"Emitir no puede
ser nunca mas que un medio para emitir más, como la Droga. Trate usted
de utilizar la droga como medio para otra cosa (...) Al emisor no le gusta
la charla. El emisor no es un ser humano (...) Es el Virus Humano."
W. Burroughs
1. Los procesos de contagio;
el lenguaje y su intoxicada naturaleza.
En el contexto
de esta escritura laberíntica en la que corremos el riesgo del extravío
del autor perdido en el texto o por los constantes y expansivos comentarios,
estamos ante la idea del texto como tejido en perpetuo urdimiento,
como un tejido que se hace, se traba a sí mismo y deshace al sujeto
en su textura: una araña tal que se disolvería ella misma en
las secreciones constructivas de su tela. En un sentido similar en la obra
de William Burroughs el sujeto se encuentra manipulado y transformado por
los procesos de contagio. El lenguaje es un virus que se reproduce con gran
facilidad y condiciona cualquier actividad humana, dando cuenta de su intoxicada
naturaleza. Los textos de Burroughs proliferan sin principio ni fin como
una plaga, se reproducen y alargan en sentidos imprevisibles, son el producto
de una hibridación de muy diversos registros que no tienen nada que
ver con una evolución literaria tradicional, sus diferentes elementos
ignoran la progresión de la narración y aparecen a la deriva
desestructurando las novelas de su marco temporal, de su coexistencia espacial,
de su significado, y posibilitando que sea el lector quien acabe por estructurarlas
según sus propios deseos.
Se puede
adelantar que este desmontaje del sistema interpretativo, esta perpetua deconstrucción
territorial se lleva a cabo a partir de la metáfora del virus, del
modelo biologicista, y la trama conspirativa. El Almuerzo desnudo
será pues un relato épico-químico,
donde Burroughs invocará las coordenadas
de la demanda, congruentes con los teoremas contemporáneos de la droga
y la compulsión del consumo. Donde lo representando es, finalmente,
una modalidad de consumo terminal. La droga es
aquí una inoculación de muerte que mantiene al cuerpo en una
paradójica condición de emergencia y ralentización,
donde el adicto es inmune al aburrimiento. Puede
estar horas mirándose los zapatos o simplemente permanecer en la cama.
Es el contagio definitivo, el de la interioridad
intoxicada.
2. La metáfora viral
Burroughs[2]
propaga su metáfora paranoica del virus a partir de Naked Lunch –El Almuerzo desnudo[3]–,
obra casi inmediatamente posterior a Junky[4]
que, desde la misma espectralidad de la heroína, emula con talento
la escritura experimental de su época. La manía viral de Burroughs
se muestra en cada una de sus obras, pero donde alcanza ribetes delirantes
es en su Ensayo de ficción La revolución electrónica[5],
donde el autor postula que el lenguaje humano
es un sistema viral invasivo. Según Burroughs, una infección
viral atacó a los homínidos del pre-paleolítico catalizando
mutaciones deformantes de las neuronas, del aparato sonoro y de la estructura
máxilofacial.
En la obra de
William Burroughs el sujeto se encuentra manipulado y transformado por los
procesos de contagio. El lenguaje es un virus que se reproduce con gran facilidad
y condiciona cualquier actividad humana, dando cuenta de su intoxicada naturaleza.
Los textos de Burroughs proliferan sin principio ni fin como una plaga, se
reproducen y alargan en sentidos imprevisibles, son el producto de una hibridación
de muy diversos registros que no tienen nada que ver con una evolución
literaria tradicional, sus diferentes elementos ignoran la progresión
de la narración y aparecen a la deriva desestructurando las novelas
de su marco temporal, de su coexistencia espacial, de su significado, y posibilitando
que sea el lector quien acabe por estructurarlas según sus propios
deseos.
El propio Burroughs, en su
novela Naked Lunch, visualiza masas ectoplásmicas compuestas de una
substancia gelatinosa más viva, y por tanto más repugnante
y más fascinante que la vida misma, que posee y simula indiferentemente
tanto la fisonomía de los yonquis como la de los agentes federales
que los persiguen. Repúblicas, corporaciones, organizaciones, laboratorios,
sustancias, funcionarios, agentes, técnicos, víctimas, conspiradores,
tan alucinados como hiper-reales conforman el cultivo viral, ectoplasmoide
que palpita en torno al agujero negro de la droga.
Como podemos
constatar en los textos inaugurales de Burroughs y en la legislación
anti-droga que les precedieron por apenas unos años, el imaginario
de la droga ha invocado desde sus inicios la fobia del contagio. La droga
figura como agente extraño que infecta el cuerpo social. Hasta la
propia escritura sobre el flagelo, incluyendo este texto, debe poseer propiedades
infecciosas, según los más adeptos censores. Hoy, en la época
del HIV, y dadas las metonimias de droga, sexo y sangre que conforman sus
historias de contagio, surge una encarnación espectral de la Cosa
con grandes repercusiones imaginarias y simbólicas de valor atávico:
ella es el plasma sanguíneo humano. Es perfectamente previsible y
poco sorprendente que la Droga máxima, y por ende, el máximo
agente viral por venir en esta época de revolución apocalíptica
permanente, sea la sangre humana.
3. La droga y sus ciclos compulsivos;
monopolio y escatología.
Ahora bien,
el aparato lógico-retórico puede ser rearmado y asumir diversas
formas. Algo similar acontece en un sistema viral, apto para reproducir a
cada instante una replica de sí mismo. De aquí puede desprenderse
una zozobra de carácter ontológico-lingüística,
la duda: ¿somos nosotros los que hacemos el lenguaje o el lenguaje
a nosotros? Beckett. El caso es que los virus, sean estos orgánicos
o digitales (informáticos), ilustran de manera insuperable los caminos
que escoge el universo para resumirse, en un ajuste de cuentas abstracto
con los signos –y su vocación viral– que amenazan con un día
detenernos para siempre en una confusión de lenguas: la dispersión
en nuestra propia Babel, el extravío en nuestro laberinto recursivo.
Ante esta situación
vírica que Burroughs considera que impregna la existencia, el escritor
entiende que nuestro fin es el caos[6].
El caos como un espacio mítico donde reina lo híbrido,
la fusión de lo contradictorio, el doble monstruoso. La función
del caos en la escritura será una fascinación por los residuos,
por el flujo verbal que nos lleva al hundimiento
y a la perdida, por el retorno al silencio. La aspiración será
“Encontrar un lenguaje endémico, caótico, que sea un lenguaje
del cuerpo, que se convierta entonces en el fin reconocido de la escritura”[7].
Será así como Burroughs
basará su trabajo literario en la discontinuidad, la reiteración,
la contaminación, lo inacabado y desmembrado, todo ello reflejo de
un mundo corrompido, en vías de descomposición, y de un individuo
desgarrado y confuso, que se aproxima a su negación.
Al comparar los fenómenos orgánicos con los fenómenos
reproductivos que acaecen en el mundo virtual, es indudable que podemos extraer
lecciones profundas sobre la naturaleza de los procesos lógicos. Aquí
los virus constituyen una metáfora fundamental que posibilita una
lectura antropológico-literaria de los textos de
Burroughs. Esto, por las particulares
características de estos micro-organismos, por
sus despliegues alambicados, por su autonomía y su narcótica
autorreferencialidad y, sobretodo, por su hábil oportunismo.
El virus informático, es el más curioso y paradójico síntoma
de que la tecnología, al desbordar sus finalidades, provoca imprevisibles
ironías. Ellos, remotos, numerosos, multidireccionables, anónimos,
apostados esperando el sabotaje patológico: a fuerza de autorreproducción
ciega, amenazan con llevar el sistema al estado de entropía máxima,
muerte térmica de la programación, donde sólo habita
el virus.
Es posible que
en algunos años las técnicas de escritura viral,
ya hoy en un embrionario proceso invasivo, pasen a constituirse en los únicos
medios de expresión, en el ultimo balbuceo de un lenguaje infiltrado
y parasitado, en el cierre definitivo del universo del discurso.
Los actos de
un toxicómano cualquiera, como los personajes que pululan en el alucinado
universo de Burroughs, se estructuran como un lenguaje altamente inestable.
La droga produce esa mirada extraña, ese estado alucinatorio a partir
del cual se establecen paranoicas e instrumentales relaciones. Todos los
valores sociales, culturales y morales del hombre parecen condensarse en
una ecuación única que Burroughs llama el álgebra de
la necesidad. El elemento alucinógeno no es más que un gran
aparato de control, que a su vez se sitúa debajo de otro, el médico-policíaco,
el cual cumple la misión de generar la adicción. "La droga
es un molde de monopolio y posesión (...) la droga es el producto
ideal (...) la mercancía definitiva". [8]
En el mundo de Burroughs
la expresión "vivir para la droga" es inadecuada, pues la droga no
sería siquiera el objeto de una vida. Más bien la droga sustituye
el vivir, deja de ser objeto de la pulsión vital para sustituir esa
pulsión con su propio ciclo compulsivo, con una 'vida' más
real que la vida misma.
"La
droga –señala Burroughs– es una inoculación de muerte que mantiene
el cuerpo en condición de emergencia"[9].
Un cuerpo para el capital es un cuerpo en perenne condición de emergencia.
El capital se retroalimenta de la revolución permanente de sus propias
condiciones de producción, que se repiten y perpetúan gracias
a su autodestrucción cíclica continua. La droga como mercancía
importada por los centros capitalistas de occidente es la advocación
escatológica del ciclo del capital, su absoluto end-product
revelado como avatar tóxico de sí mismo.
Su principal
síntoma fue el lenguaje. En este teorema de Burroughs el síntoma
y el agente infeccioso son indistinguibles. El lenguaje humano es una espora
semiótica de virus desmolecularizados, con los que la CIA, la KGB
y otras instituciones espectrales infectan y reinfectan a la población
incauta. La adición a las drogas, las perversiones y los motines urbanos
actúan como señales sintomáticas y como dispositivos
de contagio. El oficiante underground de la droga, del sexo y de la violencia
cumple su tarea revolucionaria al acelerar indefinidamente la propagación
viral masiva con todo tipo de trucos electrónicos y massmediáticos.
El objetivo es la revolución apocalíptica permanente. No es
difícil deducir que existe una relación simbiótica entre
el recurso del apocalipsis y la consistencia espectral de las instituciones
del poder.
Consideremos
además que la droga, esta droga –la morfina– o cualquier otra, es un anti-objeto; que
la droga es poco definible como objeto de deseo, pues la construcción
de su hábito conlleva sustituir los objetos de deseo ordinarios forjados,
perseguidos, sitiados, capturados o evadidos en las fantasías de la
realidad cotidiana, por un solo objeto que, como el dinero, representa a
todos los objetos sin poseer otro valor que sustituir esos objetos.
NOTAS:
[2] William Burroughs, St. Louis EEUU, 1914-1997.
[3] BURROUGHS, William, El
Almuerzo desnudo, Ed. Bruguera, 1980.
[4] BURROUGHS, William, Yonqui,
Ed. Júcar, Barcelona, 1988.
[5] BURROUGHS, William, "The Electronic Revolution", 1970.
[6] CORTÉS, José M., Orden y Caos; Un estudio sobre lo monstruoso en el arte, Ed.
Anagrama, Barcelona, 1997,
p. 191.
[7] GRÜNBERG, S., À
la recherche d’un corps (Language et silence dans l’oeuvre de William Burroughs),
Paris, Seuil, 1979, p. 81.
WILLIAM BURROUGHS
ResponderEliminarCONVERSACIONES PRIVADAS CON U GENIO MODERNO (VICTOR BOCKRIS).
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Vásquez Rocca, Adolfo, “William Burroughs: Literatura ectoplasmoide y mutaciones antropológicas. Del virus del lenguaje a la psicotopografía del texto”, En NÓMADAS, Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas - Universidad Complutense de Madrid, NÓMADAS. 26 | Enero-Junio.2010 (II), pp. 251-265. http://www.ucm.es/info/nomadas/26/avrocca2.pdf
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Vásquez Rocca, Adolfo, "W. Burroughs; La metáfora viral y sus mutaciones antropológicas" En Almiar MARGEN CERO, Revista Fundadora de la ASOCIACIÓN DE REVISTAS DIGITALES DE ESPAÑA - Nº 46 - 2009.
http://www.margencero.com/articulos/new03/burroughs.html
CONVERSACIONES PRIVADAS CON U GENIO MODERNO (VICTOR BOCKRIS). BURROUGHS, WILLIAM - ADOLFO VÁSQUEZ ROCCA