Ensayo incluido en el libro A la guerra con Satán. La Iglesia del Juicio Final & El Proceso (La Felguera Editores, 2011).
“Aún hay en la tierra cerca de sesenta mil adoradores del Diablo”
Giovanni Papini, El Diablo (1954).
Sentados
sobre cojines y acompañados por tres guitarras, los procesanos cantaban
un himno que pretendía acentuar la unidad de los miembros de la Iglesia.
En un extremo de la habitación, colgada sobre una tela morada oscura,
había una cruz de plata. En el otro extremo, sobre una cortina negra, se
mostraba la imagen de un macho cabrío en el interior de un pentagrama
colocado verticalmente. La liturgia de la Asamblea del Sabbath, un acto
fundamental en los ritos de El Proceso y que era realizado cada sábado a
las siete de la tarde, comenzaba con el reparto de un folleto que
contenía un resumen de las invocaciones, respuestas y las partituras con
las letras de los diferentes himnos. Se hacía entrar a dos grandes
perros, uno negro y otro blanco, sujetos con fuertes correas.
Seguidamente, varios miembros del culto hacían su aparición ataviados
con sus reconocibles capas negras. Un “gong” indicaba el inicio de la
Asamblea (1). La música comenzaba a sonar y los congregados, siguiendo
la melodía, cantaban algo que decía así: “Cristo y Satán unidos en
armonía”.
Se trataba
de una puesta en escena perfectamente estudiada e íntimamente
relacionada con toda la tradicional simbología ocultista. Pero si el
improvisado templo era el lugar destinado a la liturgia, no menos
importante fue The Cavern, la cafetería procesana situada en el sótano
de una mansión londinense utilizada por El Proceso y que cada noche,
durante un período de unos tres años, congregó a decenas de personas.
Entre los procesanos, The Cavern también fue conocida como The Satan´s
Cavern (2).
Existe una
fotografía en la que puede verse a un procesano disfrazado de demonio
al estilo de lo que, justo entonces, solía hacer Anton LaVey en su
Primera Iglesia de Satanás. Sin embargo, la diferencia está en su pie de
foto, donde se indica que se trata de una broma. Sobre las concurridas y
publicitadas misas negras de LaVey existen un sinfín de fotografías y
grabaciones, mientras que, todavía hoy, un misterio rodea a la
generalmente desconocida -y muchas veces fantaseada- historia de El
Proceso. A ello ha contribuido la enigmática vida de sus fundadores, la
pareja de antiguos cienciólogos Robert (1935) y Mary Ann De Grimston
(1931-2005), siempre esquivos y entre ellos distantes y competitivos.
El Proceso
creía en la existencia de tres grandes dioses: Jehová, Lucifer y
Satanás. Todos ellos eran considerados deidades independientes que
confluían, al mismo tiempo, en Cristo. De este modo, Jehová era el
iracundo dios de la venganza y del castigo; Lucifer, el ángel caído
expulsado del reino de los cielos, era el portador de la luz; Satanás,
por su parte, era el dios de la muerte y la desolación, un dios que
encarnaba todo aquello que despertaba miedo y temor, es decir, todas
aquellas cosas bajas y bestiales pero también las sublimes y
espirituales. Para El Proceso, las cualidades de estos tres dioses
estaban presentes en todos los seres humanos, por lo que uno de sus
objetivos fue el lograr que la gente las reconociera, aceptándolas sin
pretender reprimirlas.
***
En la
época en que el culto hizo su espectacular aparición por las calles de
San Francisco, el mayor ejemplo de satanismo eran los temidos Ángeles
del Infierno, tipos que evocaban las más bajas pasiones y un enorme
sentimiento de libertad absoluta. Montados sobre sus flamantes motos,
obedeciendo una disciplina y unos rituales precisos, perseguidos con
saña por la policía y temidos por todos, aquella banda representaba un
auténtico ejército móvil que funcionaba como una sociedad secreta. En
1965, desarmados ante la actitud outlaw de los moteros, los poetas beat
Ken Kesey, Neal Cassady y Allen Ginsberg entraron en contacto con ellos.
Aquel encuentro fue un intercambio recíproco: los poetas recibían algo
de esa realidad extrema de vandalismo y ultraviolencia y, por su parte,
los últimos vaqueros de América descubrían el ácido de manos del propio
Kesey. Las calles del Haight-Ashbury se rindieron ante el rugido del
motor de sus potentes motos. Los procesanos se sintieron fascinados por
la apología de la suciedad y la desviación enarbolada por los Ángeles
del Infierno, pero también por su disciplina militar. En su imaginario,
aquella gente ruda y violenta eran unos auténticos agentes de Satán.
Pero si el
culto se fascinó ante el aspecto uniformizado de los moteros, los
izquierdistas hicieron los mismo con respecto a los miembros de El
Proceso. Un observador atento habría llegado fácilmente a la conclusión
de que tanto los Ángeles del Infierno como los sonrientes procesanos se
tomaban en serio aquello que predicaban. O al menos eso parecía. Ambos
grupos, cada uno a su manera, estaban firmemente decididos a llegar
hasta el final, asumiendo personalmente las consecuencias de sus
palabras.
Sin
embargo, cuando los procesanos comenzaron a soñar con aquellas fuerzas
de choque infernal que, sin el menor esfuerzo y “aceptándolas sin
reprimirlas”, eran capaces de poner en práctica todas las cualidades que
creían inherentes a Lucifer, Satanás y Jehová, los malvados moteros ya
habían atacado manifestaciones contra la guerra de Vietnam y revelado su
verdadero rostro. Tan sólo se defendían a sí mismos y los negocios
ilegales que habían emprendido. Los intentos por parte del culto de
aproximarse a ellos fueron un completo fracaso. Su violencia sin objeto,
arbitraria y desmedida, estaba fuera de todo control. Eran, por así
decirlo, “demasiado satánicos” y Altamont (durante el célebre concierto
de los Rolling Stones los Ángeles del Infierno, que hacían de
improvisado servicio de orden de la banda, golpearon a la multitud y
asesinaron a un espectador negro) puso en evidencia que se encontraban
en mundos opuestos.
Pese a
ello, una facción de los Ángeles del Infierno pareció creerse toda
aquella retórica ocultista. Más o menos en esta época, el Galaxy Club de
Los Ángeles era uno de los locales favoritos de la escena motera
americana con tendencias ocultistas, quizás debido a la fascinación por
el ocultismo de su dueño, quien más tarde abrió otro local llamado el
Hollywood Hypnotism Center. Por aquel club pasaron bandas moteras como
Los Esclavos de Satán, Los Demonios Salidos del Infierno o Los Justos de
Satán. Las referencias satánicas en la elección de los nombres de las
bandas era un fenómeno muy extendido por todo el país, sobre todo a
partir de la aparición de los Ángeles del Infierno, lo que precipitó el
surgimiento de imitadores. Sin embargo, alguno de estos grupos pudo
haberse tomado todo aquello mucho más en serio, sobre todo Los Esclavos
de Satán, quienes en alguna ocasión pernoctaron en el Valle de la
Muerte, el famoso rancho dirigido por La Familia de Charles Manson (3).
De hecho, el mismo fundador y entonces secretario de los Ángeles del
Infierno, Freewheelin Frank Reynolds, escribió por aquellas fechas un
panfleto que decía lo siguiente: “Canto a Lucifer. Oh, nuestro legítimo
padre. Por siempre Lucifer, el más alto poder de la mente. Deberíamos
trabajar como si [ilegible] fuesemos tocados… somos cuatro rebeldes.
Ángeles del Infierno: Atormentando a los perdídos y despreciables. Almas
del pueblo asustado. Danos tu espíritu para nuestro goce. Oh, padre
Satán. Ángeles del Infierno. A.F.F.L. Hells Angels M.C. California” (4).
***
Cuando El
Proceso hizo su aparición en San Francisco, instalando su sede en el
corazón del barrio hippie de Haight-Ashbury, la contracultura estaba
sumida en un profundo proceso de mutación hacia otra cosa. Esa otra cosa
tenía que ver con el culto a la sangre y la violencia. Las fantasías de
destrucción total (sobraban los motivos: la amenaza de un nuevo
Hiroshima, planes gubernamentales de eliminación de los rebeldes, una
nueva guerra, etc.) se implantaron entre la contracultura de finales de
los sesenta. Las subculturas, y no sólo la motera, se habían
militarizado por completo y sus integrantes seguían al pie de la letra
lo que dictaba el rol subcultural.
En una
época acostumbrada a los grandes relatos y las respuestas fáciles, El
Proceso se convirtió en una especie de receptáculo para todo lo malvado y
perverso. De esta forma, ante el deliberado silencio de los De Grimston
(escasísimas fotografías de sus líderes y muchas menos apariciones en
público) los periodistas y no pocos escritores se embarcaron en la tarea
de atribuir a El Proceso el dudoso trofeo de ser los inspiradores
ideológicos de alguno de los más célebres asesinos de la era
post-hippie.
El barrio
del Haight-Ashbury, como territorio de experimentación pero también como
ritual de paso, podía ser al mismo tiempo el “Hashbury” (en referencia
al hachís) o “The Hate” (al pronunciar el nombre del barrio parecía
decirse “Hate”). Allí se concentraba tanto la utopía como el horror, ese
juego con los opuestos que tanto atrajo a El Proceso. Los procesanos
hicieron su aparición entre los hippies y la psicodelia del
Haight-Ashbury, mudándose al número 407 de Cole Street. Entre abril y
julio de 1967, Manson vivió en el 636 de esa misma calle. Por si fuera
poco, si uno caminaba unos metros y tocaba el timbre, con un poco de
suerte podía recibirte el propio Anton LaVey, que en 1966 había fundado
la Primera Iglesia de Satán y levantado su primera sede en aquella misma
zona.
La
relación entre Charles Manson y El Proceso nunca ha sido suficientemente
documentada, ni mucho menos probada. La mayoría de las veces se ha
basado en acusaciones literarias resultado del fenómeno surgido
inmediatamente después de los asesinatos de Sharon Tate y LaBianca a
manos de La Familia. Entonces, los periodistas se embarcaron en una
carrera loca por pretender reconstruir la base ideológica que mezclaba
ocultismo con terror y que, aseguraban, habría posibilitado aquellas
muertes.
La mejor
pista la dio el propio Manson al ser entrevistado por el abogado Vincent
Bugliosi durante el juicio por los célebres asesinatos. Bugliosi,
llevado por este misterio, le interrogó y preguntó si en alguna ocasión
había conocido a Robert De Grimston. Manson lo negó, pero afirmó conocer
a un tal Moore (el nombre completo de De Grimston era Robert De
Grimston Moore). “Tú le estás viendo ahora mismo”, añadió. Cuando
Bugliosi le preguntó qué significaban sus palabras, Manson, con su
típico lenguaje oscuro, afirmó: “Moore y yo somos uno y lo mismo” (5).
Poco
tiempo después, Bugliosi recibió la visita de dos procesanos (el Padre
John y el Hermano Matthew), pero al sugerirles una posible relación del
culto con Manson, la pareja lo negó tajantemente, añadiendo que De
Grimston rechazaba la violencia. Se sabe que tras este encuentro esos
mismos miembros de El Proceso visitaron en prisión a Manson. En el libro
de visitas de la prisión figuran los nombres de Padre John y Hermano
Matthew, aunque también lo visitó un tercer procesano, el Padre Micah,
quién habría discutido con él acerca de un sacerdote y escritor
católico, Malcom Muggeridge, conocido por su mentalidad ortodoxa (6). En
el número especial “Muerte” de la revista Process, se incluyó un
artículo escrito expresamente para la revista por el propio Manson, una
idea que al parecer surgió tras esa entrevista. Se trataba de dividir en
dos una misma página, en la que aparecerían los artículos de Manson y
Muggeridge, representantes de pensamientos aparentemente enfrentados. El
encuentro, que se prolongó durante un par de horas y del que se
desconoce su contenido, fue aprovechado por el periódico New York Times,
que no tardó en difundir este hecho como un ejemplo de dos cultos que
defendían y justificaban el terror (7).
Manson
pudo haber conocido a El Proceso a finales de 1967 o comienzos de 1968,
cuando los procesanos ya estaban instalados en San Francisco. El Proceso
inauguró formalmente su sede en el Haight-Ashbury en diciembre de 1967,
aunque en aquella fecha Manson ya no vivía en Cole Street, sino que se
dedicaba a viajar a bordo de su autobús en compañía de sus seguidoras.
Meses antes varios procesanos habían visitado la ciudad por encargo de
los De Grimston, que buscaban un lugar donde instalar la Iglesia (8). De
haber existido algún contacto es muy probable que este lo hubiera hecho
el futuro procesano Victor Wild, un chaval con tendencias ocultistas
que vivió en Cole Street durante la misma época en que Manson tuvo allí
su residencia. Al llegar a San Francisco, la comuna de Wild fue
literalmente tomada por el culto. Muchos de sus colegas se hicieron
procesanos, incluido el propio Wild, que cedió su casa.
Las ideas
acerca de un inminente juicio final presentes en Manson, por medio del
llamado “Helter Skelter” (que interpretaba la canción de The Beatles
como el anuncio de un inminente apocalipsis resultado de una guerra
racial) coincidían en cierto modo con las de El Proceso. Tanto Robert de
Grimston como Manson se habían iniciado en la Cienciología. Ambos
pretendieron ganar adeptos entre las filas de los clubs moteros más
salvajes, a modo de “tropas infernales”. Por otro lado, Leno LaBianca,
una de las víctimas de La Familia, fue encontrado con la palabra
“Guerra” marcada con un cuchillo sobre su pecho, algo que coincide con
la recurrente idea de la “Guerra” presente en muchos de los textos
procesanos (9).
***
El Proceso
fue producto de su tiempo. Nacidos en el Londres de mediados de los
sesenta, vivieron su esplendor una vez instalados en ese marco
californiano históricamente tan proclive a historias de sangre y horror.
Tras los crímenes de Manson, el Village Voice
de Nueva York publicó un artículo titulado “Fascismo Psicodélico”. El
texto relacionaba los crímenes de Charles Manson con El Proceso. Sin
embargo, no era la primera vez que el nombre de El Proceso aparecía en
la prensa hippie. El culto fue considerado una parte del movimiento y
una más de entre las filosofías espirituales alternativas. La búsqueda
de una espiritualidad alternativa había comenzado mucho antes, sobre
todo a partir de Gary Snyder, Kenneth Rexroth o Allen Ginsberg, quienes
se interesaron por el budismo y las filosofías y religiones orientales.
Lo
satánico y oscuro era tratado como una expresión de libertad humana
frente a las religiones organizadas. Las actividades procesanas (misas
negras o reuniones del grupo de telepatía) solían incluirse en los
habituales anuncios de la prensa alternativa.
Los
procesanos eran perfectamente conscientes de la fascinación que
despertaban entre buena parte de la contracultura y no dudaron en poner
en marcha todo tipo de gestos hacia la escena hippie y el universo pop.
En la cubierta del número especial de Process titulado
“Libertad de expresión” aparecía el inconfundible rostro de Mick Jagger.
En una época en que, tal y como confesó el mismo John Lennon, los
Beatles eran más conocidos que Jesucristo, la propaganda procesana era
decididamente psicodélica. La imagen de los adeptos favorecía el
contagio: la mayoría lucia pelo largo y amaba el rock and roll, llegando
incluso a formar varias bandas psicodélicas que actuaron en sus
locales. Su terror (invocaciones a la guerra y la destrucción, páginas
dedicadas a los kamikazes japoneses o advertencias para un inminente
final de los tiempos) se expresaba en lujosas revistas de papel satinado
y a todo color.
En
Toronto, George Clinton, líder de la banda Funkadelic, entró en contacto
con la sección canadiense de El Proceso. Su fascinación e interés por
el culto le llevó a reproducir textos de Robert De Grimston en dos de
sus discos. Incluso Miles Davis, quien casualmente se había encontrado
con una pareja procesana en mitad de la calle y entregado a estos una
amable donación, fue visitado por varios procesanos en su mismo
apartamento. Fueron muchos los militantes, freaks y rebeldes de
todo tipo que mantuvieron contacto con las actividades del grupo. En
Inglaterra, fueron apoyados por la revista OZ y en San Francisco, el
periódico underground Oracle, que experimentaba entonces una vertiente
mística y espiritual, se hizo eco de las ideas y textos de El Proceso.
En 1967,
cuando los mismos Diggers pasearon -como si fuese una procesión
funeraria- un muñeco que hacía las veces de hippie, la situación había
cambiado tanto que resultaba relativamente sencillo que la habitual
sonrisa del hippie se transformase en una mueca grotesca. Aquella verdad
que anunciaba el final de un sueño, se difundió en forma de panfletos
repartidos entre los espectadores del concurrido acto: “Los
Medios-Policía repartieron porciones de Hashbury entre nosotros y los
turistas vinieron al zoo a ver a los animales enjaulados” (10), decía el
texto.
Habían aparecido la heroína, la violencia y los malos viajes.
Los camellos se volvieron implacables. El rostro del hippie pronto se
volvió siniestro y los más conscientes de entre estos (los Diggers en
San Francisco o los Motherfuckers en Nueva York) criticaron abiertamente
al movimiento por su escapismo y aceptación del sistema. Era cuestión
de tiempo que los monstruos inicialmente imaginarios -a modo de
fantasías de violencia atroz- se volvieran de carne y hueso. En el
hippie y su revolución psicodélica lo siniestro podía traducirse en la
fascinación por lo abismal y caótico. Se trataba de una violencia
retributiva dirigida contra el propio sistema y gobierno americanos. El
discurso oficial pasaba por justificar de una forma torpe y engañosa la
violencia y la persecución contra el enemigo interior. En el exterior,
Estados Unidos era capaz de arrasar las selvas vietnamitas y, dentro de
sus propias fronteras, aniquilar a la oposición más radical y
fundamentalmente negra con las armas, el crack o con planes de guerra
sucia. Todo ello mientras hablaba de paz y convivencia.
Las
conexiones entre el mundo hippie y el ocultismo venían de la mano de
gente como el cineasta Kenneth Anger, seguidor del ocultista Aleister
Crowley (11). Anger se consideraba un mago (en varias de sus películas
interpretó a un personaje llamado “Magus”) y dedicó todo su trabajo a
investigar la antigua tradición oscura con el surrealismo o el
homoerotismo. En 1967 Anger se trasladó al Haight más o menos al mismo
tiempo que una avanzadilla procesana buscaba local para fundar su
sección californiana y resulta bastante probable que la escena hippie y
ocultista de entonces acudiera masivamente el 21 de septiembre de 1967 a
la proyección de una inacabada Lucifer Rising en el Straight
Theater, situado en el centro del barrio. La proyección se hizo
coincidir con el equinocio de otoño y siguió las instrucciones de los
rituales descritos por Crowley.
La comuna
de Anger, conocida como la “Embajada Rusa”, estaba situada muy cerca de
la sede de La Primera Iglesia de Satán. Muy pronto, la conexión entre el
pensamiento del cineasta y el de rockeros, hippies psicodélicos y
satanistas produjo sorprendentes fenómenos. A partir de su íntima
amistad con LaVey, logró filmar varias sesiones de la entonces recién
constituida Primera Iglesia de Satán, dando lugar a una pequeña película
titulada Lucifer Rising (su versión definitiva se estrenó en
1970). También Mick Jagger, asumiendo con cierta inconsciencia su papel
de “rey del rock satánico”, compuso la música (un conjunto de sonidos
agobiantes y repetitivos gracias a su recién estrenado sintetizador
Moog) para la película Invocation of my Demon Brother (1969),
donde LaVey interpreta a Satán. Poco después, su también colega Jimmy
Page, guitarrista de Led Zeppelin, obsesionado con la figura de Crowley,
hizo lo mismo para la versión inicial de Lucifer Rising.
La agenda
de Anger contaba con nombres como los de Keith Richards, Marianne
Faithfull, Robert Fraser o el de un joven hippie aficionado al
esoterismo y las drogas llamado Bobby Beausoleil, quién apareció en Invocation of my Demon Brother.
Un año antes de la llegada de Anger a San Francisco, Beausoleil formó
una banda junto a Arthur Lee, futuro líder de Love. El grupo fue
conocido como The Grass Roots y cosechó varios éxitos musicales. Cuando
Anger proyectó aquella versión de Lucifer Rising en el Haight,
entre sus colaboradores estaba Beausoleil, que actuó junto a su nueva
banda The Magick Powerhouse of Oz. Poco tiempo después se asoció con
Manson y su clan. En agosto de 1969 fue finalmente detenido acusado de
asesinato. La amistad con Anger continuó mientras se encontraba en la
prisión de Tracey (California) e incluso, gracias al permiso de las
autoridades penitenciarias, compuso la música para la segunda versión de
Lucifer Rising con ayuda de una pequeña orquesta llamada Freedom
Orchestra.
Entre
Anger y El Proceso existió además una fascinación compartida por las
bandas moteras al estilo de los Ángeles del Infierno. En sus películas,
frecuentemente Anger aparecía vestido con la indumentaria típicamente
motera. Scorpio Rising, una película de 29 minutos y fechada en 1963
(aunque se terminó un año antes), contaba con una banda sonora con
canciones de Ricky Nelson o Elvis Presley, entre muchos otros. Anger,
antes de comenzar el rodaje, había contactado con una banda motera de
Brooklyn. Su fascinación por este tipo de bandas partía de la idea de
que representaban una actualización, a través de la cultura popular, de
la vieja “filosofía del cowboy”. Por supuesto, también estaba todo el
componente de maldad infinita, lo que condujo a esa incesante muestra de
imaginería nazi presente en los Ángeles del Infierno y en otros grupos.
La fecha de finalización del rodaje de Scorpio Rising fue interpretada
por Anger en clave esotérica: aquel año marcaba el comienzo de la Era de
Acuario. Según ocultistas como Crowley o el propio Anger, suponía
además el final de la dominación cristiana, lo que daría lugar a un
período dominado por el paganismo. Por esta razón, durante la película
se sucedían escenas de destrucción, muerte y violencia, cuya finalidad
era el incidir en la idea de una resurrección y un nuevo comienzo. Para
el cineasta, las bandas moteras, pero también las drogas o la música
pop, eran expresiones de este nuevo renacer. Esta oda a la brutalidad
(en la película se mezclan imágenes de Jesús o Hitler con las de Marlon
Brando, Drácula o James Dean), con continuas referencias a la estética
nazi, condujo al secuestro de la película por la policía de Los Ángeles,
aunque, curiosamente, los nazis americanos se mostraron ofendidos por
la erotización que Anger hacía del Tercer Reich, con personajes y
escenas decididamente gays. La defensa de la obra de Anger contra estos
intentos de censura, hizo que escritores como Susan Sontag o Allen
Ginsberg testificasen en su favor durante el juicio.
La
utilización que Anger hizo de la esvástica no fue, obviamente, una
defensa del Tercer Reich. Por su parte, el símbolo de El Proceso guarda
una innegable similitud formal con la esvástica. Existen numerosas
interpretaciones acerca del significado de la esvástica. Cada una de
estas interpretaciones depende del contexto y la cultura en que este
símbolo es representado. Por lo tanto, no es una cuestión sencilla. Sin
embargo, es muy posible que, dentro de esta simbología esotérica y
mágica alrededor de la esvástica, Anger y el Proceso recurrieran a la
idea de permanencia y movilidad atribuida a la esvástica dentro de la
historia del paganismo. Sus cuatro ramas angulares unidas en un mismo
punto central parecen sugerir la idea de rotación axial. De igual modo,
estos cuatro puntos cardinales, junto a un eje central estático, también
podría indicar la idea de eterno retorno y movimiento cíclico.
Pese a
estas ancestrales referencias al origen y significado de la esvástica,
tanto los De Grimston como Anger partieron de una tradición ocultista
más moderna surgida a finales del siglo XIX. En 1888, la célebre Madame
Blavatsky publicó La Doctrina Secreta, una de las obras
fundamentales para las ideas oscuras. Unos años antes, Blavatsky había
fundado un pequeño grupo llamado la Sociedad Teosófica, dedicado a
estudiar las ciencias ocultas en relación con el cristianismo. Muy
pronto, adoptó la esvástica dextrógira para ilustrar el sello de la
sociedad. La esvástica, en referencia a una de las ideas centrales
contenidas en La Doctrina Secreta, indicaba la eternidad del
universo, según la cual el universo habría sido creado a partir de un
caos inicial, de ahí la imagen de la esvástica como un remolino de fuego
que gira sin parar. Hitler, precisamente, tomó esa interpretación de la
esvástica, afirmando que se trataba de un torbellino que simbolizaba el
fuego y, por tanto, el culto solar (12).
La
formidable constelación que era la contracultura estaba integrada por
todo tipo de grupos, comunas, terapias y experimentos no siempre
coincidentes. Se trataba de “un deseo que el sujeto se prohíbe formular”
(13) y los Ángeles del Infierno, con su mitificación del aparente
estilo de vida del rebelde, expresaban un deseo reprimido de venganza y
misantropía. Ese deseo se hizo finalmente realidad en muy poco tiempo
con las primeras acciones armadas por parte de grupos radicales que se
dirigieron, precisamente, contra la “cultura de plástico” americana.
Además, los crímenes de Manson constataron la vulnerabilidad de la
sociedad americana: “Se tuvo la sensación de que algo concluía, de que
una era terminaba, de que habían hecho lo que habían querido durante un
tiempo y, para los de mentalidad más apocalíptica, la sensación de que
la Parca pronto vendría a matarlos a todos” (14).
Justo en
medio del sueño hippie, había surgido algo monstruoso. Ya no se trataba
de la revolución psicodélica, sino de un discurso deformado y retorcido.
Los hippies alucinados dirigidos por Manson y reunidos en el rancho
Valle de la Muerte, no perseguían sueños de amor. Tampoco se trataba de
una utopía perdida. Era el horror, ni más ni menos. Y cuando, una vez
cometidos los crímenes de La Familia, le ofrecieron al popular Dennis
Hopper interpretar el papel de Manson en una película sobre su vida,
aquello ya era algo muy distinto. Hopper era el ídolo juvenil que había
protagonizado Easy Rider (En busca de destino). En el personaje
interpretado por Hopper se mezclaba la libertad sin barreras con el
estilo de vida del forajido y la transgresión. Manson, al proponérsele
realizar una película sobre su vida, había mencionado su nombre. Hopper
aceptó visitar a Manson, pero se quedó paralizado cuando le confesó que
el motivo de elegirlo a él había sido porque lo había visto en The Defenders,
una serie de televisión donde su personaje terminaba asesinando a su
padre por tratar brutalmente a su madre. El proyecto nunca se llevó a
cabo.
La
agresividad impresa en la sociedad americana de finales de los sesenta
pasó a ser asumida por aquellos que aparentemente la rechazaban. Los
hippies, o al menos aquellos jóvenes que habían hecho su aparición en el
tiempo de los veranos del amor, confesaban tener una misión: “Tenemos
necesariamente un papel histórico envidiable como arquitectos cósmicos
armados de martillos, guitarras eléctricas y visiones apocalípticas”
(15). Los impulsos destructivos y aniquiladores se convirtieron así en
la realidad del hippie en la era post-hippie. En el Haight se produjeron
los primeros asesinatos y se desató la violencia entre algunos de sus
habitantes. La calle apestaba a agonía humana, desesperación y muerte.
Parecía que todo el mundo se había embarcado en todo aquello de las
“visiones apocalípticas”.
***
Para El
Proceso, la Tierra Prometida no existía en ningún lugar conocido del
planeta. Tampoco los procesanos buscaban un Jardín del Edén en la
Tierra. Más bien justamente lo contrario. El Proceso puede definirse
también como un movimiento milenarista. Y más concretamente de un
milenarismo judío. El pueblo judío tendría, en tanto que pueblo elegido,
el destino de restaurar todas las cosas al lugar que les corresponde.
Al igual que otros movimientos y sectas milenaristas, concebían la
salvación como un hecho colectivo, terrenal, inminente, total y
milagroso (16). No eran ya los judíos en tanto que pueblo elegido, sino
los partidarios de Robert de Grimston, los que habrían de llevar a cabo
esa tarea por medio de la palabra y de la acción: “Lo que los cabalistas
llaman tikun implicaba tanto el proceso por el que los elementos
destrozados del mundo debían recuperar su armonía -lo que constituye la
función esencial del pueblo judío- como el resultado final, es decir, el
estado de redención anunciado por la aparición del Mesías, que marcaría
el último estadio” (17).
El Juicio
Final -un fantástico y violento Armagedón- sería lo que traería “la
presencia purificadora del fuego al mundo… De las cenizas del final
surgirá un nuevo inicio… amor, unidad y generosidad en oposición al
miedo, el aislamiento y la guerra” (18). Mientras tanto, la preparación
para ese anunciado final pasaba por un reconocimiento de aquellos miedos
e inhibiciones que existían en la mente de todos. Según El Proceso, la
única forma de enfrentarse a esos miedos era intentando aceptarlos: “La
gente que se aferra a las estructuras de la humanidad, a la culpa, al
miedo, a una necesidad de ser superior, a una necesidad de culpar a otra
persona, a una necesidad de buscar una excusa por algo que hemos hecho
nosotros, será destruida en el juicio final… Serán salvadas aquellas
personas que se enfrentan a sus miedos y los aceptan, y que ven que en
el momento en que elegimos estar asustados, podemos, de igual manera, no
tener miedo. Haciendo las cosas que más miedo nos dan, podemos llegar a
ser invulnerables.” (19).
El ser
humano debía reconocer su propia naturaleza, despejándola de toda
culpabilidad. Sin culpa, dirán los procesanos, se podía ser libre, pero
previamente se debía aceptar el instinto destructivo presente en la
naturaleza humana. La revolución psicodélica perseguía desarrollar una
experiencia individual dirigida hacia la liberación personal a través de
las drogas y los estados mentales intensos que estas provocaban. En
medio de esos trances, se podían descubrir verdades que el principio de
realidad (y por tanto de negación del placer) ocultaba a los ojos de los
hombres. Sometido al principio de la realidad, el ser humano aceptaba
una estructura y moral concreta, al mismo tiempo que definía lo que era
falso o verdadero. En base a ese principio de realidad, la civilización
reprimía y anulaba la naturaleza libre y fantasiosa del ser humano en
favor de la razón, la utilidad y el orden.
Los
rituales de El Proceso iban dirigidos, entre otras cosas, hacia un
retorno de todo lo reprimido y prohibido. Sus textos y manifiestos
defendían la gratificación libre de esos impulsos ocultos. Para los De
Grimston, la civilización era la muerte y la humanidad algo abominable
(su célebre frase “Humanity is the devil”). Pero el triunfo del placer
presentaba unos grandes peligros: una libertad que, llegado el caso,
podía justificar el asesinato y el terror. Si nada era verdad, en el
sentido de que todo sistema de creencias era discutible y, por tanto
falso, todo podía ser permitido. El Proceso afirmaba amar los
contrarios. Todo código o estructura de pensamiento debía ser destruido
en favor de la libertad individual luciferina. El horror tenía que ser
realizado.
***
Una vez
avanzada la década de los setenta el culto inició un proceso de
maquillaje y suavización de muchos de sus postulados más salvajes. El
negro de los trajes procesanos dio paso al gris. Al igual que otros
cultos como el Templo del Pueblo de Jim Jones, comenzaron a establecer
alianzas con la clase política, fundamentalmente en las filas del
Partido Demócrata. Muchos vieron en El Proceso un culto humanitario y
sano para los jóvenes (rechazaban las drogas o el maltrato animal,
fomentando la comunión y el encuentro). Su impactante imagen, paseando
por las calles de San Francisco, Boston, Los Ángeles o Londres junto a
enormes perros, era parte de esta idea que, aparentemente, rechazaba
toda crueldad. Los animales eran, según ellos, criaturas superiores a
los seres humanos, ya que “son puros… Los animales no tienen conflictos
de elección. Hacen lo que se supone que tienen que hacer. No tienen
sentimientos encontrados”. Por el contrario, los hombres, títeres de
todo tipo de fuerzas, eran el Mal (20).
Pero la
evidencia de un culto construido desde sus mismos orígenes en torno a la
adoración sin límites de sus fundadores, Robert y Mary Ann de Grimston,
hizo que toda aquella organización se derrumbase en torno a 1974 cuando
ambos decidieron poner fin a su relación sentimental. La pareja, que
siempre había vivido una relación distante y tensa, se divorció un año
después, lo que desencadenó la progresiva disolución del culto, que
cambió su nombre por el de The Foundation Church of the Millenium. La
nueva organización pasó a ser liderada en solitario por Mary Ann.
Mientras
tanto, Robert regresó con su antigua esposa y viajó hasta Xtul, el lugar
en que todo había comenzado, para intentar hacer resurgir el grupo
desde sus orígenes. Posteriormente, intentó establecerse en Nueva
Orleans con el objetivo de fundar un Colegio Procesano, pero tuvo
problemas con la comunidad. Tan sólo un año más tarde, The Foundation
Church of the Millenium cambió su nombre por el de Foundation Faith of
the Millenium y compró un edificio de cuatro plantas en el centro de
Manhattan. Allí impartieron cursos y seminarios sobre las ideas
procesanas, que también fueron difundidas por medio de la revista The
Founders, aunque poco a poco fueron desapareciendo las referencias
satánicas y las ideas asesinas de guerra “a toda costa” presentes en los
textos editados durante los años sesenta.
Los
reiterados intentos de Robert por resucitar el culto fracasaron.
Mientras tanto, Mary Ann y su Foundation Faith of the Millenium
crecieron tanto en el número de miembros como en la tirada de su
revista, que llegó a 200.000 ejemplares. En aquellos años, mediados de
los setenta, era habitual ver a esos herederos de El Proceso participar
en debates televisivos o en programas de radio. Fue entonces cuando
algunos de los más antiguos miembros, incorporados entonces a la nueva
organización dirigida por Mary Ann, decidieron abandonar el grupo por
serias divergencias con su antigua líder, fundando un grupo autónomo
llamado The Unit. Sin embargo, la controversia surgida entre ambos acabó
en los tribunales.
En 1982
Foundation Faith of the Millenium se instaló en Utah y,
sorprendentemente, decidió cambiar su nombre por el de Best Friends, tal
y como aún hoy se le conoce. Best Friends es un refugio para animales
abandonados o en peligro, recuperando con ello las antiguas ideas
animalistas presentes en El Proceso. Best Friends, en todo momento, ha
preferido omitir las referencias a sus orígenes en El Proceso y a toda
la vieja retórica apocalíptica.
La
historia del culto se mantuvo subterránea y críptica. Su silencio era en
gran parte obvio. Por un lado, la historia del satanismo moderno fue
dominada por el ocultismo espectacular y casi teatral de LaVey y su
Iglesia de Satanás y, por otro lado, se citó sin cesar a Charles Manson
quien, en realidad, fue un subproducto de otras tantas cosas
(fascinación por la sangre y la violencia del movimiento hippie tardío)
y, desde luego, un fenómeno menor del ocultismo moderno. Ambas historias
parecían ser suficientes a la hora de escribir una historia más o menos
actual del ocultismo satánico. Al mismo tiempo, los textos de El
Proceso aparecían dispersos y complicados de encontrar. La revista Process pasó a ser una codiciada pieza para los coleccionistas.
***
En 1981 se
fundó en el Reino Unido una sociedad parapicológica llamada Thee Temple
Ov Psychick Youth (TOPY). Detrás de aquel enigmático nombre estaba un
pequeño grupo de personas, mayoritariamente gente perteneciente a la
escena musical industrial, como Psychic TV, Current 93 o Coil, entre
otros (21). Pronto, TOPY se extendió a Estados Unidos. Gran parte de los
textos y prácticas del recién creado grupo se debieron a Genesis
P-Orridge, posiblemente uno de los mayores seguidores de la doctrina
procesana, y que al igual que El Proceso no tardó en adoptar unos
uniformes, en este caso paramilitares, para los miembros de Psychic TV.
Posteriormente, Genesis entró en contacto con Timothy Wyllie, antiguo
procesano desde los orígenes del culto en la comuna de Xtul. Wyllie, que
había roto a finales de los setenta con Mary Ann De Grimston, le reveló
personalmente los detalles de las sesiones y los rituales procesanos.
TOPY se
dedicó a estudiar y poner en práctica un tipo de magia que más o menos
en torno a la época de la fundación del grupo empezó a ser conocida como
“Magia del Caos”. Si Freud había puesto al descubierto el carácter
destructivo de la civilización en relación a la represión de los
instintos, TOPY se marcó como objetivo difundir una magia que liberase
de toda culpabilidad a los seres humanos, algo sobre lo que también
había trabajado El Proceso. No era, como puede adivinarse, una magia al
estilo tradicional, sino algo bastante distinto y con una alta dosis de
oscuridad en sus numerosos textos y manifiestos. Los “magos del caos”
hacían uso de estados de conciencia alterados, durante los cuales se
concentraban en un solo deseo o pensamiento. Según TOPY, estos deseos,
tras ser olvidados rápidamente, pasaban a residir en algún punto del
subconsciente y desde ahí eran capaces de llegar a provocar cambios en
el mundo exterior. Para ellos, el encuentro con ese tipo de magia era un
redescubrimiento, en tanto que se trataba de algo que siempre había
estado ahí (y muy posiblemente de una manera más patente muchos siglos
atrás, cuando los hombres se relacionaban directamente con sus dioses).
Era un conocimiento heredado, una habilidad.
El grupo
estaba muy influenciado por las ideas de El Proceso, aunque rechazaba la
creencia en dioses o demonios. El nuevo culto tomó de la historia
procesana las sesiones de telepatía y meditación. Sin embargo, la mayor
influencia vino de la invocación a la destrucción de todo tipo de
paradigmas (conjunto de creencias). El acto de amar indistintamente a
Lucifer, Jehová y Satanás, típico en los textos de De Grimston,
planteaba sujetos capaces de vivir intensamente experiencias
aparentemente contradictorias (“La unidad y reconciliación de los
opuestos”, proclamó el culto). Los magos del caos, al rechazar todo
sistema de creencias, eran capaces de vivir en paradigmas distintos y de
alguna forma habitarlos, aunque nunca pertenecerían a ninguno. Tomaban
lo que en un momento determinado les pudiese interesar de cada paradigma
pero no abrazaban ninguno en concreto.
Al no
existir una verdad objetiva, a los ojos de los magos del caos todo
sistema de creencias era falso. Esa radical subjetividad implica que
“para un mago caótico, restricción significa limitaciones autoimpuestas a
fin de disfrutar plenamente la vida. Un mago caótico puede entender que
lo único que le impide cometer violaciones, asesinatos, robos,
incendios, etc., es uno mismo. El mago caótico entiende que lo único que
lo puede salvar de ser asesinado, violado, quemado, robado, etc., es la
restricción que otros se imponen a sí mismos” (22).
Tanto El
Proceso como posteriormente TOPY, al negar la existencia del pecado,
conectaban su discurso con los antiguos movimientos heréticos,
concretamente con la Hermandad del Espíritu Libre, secta medieval que,
además de su doctrina social revolucionaria, que negaba la propiedad
privada, se caracterizó por su total falta de moralidad o, más
específicamente, por una nueva moralidad no fundada en la culpa o el
pecado. Los adeptos al Espíritu Libre creían que había llegado la Era
del Espíritu, en la que el pecado había dejado de tener sentido y los
hombres no se veían ya constreñidos por unas normas morales que remitían
a un mundo ya superado. Es por ello que gozaban de una sexualidad
libre, negaban el derecho, tanto canónico como secular, e incluso no
dudaban en matar a quienes no formaban parte del movimiento cuando la
situación lo requería.
Era un
discurso ciertamente heredado, cuyas fuentes se repartían a través de
enseñanzas antiguas y ocultistas. La postura de Robert De Grimston,
quien se impuso en el culto como una especie de Oráculo y Profeta, podía
haber encarnado al judío Sabatai Sevi, que en 1665 se proclamó Mesías
para posteriormente convertirse al islamismo y reconocer que, desde esa
apostasía, trabajaba para acelerar el fin del mundo. Un siglo después,
Jacob Frank, líder del ala más extremista del sabateísmo, fue un paso
más allá y proclamó la “redención a través del pecado”, la transgresión
cometida porque sí: “Todo esto les digo: Cristo, como ustedes saben,
dijo que él había venido a rescatar al mundo de las manos del mal, pero
yo he venido a salvarlo de todas las leyes y costumbres que han existido
hasta ahora. Mi misión es aniquilar todo esto de modo que el Buen Dios
pueda darse a conocer” (23).
Cuatro
años más tarde de la fundación de TOPY, Genesis publicó el Libro Gris,
inicialmente distribuido por la sección de Denver del grupo ocultista.
Curiosamente, el texto comenzaba con una cita que Genesis, posiblemente
de forma deliberada, atribuía por igual a Karl Marx y a Jim Jones, líder
de la secta suicida Templo del Pueblo. La cita decía: “Aquellos que
olvidan su pasado están condenados a repetirlo”. La frase había
aparecido escrita en grandes letras en la comuna de Jonestown, justo
donde Jones comenzó a declamar un discurso en el que anunció su
intención de llevar a cabo un suicidio colectivo (24).
Esta
confusión ha sido habitual en los textos de Genesis, en los que existen
continuas referencias a asesinos y criminales, junto al uso de citas,
directas o indirectas, a los textos y la teoría procesana. Interesados
en el control mental, el terror y la manipulación, los miembros de TOPY
estudiaron los casos de Manson y La Familia o El Templo del Pueblo de
Jim Jones. El grado de transgresión de Genesis y su TOPY dio lugar a que
en 1991 Scotland Yard realizase un registro en su domicilio, durante el
cual se requisó material relacionado con el culto (videos con imágenes
sadomasoquistas) por atentar contra las buenas costumbres y la moral
británicas. Aquel Libro Gris era una de estas referencias a El Proceso,
incidiendo en el constante uso por parte de Robert de Grimston de la
necesidad de combatir las “fuerzas grises” o “lo gris”. En el texto de
El Proceso “Trascendencia: los Dioses en Guerra” se afirmaba lo
siguiente:
“Rechazar
la validez del predicador de la condena, el jehovano, y el predicador de
la paz a toda costa, el luciferino, y el predicador de la violencia
como el único modo para acabar con el ciclo de violencia al que estamos
entregados, el adorador de Satanás; rechazar los tres y esperar que toda
la desagradable situación se arregle sola; quitarle importancia a la
guerra; quitarle importancia a la violencia en nuestras vidas; pasar
toda la responsabilidad del hecho de la guerra a otros; menospreciar el
efecto de la guerra en el mundo; condenar todas las formas de actitud
extrema hacia la guerra; éstos son los caminos de la ceguera y de la
cobardía. Este es el camino de lo gris”
“Lo gris”
era todo aquello que reprimía los instintos, destructivos o no, del ser
humano y los “hombres grises” (¿Entrarían acaso en esta categoría los
“hombres grises”, obsesionados con el tiempo y el control que son
retratados por Michael Ende en su novela Momo?) seres temerosos y cobardes, que abrazaban la fe ante el miedo al vacío y la muerte.
El tecnopaganismo
defendido por Genesis también encontraba su origen en las ideas
procesanas por medio de su lema “El Proceso es el Producto”. Si todo lo
que hemos señalado acerca de la magia del caos significaba el desarrollo
de una determinada conciencia que, como hemos advertido, se oponía
ferozmente a todo paradigma, el “proceso” eran aquellos pasos necesarios
para lograr la transformación de algo. “Proceso” (que para Robert de
Grimston hacía referencia a “pro-cese”, es decir, al final de los
tiempos, pero no sólo a eso) implicaba una secuencia de hechos para
producir un determinado resultado y los rituales esotéricos procesanos
no serían otra cosa que ceremonias mágicas.
Se trataba
de instrucciones, consejos, un conjunto de habilidades que remitían a
antiguas tradiciones y cultos. El iniciado tenía que recorrer su camino
en soledad. Tan sólo debía intentar obedecer a una idea, una frase que
decía algo así como: “No creas en nada, atrévete a todo”
Notas:
(1) La
descripción de la Asamblea del Sabbath de El Proceso y de otros rituales
procesanos aparece descrita en W. S. Bainbridge, Satan’s Power: A Deviant Psychotherapy Cult, University of California Press, Berkeley, 1978.
(2) Las
referencias a reuniones en grutas, cuevas o criptas estan presentes en
absolutamente toda la historia de las sociedades secretas de tipo
ocultista o conspirativa. Sobre los Iluminatti y la Masonería, se
repitió en una infinidad de obras -la mayoría escasamente creíbles- la
celebración de reuniones clandestinas en este tipo de lugares. Sucedió
lo mismo con los jacobinos en los tiempos inmediatamente anteriores a la
Revolución Francesa, aunque estos últimos finalmente comenzaron a
reunirse en un viejo convento. También se dijo que, al morir el
emperador Federico II (en el siglo XIII), las tropas milenaristas
descansaban en el interior de una cueva hasta el momento de su regreso
para liderar a la cristiandad. Por esta razón, posiblemente los
procesanos decidieron darle aquel nombre a su cafetería, así como por el
hecho de que los Beatles (El Proceso mantuvo un vivo interés por el
mundo del pop y el rock and roll) se hubieran hecho famosos al actuar en
la célebre sala The Cavern.
(3) Colin Wilson, Los Asesinos, Luis de Caralt Editor, 1976, pag. 193.
(4) El panfleto puede verse en Peter Stansill y David Zane Mairowitz, BAMN. Outlaw Manifestos and Ephemera 1965-70, Penguin Books, 1971, pag. 59.
(5) Vincent Bugliosi, Helter Skelter. The true story of the Manson murders, Norton Company, 1974, pag. 611.
(6) No
sabemos si se trató de la misma visita o de otra posterior, pero el
propio Timothy Wyllie, alias “Padre Micah”, reconoció el encuentro en Love, Sex, Fear, Death. The Inside Story of The Process Church of the Final Judgment, Feral House, 2009, pag. 92.
(7) Robert Schroeder, Cults, secret sects and radical religions. Carlton Books, 2007, pag. 109.
(8) “Mi
paso por San Francisco fue muy fugaz. Estuve unas dos semanas durante el
verano del amor de 1967 antes de regresar a Los Ángeles. Buscaba un
edificio para montar allí una sección de El Proceso”, según el antiguo
miembro Timothy Wyllie, alias “Padre Micah”, en Love, Sex, Fear, Death. The Inside Story of The Process Church of the Final Judgment, Feral House, 2009, pag. 77.
(9) El
Proceso también fue investigado por su supuesta relación con los
asesinatos cometidos por David Berkowitz, alias “Son Of Sam”, aunque
nunca ha existido una prueba concluyente de esta conexión.
(10) Alice Gaillard, Los Diggers. Revolución y contracultura en San Francisco (1966-1968), Pepitas de Calabaza, 2010, pag. 156.
(11) Ver Alice L. Hutchison, Kenneth Anger, Black Dog Publishing, 2004, sobre todo su capítulo 8 “Psychedelia: San Francisco-London”, pag. 155-192.
(12) Rosa Sale Rose, Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo, Acantilado, 2003, pag. 123-126.
(13) Eugenio Trías, Lo bello y lo siniestro, Ariel, 1988, pag. 109.
(14) Citado por Peter Biskind en Moteros tranquilos, toros salvajes. La generación que cambió Hollywood, Anagrama, 2004, pag. 101.
(15)
Panfleto firmado por el Grupo Surrealista de Chicago, Grupo de
Trabajadores Rebeldes de Chicago y Horda Bastarda. Reproducido en Las culturas de la posguerra, de Jeff Nuttall, Ediciones Martínez Roca, 1974, pag. 70.
(16) Norman Cohn: En pos del Milenio. Revoluciones milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media, Alianza Editorial, Madrid, 1981, pag. 14-15.
(17) Gershom Scholem: “Sabatai Sevi y el movimiento sabateísta”, El misticismo extraviado, Lilmod, Buenos Aires, 2005, pag. 13.
(18) Bill Becket, Preparación para el ardiente final: El Proceso, Harvard Crimson, 1971.
(19)Idem.
(20)Idem.
(21)Ver Thee Psychick Bible, por Genesis P-Orridge, Feral House 2011.
(22)”La
perspectiva de un mago” por Grand Poobah, miembro de la sociedad
ocultista The Illuminates of Thanateros, una organización de Magia del
Caos creada en 1978 por los fundadores de este tipo de magia Peter
Carroll y Ray Sherwin. El texto de Poobah, junto a otros obra del TOPY,
pueden leerse en www.ain23.com/topy.net/kiaosfera/caos/teoria.htm.
(23)Jacob Frank, citado por Gershom Scholem: “La redención a través del pecado”, El misticismo extraviado, Lilmod, Buenos Aires, 2005, pag. 141.
(24)En Jonestown, en noviembre de 1978, fallecieron 918 personas víctimas de lo que Jones denominó “suicidio revolucionario”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario