con su suerte […] No conocen la observación, el estudio, la rebelión. La tasca, el fútbol, eso lo que les interesa”, se puede leer en Le Combat social (diciembre de 1907, nº 15), publicación de los obreros de las guanterías de Saint Junin ganados para la causa del anarquismo individualista.
[5] Libertad, l’anarchie, 12 de julio de 1906, Le Culte de la charogne, Marsella, Agone, 2006, p. 239.
[6] Gaetano Manfredonia, Anarchisme et changement social, Lyon, Atelier de création libertaire, mayo de 2007.
[7] Cf. el balance crítico realizado por Marcel Martinet, escritor y militante revolucionario nacido en 1887, en su obra Culture prolétarienne, Paris, Agone, 2004, p. 83.
[8] Le Rétif, l’anarchie, nº 354, 18 de enero de 1912.
[9] Memorias de Octave Garnier, Archivos de la prefectura de policía citados por Jean Maîtron en Ravachol et les anarchistes, Paris, Gallimard, 1992, p. 183.
[10] Anna Mahé, Les amis libres, l’anarchie, nº 118, julio de 1907.
[11] Sébastien Faure fundó en 1904, cerca de Rambouillet, el internado La Colmena, que funcionó hasta 1917, y Madeleine Vernet dirigió, desde 1906 hasta 1922, el orfanato El Porvenir Social. Estos dos establecimientos eran mixtos y aplicaban los métodos de pedagogía activa predicados por los libertarios, y ya puestos en práctica en la Escuela Moderna de Barcelona por el anarquista Francisco Ferrer, fusilado en octubre de 1909.
[12] Émilie Lamotte, L’éducation rationnelle de l’enfance, édition de l’Idée libre, Paris, 1912.
[13] Ibid.
[14] Ibid.
* FUENTE.
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