viernes, 8 de marzo de 2013

El demonio liberado - Servando Rocha


Ensayo incluido en el libro A la guerra con Satán. La Iglesia del Juicio Final & El Proceso (La Felguera Editores, 2011).

“Aún hay en la tierra cerca de sesenta mil adoradores del Diablo”
Giovanni Papini, El Diablo (1954).

Sentados sobre cojines y acompañados por tres guitarras, los procesanos cantaban un himno que pretendía acentuar la unidad de los miembros de la Iglesia. En un extremo de la habitación, colgada sobre una tela morada oscura, había una cruz de plata. En el otro extremo, sobre una cortina negra, se mostraba la imagen de un macho cabrío en el interior de un pentagrama colocado verticalmente. La liturgia de la Asamblea del Sabbath, un acto fundamental en los ritos de El Proceso y que era realizado cada sábado a las siete de la tarde, comenzaba con el reparto de un folleto que contenía un resumen de las invocaciones, respuestas y las partituras con las letras de los diferentes himnos. Se hacía entrar a dos grandes perros, uno negro y otro blanco, sujetos con fuertes correas. Seguidamente, varios miembros del culto hacían su aparición ataviados con sus reconocibles capas negras. Un “gong” indicaba el inicio de la Asamblea (1). La música comenzaba a sonar y los congregados, siguiendo la melodía, cantaban algo que decía así: “Cristo y Satán unidos en armonía”.

Se trataba de una puesta en escena perfectamente estudiada e íntimamente relacionada con toda la tradicional simbología ocultista. Pero si el improvisado templo era el lugar destinado a la liturgia, no menos importante fue The Cavern, la cafetería procesana situada en el sótano de una mansión londinense utilizada por El Proceso y que cada noche, durante un período de unos tres años, congregó a decenas de personas. Entre los procesanos, The Cavern también fue conocida como The Satan´s Cavern (2).

Existe una fotografía en la que puede verse a un procesano disfrazado de demonio al estilo de lo que, justo entonces, solía hacer Anton LaVey en su Primera Iglesia de Satanás. Sin embargo, la diferencia está en su pie de foto, donde se indica que se trata de una broma. Sobre las concurridas y publicitadas misas negras de LaVey existen un sinfín de fotografías y grabaciones, mientras que, todavía hoy, un misterio rodea a la generalmente desconocida -y muchas veces fantaseada- historia de El Proceso. A ello ha contribuido la enigmática vida de sus fundadores, la pareja de antiguos cienciólogos Robert (1935) y Mary Ann De Grimston (1931-2005), siempre esquivos y entre ellos distantes y competitivos.

El Proceso creía en la existencia de tres grandes dioses: Jehová, Lucifer y Satanás. Todos ellos eran considerados deidades independientes que confluían, al mismo tiempo, en Cristo. De este modo, Jehová era el iracundo dios de la venganza y del castigo; Lucifer, el ángel caído expulsado del reino de los cielos, era el portador de la luz; Satanás, por su parte, era el dios de la muerte y la desolación, un dios que encarnaba todo aquello que despertaba miedo y temor, es decir, todas aquellas cosas bajas y bestiales pero también las sublimes y espirituales. Para El Proceso, las cualidades de estos tres dioses estaban presentes en todos los seres humanos, por lo que uno de sus objetivos fue el lograr que la gente las reconociera, aceptándolas sin pretender reprimirlas.

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En la época en que el culto hizo su espectacular aparición por las calles de San Francisco, el mayor ejemplo de satanismo eran los temidos Ángeles del Infierno, tipos que evocaban las más bajas pasiones y un enorme sentimiento de libertad absoluta. Montados sobre sus flamantes motos, obedeciendo una disciplina y unos rituales precisos, perseguidos con saña por la policía y temidos por todos, aquella banda representaba un auténtico ejército móvil que funcionaba como una sociedad secreta. En 1965, desarmados ante la actitud outlaw de los moteros, los poetas beat Ken Kesey, Neal Cassady y Allen Ginsberg entraron en contacto con ellos. Aquel encuentro fue un intercambio recíproco: los poetas recibían algo de esa realidad extrema de vandalismo y ultraviolencia y, por su parte, los últimos vaqueros de América descubrían el ácido de manos del propio Kesey. Las calles del Haight-Ashbury se rindieron ante el rugido del motor de sus potentes motos. Los procesanos se sintieron fascinados por la apología de la suciedad y la desviación enarbolada por los Ángeles del Infierno, pero también por su disciplina militar. En su imaginario, aquella gente ruda y violenta eran unos auténticos agentes de Satán.

Pero si el culto se fascinó ante el aspecto uniformizado de los moteros, los izquierdistas hicieron los mismo con respecto a los miembros de El Proceso. Un observador atento habría llegado fácilmente a la conclusión de que tanto los Ángeles del Infierno como los sonrientes procesanos se tomaban en serio aquello que predicaban. O al menos eso parecía. Ambos grupos, cada uno a su manera, estaban firmemente decididos a llegar hasta el final, asumiendo personalmente las consecuencias de sus palabras.

Sin embargo, cuando los procesanos comenzaron a soñar con aquellas fuerzas de choque infernal que, sin el menor esfuerzo y “aceptándolas sin reprimirlas”, eran capaces de poner en práctica todas las cualidades que creían inherentes a Lucifer, Satanás y Jehová, los malvados moteros ya habían atacado manifestaciones contra la guerra de Vietnam y revelado su verdadero rostro. Tan sólo se defendían a sí mismos y los negocios ilegales que habían emprendido. Los intentos por parte del culto de aproximarse a ellos fueron un completo fracaso. Su violencia sin objeto, arbitraria y desmedida, estaba fuera de todo control. Eran, por así decirlo, “demasiado satánicos” y Altamont (durante el célebre concierto de los Rolling Stones los Ángeles del Infierno, que hacían de improvisado servicio de orden de la banda, golpearon a la multitud y asesinaron a un espectador negro) puso en evidencia que se encontraban en mundos opuestos.

Pese a ello, una facción de los Ángeles del Infierno pareció creerse toda aquella retórica ocultista. Más o menos en esta época, el Galaxy Club de Los Ángeles era uno de los locales favoritos de la escena motera americana con tendencias ocultistas, quizás debido a la fascinación por el ocultismo de su dueño, quien más tarde abrió otro local llamado el Hollywood Hypnotism Center. Por aquel club pasaron bandas moteras como Los Esclavos de Satán, Los Demonios Salidos del Infierno o Los Justos de Satán. Las referencias satánicas en la elección de los nombres de las bandas era un fenómeno muy extendido por todo el país, sobre todo a partir de la aparición de los Ángeles del Infierno, lo que precipitó el surgimiento de imitadores. Sin embargo, alguno de estos grupos pudo haberse tomado todo aquello mucho más en serio, sobre todo Los Esclavos de Satán, quienes en alguna ocasión pernoctaron en el Valle de la Muerte, el famoso rancho dirigido por La Familia de Charles Manson (3). De hecho, el mismo fundador y entonces secretario de los Ángeles del Infierno, Freewheelin Frank Reynolds, escribió por aquellas fechas un panfleto que decía lo siguiente: “Canto a Lucifer. Oh, nuestro legítimo padre. Por siempre Lucifer, el más alto poder de la mente. Deberíamos trabajar como si [ilegible] fuesemos tocados… somos cuatro rebeldes. Ángeles del Infierno: Atormentando a los perdídos y despreciables. Almas del pueblo asustado. Danos tu espíritu para nuestro goce. Oh, padre Satán. Ángeles del Infierno. A.F.F.L. Hells Angels M.C. California” (4).

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Cuando El Proceso hizo su aparición en San Francisco, instalando su sede en el corazón del barrio hippie de Haight-Ashbury, la contracultura estaba sumida en un profundo proceso de mutación hacia otra cosa. Esa otra cosa tenía que ver con el culto a la sangre y la violencia. Las fantasías de destrucción total (sobraban los motivos: la amenaza de un nuevo Hiroshima, planes gubernamentales de eliminación de los rebeldes, una nueva guerra, etc.) se implantaron entre la contracultura de finales de los sesenta. Las subculturas, y no sólo la motera, se habían militarizado por completo y sus integrantes seguían al pie de la letra lo que dictaba el rol subcultural.

En una época acostumbrada a los grandes relatos y las respuestas fáciles, El Proceso se convirtió en una especie de receptáculo para todo lo malvado y perverso. De esta forma, ante el deliberado silencio de los De Grimston (escasísimas fotografías de sus líderes y muchas menos apariciones en público) los periodistas y no pocos escritores se embarcaron en la tarea de atribuir a El Proceso el dudoso trofeo de ser los inspiradores ideológicos de alguno de los más célebres asesinos de la era post-hippie.

El barrio del Haight-Ashbury, como territorio de experimentación pero también como ritual de paso, podía ser al mismo tiempo el “Hashbury” (en referencia al hachís) o “The Hate” (al pronunciar el nombre del barrio parecía decirse “Hate”). Allí se concentraba tanto la utopía como el horror, ese juego con los opuestos que tanto atrajo a El Proceso. Los procesanos hicieron su aparición entre los hippies y la psicodelia del Haight-Ashbury, mudándose al número 407 de Cole Street. Entre abril y julio de 1967, Manson vivió en el 636 de esa misma calle. Por si fuera poco, si uno caminaba unos metros y tocaba el timbre, con un poco de suerte podía recibirte el propio Anton LaVey, que en 1966 había fundado la Primera Iglesia de Satán y levantado su primera sede en aquella misma zona.

La relación entre Charles Manson y El Proceso nunca ha sido suficientemente documentada, ni mucho menos probada. La mayoría de las veces se ha basado en acusaciones literarias resultado del fenómeno surgido inmediatamente después de los asesinatos de Sharon Tate y LaBianca a manos de La Familia. Entonces, los periodistas se embarcaron en una carrera loca por pretender reconstruir la base ideológica que mezclaba ocultismo con terror y que, aseguraban, habría posibilitado aquellas muertes.

La mejor pista la dio el propio Manson al ser entrevistado por el abogado Vincent Bugliosi durante el juicio por los célebres asesinatos. Bugliosi, llevado por este misterio, le interrogó y preguntó si en alguna ocasión había conocido a Robert De Grimston. Manson lo negó, pero afirmó conocer a un tal Moore (el nombre completo de De Grimston era Robert De Grimston Moore). “Tú le estás viendo ahora mismo”, añadió. Cuando Bugliosi le preguntó qué significaban sus palabras, Manson, con su típico lenguaje oscuro, afirmó: “Moore y yo somos uno y lo mismo” (5).


Poco tiempo después, Bugliosi recibió la visita de dos procesanos (el Padre John y el Hermano Matthew), pero al sugerirles una posible relación del culto con Manson, la pareja lo negó tajantemente, añadiendo que De Grimston rechazaba la violencia. Se sabe que tras este encuentro esos mismos miembros de El Proceso visitaron en prisión a Manson. En el libro de visitas de la prisión figuran los nombres de Padre John y Hermano Matthew, aunque también lo visitó un tercer procesano, el Padre Micah, quién habría discutido con él acerca de un sacerdote y escritor católico, Malcom Muggeridge, conocido por su mentalidad ortodoxa (6). En el número especial “Muerte” de la revista Process, se incluyó un artículo escrito expresamente para la revista por el propio Manson, una idea que al parecer surgió tras esa entrevista. Se trataba de dividir en dos una misma página, en la que aparecerían los artículos de Manson y Muggeridge, representantes de pensamientos aparentemente enfrentados. El encuentro, que se prolongó durante un par de horas y del que se desconoce su contenido, fue aprovechado por el periódico New York Times, que no tardó en difundir este hecho como un ejemplo de dos cultos que defendían y justificaban el terror (7).

Manson pudo haber conocido a El Proceso a finales de 1967 o comienzos de 1968, cuando los procesanos ya estaban instalados en San Francisco. El Proceso inauguró formalmente su sede en el Haight-Ashbury en diciembre de 1967, aunque en aquella fecha Manson ya no vivía en Cole Street, sino que se dedicaba a viajar a bordo de su autobús en compañía de sus seguidoras. Meses antes varios procesanos habían visitado la ciudad por encargo de los De Grimston, que buscaban un lugar donde instalar la Iglesia (8). De haber existido algún contacto es muy probable que este lo hubiera hecho el futuro procesano Victor Wild, un chaval con tendencias ocultistas que vivió en Cole Street durante la misma época en que Manson tuvo allí su residencia. Al llegar a San Francisco, la comuna de Wild fue literalmente tomada por el culto. Muchos de sus colegas se hicieron procesanos, incluido el propio Wild, que cedió su casa.

Las ideas acerca de un inminente juicio final presentes en Manson, por medio del llamado “Helter Skelter” (que interpretaba la canción de The Beatles como el anuncio de un inminente apocalipsis resultado de una guerra racial) coincidían en cierto modo con las de El Proceso. Tanto Robert de Grimston como Manson se habían iniciado en la Cienciología. Ambos pretendieron ganar adeptos entre las filas de los clubs moteros más salvajes, a modo de “tropas infernales”. Por otro lado, Leno LaBianca, una de las víctimas de La Familia, fue encontrado con la palabra “Guerra” marcada con un cuchillo sobre su pecho, algo que coincide con la recurrente idea de la “Guerra” presente en muchos de los textos procesanos (9).

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El Proceso fue producto de su tiempo. Nacidos en el Londres de mediados de los sesenta, vivieron su esplendor una vez instalados en ese marco californiano históricamente tan proclive a historias de sangre y horror.

Tras los crímenes de Manson, el Village Voice de Nueva York publicó un artículo titulado “Fascismo Psicodélico”. El texto relacionaba los crímenes de Charles Manson con El Proceso. Sin embargo, no era la primera vez que el nombre de El Proceso aparecía en la prensa hippie. El culto fue considerado una parte del movimiento y una más de entre las filosofías espirituales alternativas. La búsqueda de una espiritualidad alternativa había comenzado mucho antes, sobre todo a partir de Gary Snyder, Kenneth Rexroth o Allen Ginsberg, quienes se interesaron por el budismo y las filosofías y religiones orientales.

Lo satánico y oscuro era tratado como una expresión de libertad humana frente a las religiones organizadas. Las actividades procesanas (misas negras o reuniones del grupo de telepatía) solían incluirse en los habituales anuncios de la prensa alternativa.

Los procesanos eran perfectamente conscientes de la fascinación que despertaban entre buena parte de la contracultura y no dudaron en poner en marcha todo tipo de gestos hacia la escena hippie y el universo pop. En la cubierta del número especial de Process titulado “Libertad de expresión” aparecía el inconfundible rostro de Mick Jagger. En una época en que, tal y como confesó el mismo John Lennon, los Beatles eran más conocidos que Jesucristo, la propaganda procesana era decididamente psicodélica. La imagen de los adeptos favorecía el contagio: la mayoría lucia pelo largo y amaba el rock and roll, llegando incluso a formar varias bandas psicodélicas que actuaron en sus locales. Su terror (invocaciones a la guerra y la destrucción, páginas dedicadas a los kamikazes japoneses o advertencias para un inminente final de los tiempos) se expresaba en lujosas revistas de papel satinado y a todo color.

En Toronto, George Clinton, líder de la banda Funkadelic, entró en contacto con la sección canadiense de El Proceso. Su fascinación e interés por el culto le llevó a reproducir textos de Robert De Grimston en dos de sus discos. Incluso Miles Davis, quien casualmente se había encontrado con una pareja procesana en mitad de la calle y entregado a estos una amable donación, fue visitado por varios procesanos en su mismo apartamento. Fueron muchos los militantes, freaks y rebeldes de todo tipo que mantuvieron contacto con las actividades del grupo. En Inglaterra, fueron apoyados por la revista OZ y en San Francisco, el periódico underground Oracle, que experimentaba entonces una vertiente mística y espiritual, se hizo eco de las ideas y textos de El Proceso.

En 1967, cuando los mismos Diggers pasearon -como si fuese una procesión funeraria- un muñeco que hacía las veces de hippie, la situación había cambiado tanto que resultaba relativamente sencillo que la habitual sonrisa del hippie se transformase en una mueca grotesca. Aquella verdad que anunciaba el final de un sueño, se difundió en forma de panfletos repartidos entre los espectadores del concurrido acto: “Los Medios-Policía repartieron porciones de Hashbury entre nosotros y los turistas vinieron al zoo a ver a los animales enjaulados” (10), decía el texto.

Habían aparecido la heroína, la violencia y los malos viajes. Los camellos se volvieron implacables. El rostro del hippie pronto se volvió siniestro y los más conscientes de entre estos (los Diggers en San Francisco o los Motherfuckers en Nueva York) criticaron abiertamente al movimiento por su escapismo y aceptación del sistema. Era cuestión de tiempo que los monstruos inicialmente imaginarios -a modo de fantasías de violencia atroz- se volvieran de carne y hueso. En el hippie y su revolución psicodélica lo siniestro podía traducirse en la fascinación por lo abismal y caótico. Se trataba de una violencia retributiva dirigida contra el propio sistema y gobierno americanos. El discurso oficial pasaba por justificar de una forma torpe y engañosa la violencia y la persecución contra el enemigo interior. En el exterior, Estados Unidos era capaz de arrasar las selvas vietnamitas y, dentro de sus propias fronteras, aniquilar a la oposición más radical y fundamentalmente negra con las armas, el crack o con planes de guerra sucia. Todo ello mientras hablaba de paz y convivencia.
Las conexiones entre el mundo hippie y el ocultismo venían de la mano de gente como el cineasta Kenneth Anger, seguidor del ocultista Aleister Crowley (11). Anger se consideraba un mago (en varias de sus películas interpretó a un personaje llamado “Magus”) y dedicó todo su trabajo a investigar la antigua tradición oscura con el surrealismo o el homoerotismo. En 1967 Anger se trasladó al Haight más o menos al mismo tiempo que una avanzadilla procesana buscaba local para fundar su sección californiana y resulta bastante probable que la escena hippie y ocultista de entonces acudiera masivamente el 21 de septiembre de 1967 a la proyección de una inacabada Lucifer Rising en el Straight Theater, situado en el centro del barrio. La proyección se hizo coincidir con el equinocio de otoño y siguió las instrucciones de los rituales descritos por Crowley.

La comuna de Anger, conocida como la “Embajada Rusa”, estaba situada muy cerca de la sede de La Primera Iglesia de Satán. Muy pronto, la conexión entre el pensamiento del cineasta y el de rockeros, hippies psicodélicos y satanistas produjo sorprendentes fenómenos. A partir de su íntima amistad con LaVey, logró filmar varias sesiones de la entonces recién constituida Primera Iglesia de Satán, dando lugar a una pequeña película titulada Lucifer Rising (su versión definitiva se estrenó en 1970). También Mick Jagger, asumiendo con cierta inconsciencia su papel de “rey del rock satánico”, compuso la música (un conjunto de sonidos agobiantes y repetitivos gracias a su recién estrenado sintetizador Moog) para la película Invocation of my Demon Brother (1969), donde LaVey interpreta a Satán. Poco después, su también colega Jimmy Page, guitarrista de Led Zeppelin, obsesionado con la figura de Crowley, hizo lo mismo para la versión inicial de Lucifer Rising.

La agenda de Anger contaba con nombres como los de Keith Richards, Marianne Faithfull, Robert Fraser o el de un joven hippie aficionado al esoterismo y las drogas llamado Bobby Beausoleil, quién apareció en Invocation of my Demon Brother. Un año antes de la llegada de Anger a San Francisco, Beausoleil formó una banda junto a Arthur Lee, futuro líder de Love. El grupo fue conocido como The Grass Roots y cosechó varios éxitos musicales. Cuando Anger proyectó aquella versión de Lucifer Rising en el Haight, entre sus colaboradores estaba Beausoleil, que actuó junto a su nueva banda The Magick Powerhouse of Oz. Poco tiempo después se asoció con Manson y su clan. En agosto de 1969 fue finalmente detenido acusado de asesinato. La amistad con Anger continuó mientras se encontraba en la prisión de Tracey (California) e incluso, gracias al permiso de las autoridades penitenciarias, compuso la música para la segunda versión de Lucifer Rising con ayuda de una pequeña orquesta llamada Freedom Orchestra.

Entre Anger y El Proceso existió además una fascinación compartida por las bandas moteras al estilo de los Ángeles del Infierno. En sus películas, frecuentemente Anger aparecía vestido con la indumentaria típicamente motera. Scorpio Rising, una película de 29 minutos y fechada en 1963 (aunque se terminó un año antes), contaba con una banda sonora con canciones de Ricky Nelson o Elvis Presley, entre muchos otros. Anger, antes de comenzar el rodaje, había contactado con una banda motera de Brooklyn. Su fascinación por este tipo de bandas partía de la idea de que representaban una actualización, a través de la cultura popular, de la vieja “filosofía del cowboy”. Por supuesto, también estaba todo el componente de maldad infinita, lo que condujo a esa incesante muestra de imaginería nazi presente en los Ángeles del Infierno y en otros grupos. La fecha de finalización del rodaje de Scorpio Rising fue interpretada por Anger en clave esotérica: aquel año marcaba el comienzo de la Era de Acuario. Según ocultistas como Crowley o el propio Anger, suponía además el final de la dominación cristiana, lo que daría lugar a un período dominado por el paganismo. Por esta razón, durante la película se sucedían escenas de destrucción, muerte y violencia, cuya finalidad era el incidir en la idea de una resurrección y un nuevo comienzo. Para el cineasta, las bandas moteras, pero también las drogas o la música pop, eran expresiones de este nuevo renacer. Esta oda a la brutalidad (en la película se mezclan imágenes de Jesús o Hitler con las de Marlon Brando, Drácula o James Dean), con continuas referencias a la estética nazi, condujo al secuestro de la película por la policía de Los Ángeles, aunque, curiosamente, los nazis americanos se mostraron ofendidos por la erotización que Anger hacía del Tercer Reich, con personajes y escenas decididamente gays. La defensa de la obra de Anger contra estos intentos de censura, hizo que escritores como Susan Sontag o Allen Ginsberg testificasen en su favor durante el juicio.

La utilización que Anger hizo de la esvástica no fue, obviamente, una defensa del Tercer Reich. Por su parte, el símbolo de El Proceso guarda una innegable similitud formal con la esvástica. Existen numerosas interpretaciones acerca del significado de la esvástica. Cada una de estas interpretaciones depende del contexto y la cultura en que este símbolo es representado. Por lo tanto, no es una cuestión sencilla. Sin embargo, es muy posible que, dentro de esta simbología esotérica y mágica alrededor de la esvástica, Anger y el Proceso recurrieran a la idea de permanencia y movilidad atribuida a la esvástica dentro de la historia del paganismo. Sus cuatro ramas angulares unidas en un mismo punto central parecen sugerir la idea de rotación axial. De igual modo, estos cuatro puntos cardinales, junto a un eje central estático, también podría indicar la idea de eterno retorno y movimiento cíclico.

Pese a estas ancestrales referencias al origen y significado de la esvástica, tanto los De Grimston como Anger partieron de una tradición ocultista más moderna surgida a finales del siglo XIX. En 1888, la célebre Madame Blavatsky publicó La Doctrina Secreta, una de las obras fundamentales para las ideas oscuras. Unos años antes, Blavatsky había fundado un pequeño grupo llamado la Sociedad Teosófica, dedicado a estudiar las ciencias ocultas en relación con el cristianismo. Muy pronto, adoptó la esvástica dextrógira para ilustrar el sello de la sociedad. La esvástica, en referencia a una de las ideas centrales contenidas en La Doctrina Secreta, indicaba la eternidad del universo, según la cual el universo habría sido creado a partir de un caos inicial, de ahí la imagen de la esvástica como un remolino de fuego que gira sin parar. Hitler, precisamente, tomó esa interpretación de la esvástica, afirmando que se trataba de un torbellino que simbolizaba el fuego y, por tanto, el culto solar (12).

La formidable constelación que era la contracultura estaba integrada por todo tipo de grupos, comunas, terapias y experimentos no siempre coincidentes. Se trataba de “un deseo que el sujeto se prohíbe formular” (13) y los Ángeles del Infierno, con su mitificación del aparente estilo de vida del rebelde, expresaban un deseo reprimido de venganza y misantropía. Ese deseo se hizo finalmente realidad en muy poco tiempo con las primeras acciones armadas por parte de grupos radicales que se dirigieron, precisamente, contra la “cultura de plástico” americana. Además, los crímenes de Manson constataron la vulnerabilidad de la sociedad americana: “Se tuvo la sensación de que algo concluía, de que una era terminaba, de que habían hecho lo que habían querido durante un tiempo y, para los de mentalidad más apocalíptica, la sensación de que la Parca pronto vendría a matarlos a todos” (14).

Justo en medio del sueño hippie, había surgido algo monstruoso. Ya no se trataba de la revolución psicodélica, sino de un discurso deformado y retorcido. Los hippies alucinados dirigidos por Manson y reunidos en el rancho Valle de la Muerte, no perseguían sueños de amor. Tampoco se trataba de una utopía perdida. Era el horror, ni más ni menos. Y cuando, una vez cometidos los crímenes de La Familia, le ofrecieron al popular Dennis Hopper interpretar el papel de Manson en una película sobre su vida, aquello ya era algo muy distinto. Hopper era el ídolo juvenil que había protagonizado Easy Rider (En busca de destino). En el personaje interpretado por Hopper se mezclaba la libertad sin barreras con el estilo de vida del forajido y la transgresión. Manson, al proponérsele realizar una película sobre su vida, había mencionado su nombre. Hopper aceptó visitar a Manson, pero se quedó paralizado cuando le confesó que el motivo de elegirlo a él había sido porque lo había visto en The Defenders, una serie de televisión donde su personaje terminaba asesinando a su padre por tratar brutalmente a su madre. El proyecto nunca se llevó a cabo.

La agresividad impresa en la sociedad americana de finales de los sesenta pasó a ser asumida por aquellos que aparentemente la rechazaban. Los hippies, o al menos aquellos jóvenes que habían hecho su aparición en el tiempo de los veranos del amor, confesaban tener una misión: “Tenemos necesariamente un papel histórico envidiable como arquitectos cósmicos armados de martillos, guitarras eléctricas y visiones apocalípticas” (15). Los impulsos destructivos y aniquiladores se convirtieron así en la realidad del hippie en la era post-hippie. En el Haight se produjeron los primeros asesinatos y se desató la violencia entre algunos de sus habitantes. La calle apestaba a agonía humana, desesperación y muerte. Parecía que todo el mundo se había embarcado en todo aquello de las “visiones apocalípticas”.

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Para El Proceso, la Tierra Prometida no existía en ningún lugar conocido del planeta. Tampoco los procesanos buscaban un Jardín del Edén en la Tierra. Más bien justamente lo contrario. El Proceso puede definirse también como un movimiento milenarista. Y más concretamente de un milenarismo judío. El pueblo judío tendría, en tanto que pueblo elegido, el destino de restaurar todas las cosas al lugar que les corresponde. Al igual que otros movimientos y sectas milenaristas, concebían la salvación como un hecho colectivo, terrenal, inminente, total y milagroso (16). No eran ya los judíos en tanto que pueblo elegido, sino los partidarios de Robert de Grimston, los que habrían de llevar a cabo esa tarea por medio de la palabra y de la acción: “Lo que los cabalistas llaman tikun implicaba tanto el proceso por el que los elementos destrozados del mundo debían recuperar su armonía -lo que constituye la función esencial del pueblo judío- como el resultado final, es decir, el estado de redención anunciado por la aparición del Mesías, que marcaría el último estadio” (17).

El Juicio Final -un fantástico y violento Armagedón- sería lo que traería “la presencia purificadora del fuego al mundo… De las cenizas del final surgirá un nuevo inicio… amor, unidad y generosidad en oposición al miedo, el aislamiento y la guerra” (18). Mientras tanto, la preparación para ese anunciado final pasaba por un reconocimiento de aquellos miedos e inhibiciones que existían en la mente de todos. Según El Proceso, la única forma de enfrentarse a esos miedos era intentando aceptarlos: “La gente que se aferra a las estructuras de la humanidad, a la culpa, al miedo, a una necesidad de ser superior, a una necesidad de culpar a otra persona, a una necesidad de buscar una excusa por algo que hemos hecho nosotros, será destruida en el juicio final… Serán salvadas aquellas personas que se enfrentan a sus miedos y los aceptan, y que ven que en el momento en que elegimos estar asustados, podemos, de igual manera, no tener miedo. Haciendo las cosas que más miedo nos dan, podemos llegar a ser invulnerables.” (19).

El ser humano debía reconocer su propia naturaleza, despejándola de toda culpabilidad. Sin culpa, dirán los procesanos, se podía ser libre, pero previamente se debía aceptar el instinto destructivo presente en la naturaleza humana. La revolución psicodélica perseguía desarrollar una experiencia individual dirigida hacia la liberación personal a través de las drogas y los estados mentales intensos que estas provocaban. En medio de esos trances, se podían descubrir verdades que el principio de realidad (y por tanto de negación del placer) ocultaba a los ojos de los hombres. Sometido al principio de la realidad, el ser humano aceptaba una estructura y moral concreta, al mismo tiempo que definía lo que era falso o verdadero. En base a ese principio de realidad, la civilización reprimía y anulaba la naturaleza libre y fantasiosa del ser humano en favor de la razón, la utilidad y el orden.

Los rituales de El Proceso iban dirigidos, entre otras cosas, hacia un retorno de todo lo reprimido y prohibido. Sus textos y manifiestos defendían la gratificación libre de esos impulsos ocultos. Para los De Grimston, la civilización era la muerte y la humanidad algo abominable (su célebre frase “Humanity is the devil”). Pero el triunfo del placer presentaba unos grandes peligros: una libertad que, llegado el caso, podía justificar el asesinato y el terror. Si nada era verdad, en el sentido de que todo sistema de creencias era discutible y, por tanto falso, todo podía ser permitido. El Proceso afirmaba amar los contrarios. Todo código o estructura de pensamiento debía ser destruido en favor de la libertad individual luciferina. El horror tenía que ser realizado.

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Una vez avanzada la década de los setenta el culto inició un proceso de maquillaje y suavización de muchos de sus postulados más salvajes. El negro de los trajes procesanos dio paso al gris. Al igual que otros cultos como el Templo del Pueblo de Jim Jones, comenzaron a establecer alianzas con la clase política, fundamentalmente en las filas del Partido Demócrata. Muchos vieron en El Proceso un culto humanitario y sano para los jóvenes (rechazaban las drogas o el maltrato animal, fomentando la comunión y el encuentro). Su impactante imagen, paseando por las calles de San Francisco, Boston, Los Ángeles o Londres junto a enormes perros, era parte de esta idea que, aparentemente, rechazaba toda crueldad. Los animales eran, según ellos, criaturas superiores a los seres humanos, ya que “son puros… Los animales no tienen conflictos de elección. Hacen lo que se supone que tienen que hacer. No tienen sentimientos encontrados”. Por el contrario, los hombres, títeres de todo tipo de fuerzas, eran el Mal (20).

Pero la evidencia de un culto construido desde sus mismos orígenes en torno a la adoración sin límites de sus fundadores, Robert y Mary Ann de Grimston, hizo que toda aquella organización se derrumbase en torno a 1974 cuando ambos decidieron poner fin a su relación sentimental. La pareja, que siempre había vivido una relación distante y tensa, se divorció un año después, lo que desencadenó la progresiva disolución del culto, que cambió su nombre por el de The Foundation Church of the Millenium. La nueva organización pasó a ser liderada en solitario por Mary Ann.

Mientras tanto, Robert regresó con su antigua esposa y viajó hasta Xtul, el lugar en que todo había comenzado, para intentar hacer resurgir el grupo desde sus orígenes. Posteriormente, intentó establecerse en Nueva Orleans con el objetivo de fundar un Colegio Procesano, pero tuvo problemas con la comunidad. Tan sólo un año más tarde, The Foundation Church of the Millenium cambió su nombre por el de Foundation Faith of the Millenium y compró un edificio de cuatro plantas en el centro de Manhattan. Allí impartieron cursos y seminarios sobre las ideas procesanas, que también fueron difundidas por medio de la revista The Founders, aunque poco a poco fueron desapareciendo las referencias satánicas y las ideas asesinas de guerra “a toda costa” presentes en los textos editados durante los años sesenta.

Los reiterados intentos de Robert por resucitar el culto fracasaron. Mientras tanto, Mary Ann y su Foundation Faith of the Millenium crecieron tanto en el número de miembros como en la tirada de su revista, que llegó a 200.000 ejemplares. En aquellos años, mediados de los setenta, era habitual ver a esos herederos de El Proceso participar en debates televisivos o en programas de radio. Fue entonces cuando algunos de los más antiguos miembros, incorporados entonces a la nueva organización dirigida por Mary Ann, decidieron abandonar el grupo por serias divergencias con su antigua líder, fundando un grupo autónomo llamado The Unit. Sin embargo, la controversia surgida entre ambos acabó en los tribunales.

En 1982 Foundation Faith of the Millenium se instaló en Utah y, sorprendentemente, decidió cambiar su nombre por el de Best Friends, tal y como aún hoy se le conoce. Best Friends es un refugio para animales abandonados o en peligro, recuperando con ello las antiguas ideas animalistas presentes en El Proceso. Best Friends, en todo momento, ha preferido omitir las referencias a sus orígenes en El Proceso y a toda la vieja retórica apocalíptica.

La historia del culto se mantuvo subterránea y críptica. Su silencio era en gran parte obvio. Por un lado, la historia del satanismo moderno fue dominada por el ocultismo espectacular y casi teatral de LaVey y su Iglesia de Satanás y, por otro lado, se citó sin cesar a Charles Manson quien, en realidad, fue un subproducto de otras tantas cosas (fascinación por la sangre y la violencia del movimiento hippie tardío) y, desde luego, un fenómeno menor del ocultismo moderno. Ambas historias parecían ser suficientes a la hora de escribir una historia más o menos actual del ocultismo satánico. Al mismo tiempo, los textos de El Proceso aparecían dispersos y complicados de encontrar. La revista Process pasó a ser una codiciada pieza para los coleccionistas.

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En 1981 se fundó en el Reino Unido una sociedad parapicológica llamada Thee Temple Ov Psychick Youth (TOPY). Detrás de aquel enigmático nombre estaba un pequeño grupo de personas, mayoritariamente gente perteneciente a la escena musical industrial, como Psychic TV, Current 93 o Coil, entre otros (21). Pronto, TOPY se extendió a Estados Unidos. Gran parte de los textos y prácticas del recién creado grupo se debieron a Genesis P-Orridge, posiblemente uno de los mayores seguidores de la doctrina procesana, y que al igual que El Proceso no tardó en adoptar unos uniformes, en este caso paramilitares, para los miembros de Psychic TV. Posteriormente, Genesis entró en contacto con Timothy Wyllie, antiguo procesano desde los orígenes del culto en la comuna de Xtul. Wyllie, que había roto a finales de los setenta con Mary Ann De Grimston, le reveló personalmente los detalles de las sesiones y los rituales procesanos.

TOPY se dedicó a estudiar y poner en práctica un tipo de magia que más o menos en torno a la época de la fundación del grupo empezó a ser conocida como “Magia del Caos”. Si Freud había puesto al descubierto el carácter destructivo de la civilización en relación a la represión de los instintos, TOPY se marcó como objetivo difundir una magia que liberase de toda culpabilidad a los seres humanos, algo sobre lo que también había trabajado El Proceso. No era, como puede adivinarse, una magia al estilo tradicional, sino algo bastante distinto y con una alta dosis de oscuridad en sus numerosos textos y manifiestos. Los “magos del caos” hacían uso de estados de conciencia alterados, durante los cuales se concentraban en un solo deseo o pensamiento. Según TOPY, estos deseos, tras ser olvidados rápidamente, pasaban a residir en algún punto del subconsciente y desde ahí eran capaces de llegar a provocar cambios en el mundo exterior. Para ellos, el encuentro con ese tipo de magia era un redescubrimiento, en tanto que se trataba de algo que siempre había estado ahí (y muy posiblemente de una manera más patente muchos siglos atrás, cuando los hombres se relacionaban directamente con sus dioses). Era un conocimiento heredado, una habilidad.

El grupo estaba muy influenciado por las ideas de El Proceso, aunque rechazaba la creencia en dioses o demonios. El nuevo culto tomó de la historia procesana las sesiones de telepatía y meditación. Sin embargo, la mayor influencia vino de la invocación a la destrucción de todo tipo de paradigmas (conjunto de creencias). El acto de amar indistintamente a Lucifer, Jehová y Satanás, típico en los textos de De Grimston, planteaba sujetos capaces de vivir intensamente experiencias aparentemente contradictorias (“La unidad y reconciliación de los opuestos”, proclamó el culto). Los magos del caos, al rechazar todo sistema de creencias, eran capaces de vivir en paradigmas distintos y de alguna forma habitarlos, aunque nunca pertenecerían a ninguno. Tomaban lo que en un momento determinado les pudiese interesar de cada paradigma pero no abrazaban ninguno en concreto.

Al no existir una verdad objetiva, a los ojos de los magos del caos todo sistema de creencias era falso. Esa radical subjetividad implica que “para un mago caótico, restricción significa limitaciones autoimpuestas a fin de disfrutar plenamente la vida. Un mago caótico puede entender que lo único que le impide cometer violaciones, asesinatos, robos, incendios, etc., es uno mismo. El mago caótico entiende que lo único que lo puede salvar de ser asesinado, violado, quemado, robado, etc., es la restricción que otros se imponen a sí mismos” (22).

Tanto El Proceso como posteriormente TOPY, al negar la existencia del pecado, conectaban su discurso con los antiguos movimientos heréticos, concretamente con la Hermandad del Espíritu Libre, secta medieval que, además de su doctrina social revolucionaria, que negaba la propiedad privada, se caracterizó por su total falta de moralidad o, más específicamente, por una nueva moralidad no fundada en la culpa o el pecado. Los adeptos al Espíritu Libre creían que había llegado la Era del Espíritu, en la que el pecado había dejado de tener sentido y los hombres no se veían ya constreñidos por unas normas morales que remitían a un mundo ya superado. Es por ello que gozaban de una sexualidad libre, negaban el derecho, tanto canónico como secular, e incluso no dudaban en matar a quienes no formaban parte del movimiento cuando la situación lo requería.

Era un discurso ciertamente heredado, cuyas fuentes se repartían a través de enseñanzas antiguas y ocultistas. La postura de Robert De Grimston, quien se impuso en el culto como una especie de Oráculo y Profeta, podía haber encarnado al judío Sabatai Sevi, que en 1665 se proclamó Mesías para posteriormente convertirse al islamismo y reconocer que, desde esa apostasía, trabajaba para acelerar el fin del mundo. Un siglo después, Jacob Frank, líder del ala más extremista del sabateísmo, fue un paso más allá y proclamó la “redención a través del pecado”, la transgresión cometida porque sí: “Todo esto les digo: Cristo, como ustedes saben, dijo que él había venido a rescatar al mundo de las manos del mal, pero yo he venido a salvarlo de todas las leyes y costumbres que han existido hasta ahora. Mi misión es aniquilar todo esto de modo que el Buen Dios pueda darse a conocer” (23).

Cuatro años más tarde de la fundación de TOPY, Genesis publicó el Libro Gris, inicialmente distribuido por la sección de Denver del grupo ocultista. Curiosamente, el texto comenzaba con una cita que Genesis, posiblemente de forma deliberada, atribuía por igual a Karl Marx y a Jim Jones, líder de la secta suicida Templo del Pueblo. La cita decía: “Aquellos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo”. La frase había aparecido escrita en grandes letras en la comuna de Jonestown, justo donde Jones comenzó a declamar un discurso en el que anunció su intención de llevar a cabo un suicidio colectivo (24).

Esta confusión ha sido habitual en los textos de Genesis, en los que existen continuas referencias a asesinos y criminales, junto al uso de citas, directas o indirectas, a los textos y la teoría procesana. Interesados en el control mental, el terror y la manipulación, los miembros de TOPY estudiaron los casos de Manson y La Familia o El Templo del Pueblo de Jim Jones. El grado de transgresión de Genesis y su TOPY dio lugar a que en 1991 Scotland Yard realizase un registro en su domicilio, durante el cual se requisó material relacionado con el culto (videos con imágenes sadomasoquistas) por atentar contra las buenas costumbres y la moral británicas. Aquel Libro Gris era una de estas referencias a El Proceso, incidiendo en el constante uso por parte de Robert de Grimston de la necesidad de combatir las “fuerzas grises” o “lo gris”. En el texto de El Proceso “Trascendencia: los Dioses en Guerra” se afirmaba lo siguiente:

“Rechazar la validez del predicador de la condena, el jehovano, y el predicador de la paz a toda costa, el luciferino, y el predicador de la violencia como el único modo para acabar con el ciclo de violencia al que estamos entregados, el adorador de Satanás; rechazar los tres y esperar que toda la desagradable situación se arregle sola; quitarle importancia a la guerra; quitarle importancia a la violencia en nuestras vidas; pasar toda la responsabilidad del hecho de la guerra a otros; menospreciar el efecto de la guerra en el mundo; condenar todas las formas de actitud extrema hacia la guerra; éstos son los caminos de la ceguera y de la cobardía. Este es el camino de lo gris”

“Lo gris” era todo aquello que reprimía los instintos, destructivos o no, del ser humano y los “hombres grises” (¿Entrarían acaso en esta categoría los “hombres grises”, obsesionados con el tiempo y el control que son retratados por Michael Ende en su novela Momo?) seres temerosos y cobardes, que abrazaban la fe ante el miedo al vacío y la muerte.

El tecnopaganismo defendido por Genesis también encontraba su origen en las ideas procesanas por medio de su lema “El Proceso es el Producto”. Si todo lo que hemos señalado acerca de la magia del caos significaba el desarrollo de una determinada conciencia que, como hemos advertido, se oponía ferozmente a todo paradigma, el “proceso” eran aquellos pasos necesarios para lograr la transformación de algo. “Proceso” (que para Robert de Grimston hacía referencia a “pro-cese”, es decir, al final de los tiempos, pero no sólo a eso) implicaba una secuencia de hechos para producir un determinado resultado y los rituales esotéricos procesanos no serían otra cosa que ceremonias mágicas.

Se trataba de instrucciones, consejos, un conjunto de habilidades que remitían a antiguas tradiciones y cultos. El iniciado tenía que recorrer su camino en soledad. Tan sólo debía intentar obedecer a una idea, una frase que decía algo así como: “No creas en nada, atrévete a todo”


Notas:
(1) La descripción de la Asamblea del Sabbath de El Proceso y de otros rituales procesanos aparece descrita en W. S. Bainbridge, Satan’s Power: A Deviant Psychotherapy Cult, University of California Press, Berkeley, 1978.
(2) Las referencias a reuniones en grutas, cuevas o criptas estan presentes en absolutamente toda la historia de las sociedades secretas de tipo ocultista o conspirativa. Sobre los Iluminatti y la Masonería, se repitió en una infinidad de obras -la mayoría escasamente creíbles- la celebración de reuniones clandestinas en este tipo de lugares. Sucedió lo mismo con los jacobinos en los tiempos inmediatamente anteriores a la Revolución Francesa, aunque estos últimos finalmente comenzaron a reunirse en un viejo convento. También se dijo que, al morir el emperador Federico II (en el siglo XIII), las tropas milenaristas descansaban en el interior de una cueva hasta el momento de su regreso para liderar a la cristiandad. Por esta razón, posiblemente los procesanos decidieron darle aquel nombre a su cafetería, así como por el hecho de que los Beatles (El Proceso mantuvo un vivo interés por el mundo del pop y el rock and roll) se hubieran hecho famosos al actuar en la célebre sala The Cavern.
(3) Colin Wilson, Los Asesinos, Luis de Caralt Editor, 1976, pag. 193.
(4) El panfleto puede verse en Peter Stansill y David Zane Mairowitz, BAMN. Outlaw Manifestos and Ephemera 1965-70, Penguin Books, 1971, pag. 59.
(5) Vincent Bugliosi, Helter Skelter. The true story of the Manson murders, Norton Company, 1974, pag. 611.
(6) No sabemos si se trató de la misma visita o de otra posterior, pero el propio Timothy Wyllie, alias “Padre Micah”, reconoció el encuentro en Love, Sex, Fear, Death. The Inside Story of The Process Church of the Final Judgment, Feral House, 2009, pag. 92.
(7) Robert Schroeder, Cults, secret sects and radical religions. Carlton Books, 2007, pag. 109.
(8) “Mi paso por San Francisco fue muy fugaz. Estuve unas dos semanas durante el verano del amor de 1967 antes de regresar a Los Ángeles. Buscaba un edificio para montar allí una sección de El Proceso”, según el antiguo miembro Timothy Wyllie, alias “Padre Micah”, en Love, Sex, Fear, Death. The Inside Story of The Process Church of the Final Judgment, Feral House, 2009, pag. 77.
(9) El Proceso también fue investigado por su supuesta relación con los asesinatos cometidos por David Berkowitz, alias “Son Of Sam”, aunque nunca ha existido una prueba concluyente de esta conexión.
(10) Alice Gaillard, Los Diggers. Revolución y contracultura en San Francisco (1966-1968), Pepitas de Calabaza, 2010, pag. 156.
(11) Ver Alice L. Hutchison, Kenneth Anger, Black Dog Publishing, 2004, sobre todo su capítulo 8 “Psychedelia: San Francisco-London”, pag. 155-192.
(12) Rosa Sale Rose, Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo, Acantilado, 2003, pag. 123-126.
(13) Eugenio Trías, Lo bello y lo siniestro, Ariel, 1988, pag. 109.
(14) Citado por Peter Biskind en Moteros tranquilos, toros salvajes. La generación que cambió Hollywood, Anagrama, 2004, pag. 101.
(15) Panfleto firmado por el Grupo Surrealista de Chicago, Grupo de Trabajadores Rebeldes de Chicago y Horda Bastarda. Reproducido en Las culturas de la posguerra, de Jeff Nuttall, Ediciones Martínez Roca, 1974, pag. 70.
(16) Norman Cohn: En pos del Milenio. Revoluciones milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media, Alianza Editorial, Madrid, 1981, pag. 14-15.
(17) Gershom Scholem: “Sabatai Sevi y el movimiento sabateísta”, El misticismo extraviado, Lilmod, Buenos Aires, 2005, pag. 13.
(18) Bill Becket, Preparación para el ardiente final: El Proceso, Harvard Crimson, 1971.
(19)Idem.
(20)Idem.
(21)Ver Thee Psychick Bible, por Genesis P-Orridge, Feral House 2011.
(22)”La perspectiva de un mago” por Grand Poobah, miembro de la sociedad ocultista The Illuminates of Thanateros, una organización de Magia del Caos creada en 1978 por los fundadores de este tipo de magia Peter Carroll y Ray Sherwin. El texto de Poobah, junto a otros obra del TOPY, pueden leerse en www.ain23.com/topy.net/kiaosfera/caos/teoria.htm.
(23)Jacob Frank, citado por Gershom Scholem: “La redención a través del pecado”, El misticismo extraviado, Lilmod, Buenos Aires, 2005, pag. 141.
(24)En Jonestown, en noviembre de 1978, fallecieron 918 personas víctimas de lo que Jones denominó “suicidio revolucionario”.




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