Artículo publicado en el número
23 de la revista Comunismo, abril de 1933.
¿Es posible un fascismo español? ¿Tiene éste
probabilidades de surgir, desenvolverse y triunfar? Antes de contestar
estas preguntas que tantos se habrán formulado en estos últimos
tiempos, particularmente después de la victoria de los nazis en
Alemania, es indispensable precisar la noción de fascismo, definir
claramente el contenido de este término. Esto es tanto más
necesario cuanto que la confusión que existe sobre el sentido del
mismo es verdaderamente extraordinaria. Para el centrismo estalinista,
por ejemplo, fascistas fueron los gobiernos Brüning y Papen, en Alemania;
fascista era la dictadura de Primo de Rivera y de Berenguer; para el Partido
oficial español, son fascistas los agrarios, la Lliga de Catalunya,
Sanjurjo; hay el socialfascismo, el anarcofascismo. Para ]os anarquistas,
todos los gobiernos, sin excepción, son fascistas desde el italiano
a la dictadura proletaria de la URSS,pasando por la República española.
En los medios burgueses y pequeño-burgueses la confusión
no es menor, y así se habla en los mismos de fascismo ruso, de fascismo
de la Esquerra (aludiendo a la acción de los famosos escamots)
(1) y de fascismo socialista.
Esta confusión enorme parte de un error común: el considerar
como sinónimos del fascismo todas las formas de reacción
y el empleo de los métodos de violencia como su característica
única. En el primer caso, el zarismo ruso debería considerarse
como fascismo. En el segundo, los «jóvenes bárbaros»
y los «requetés» eran organizaciones fascistas. Estos
ejemplos bastan para demostrar cuán profundamente errónea
esta concepción.
El fascismo, producto directo de la posguerra, surge cuando con la agravación
de la crisis capitalista, las contradicciones internas del régimen
burgués alcanzan el máximo de tensión y las clases
explotadoras, para asegurar su dominio amenazado, echan por la borda el
régimen parlamentario, propio de las épocas de desarrollo
«normal», anulan las libertades democráticas y destruyen
las organizaciones de la clase obrera. Por esto, porque el fascismo aparece
cuando el antagonismo entre la burguesía y el proletariado adquiere
caracteres más agudos, es por lo que las soluciones intermedias
resultan efímeras e inconsistentes: el equilibrio inestable que
se crea no se puede resolver más que por la victoria de la revolución
proletaria o la instauración de la dictadura capitalista descarada.
Pero lo que constituye la característica esencial del fascismo,
lo que lo distingue de las demás formas de dictadura capitalista,
es que se apoya en las masas pequeño-burguesas, que se transforman
en su base social y en sus tropas de choque. Incapaz, por el papel que
desempeña en el sistema económico, de asumir una función
política independiente, la pequeña burguesía está
fatalmente condenada a servir los intereses del capitalismo o del proletariado.
Cuando por la potencia de sus organizaciones, la audacia de sus ataques
y la capacidad de sus dirigentes, la clase obrera aparece ante la pequeña
burguesía como una fuerza capaz de sacarla de su situación
mísera y de establecer un orden nuevo, se deja arrastrar o, por
lo menos, neutralizar por ella. Por el contrario, cuando el proletariado
defrauda sus esperanzas, cuando el avance revolucionario del mismo se estaciona
o en el momento decisivo -ese momento único que hay que saber aprovechar-
la clase llamada a transformar el mundo no se muestra a la altura de su
misión histórica, la pequeña burguesía, que
va siempre tras del más fuerte, vuelve los ojos hacia la burguesía
y ésta la arroja contra la clase obrera.
Así surge el fascismo, que explota hábilmente los lados
flojos -que, ¡ay!, son los más- de la pequeña burguesía.
Si desde un principio apareciera a sus ojos con su verdadera faz, sus posibilidades
de proselitismo quedarían muy menguadas. La pequeña burguesía
siente odio por la gran burguesía, que va estrechándola cada
día más fuertemente en sus tentáculos por la usura,
a la cual tiene con frecuencia que recurrir para remediar sus ahogos. El
fascismo se pronuncia contra las oligarquías financieras, fomenta
el antisemitismo, preconiza -como lo hemos visto en Alemania- el cierre
de los grandes almacenes, que no dejan vivir a los pequeños; la
expropiación de las grandes fortunas, etc., etc. La pequeña
burguesía, por la razón expuesta ya de que es una clase intermedia,
atada, por una parte, a la gran burguesía, de la cual depende, y
por otra, al proletariado, cuyas filas está llamada a engrosar,
alimenta en su espíritu una utopía: la posibilidad de crear
un régimen intermedio, ni proletario ni burgués; un régimen
situado más allá de las clases. El fascismo viene también
en su ayuda en este caso con la exacerbación de la idea nacional,
la idea de la unidad por encima de las clases (2), del Estado como representación
de todos. Este es uno de los aspectos más peligrosos del proselitismo
fascista, y por ello el proletariado debe considerar con particular recelo
a los que pretenden desligarlo de la lucha internacional con sus hermanos
de clase presentándose como apologistas de una sedicente «revolución
racial ibérica». El hecho de que esa propaganda venga envuelta
en el ropaje de una fraseología ruidosamente revolucionaria, no
debe deslumbrarle. Que no olvide los precedentes italiano y alemán:
la propaganda de Mussolini y de Hitler se distinguió en su iniciación
por una demagogia desenfrenada. ¿No llegó incluso el «duce»
a aprobar la ocupación de las fábricas en 1920?
***
No creemos que en España el fascismo constituya un peligro inminente.
Pero el peligro existe y sería un crimen que la clase obrera no
se preparara desde ahora a hacerle frente. Una política de corto
alcance, sin clarividencia, está condenada al fracaso. Por no haber
sabido prever el desarrollo delos acontecimientos, por no haberse dado
cuenta de lo que ocurría realmente en el país, por su criminal
ineptitud para organizar una defensiva que podía convertirse en
ofensiva, el estalinismo ha conducido al proletariado alemán a una
sangrienta derrota sin combate. Ver lo que hay, conjeturar lo que puede
haber y adoptar la táctica correspondiente; he aquí la
misión fundamental de los comunistas.
La revolución española no ha terminado; la revolución
española continúa en los campos y en las ciudades (3). Los
obreros y los campesinos están dando pruebas de un espíritu
combativo admirable. El impulso revolucionario de las masas hace
estremecer de pavor a las clases explotadoras. La fracción más
reaccionaria de las mismas cree llegado el momento oportuno para aplastar
el movimiento revolucionario destruyendo las escasas libertades democráticas
conquistadas, y se prepara para dar el asalto al poder acaudillada por
Lerroux. El terreno está magníficamente preparado por la
política del gobierno Azaña, que mantiene en los puestos
de mayor responsabilidad a elementos reaccionarios destacados, persigue
a los militantes revolucionarios, y muestra, a la par, una intolerable
lenidad para con los conspiradores monárquicos.
Lerroux puede escalar el poder si la clase obrera no se dispone virilmente a impedirlo, evitando así que la revolución dé un inmenso paso atrás.
Lerroux puede escalar el poder si la clase obrera no se dispone virilmente a impedirlo, evitando así que la revolución dé un inmenso paso atrás.
Pero un gobierno Lerroux, ¿sería, en estas circunstancias,
un gobierno fascista? No; porque las ilusiones democráticas de las
masas pequeño burguesas son todavía demasiado vivas para
que el ex caudillo demagógico pueda echar por la borda las instituciones
parlamentarias e instaurar de golpe y porrazo un régimen de dictadura
descarada apoyándose precisamente en dichas masas. Por otra parte,
la burguesía no recurre al fascismo más que en los casos
extremos. El gobierno Lerroux sería un gobierno reaccionario, de
tipo bonapartista, que se apoyaría principalmente en los terratenientes
y en las castas militares, pero que conservaría todo el ritual de
la legalidad republicana, de la cual se presentaría como el más
celoso guardador. Su característica sería la persecución
sistemática del movimiento obrero y el llamado «restablecimiento
del principio de autoridad»- Pero ese régimen intermedio no
podría ser de larga duración. Los antagonismos de clase se
exacerbarían, la lucha se haría más aguda y se crearían
las premisas necesarias para la aparición de un movimiento netamente
fascista si la clase obrera, por su disgregación orgánica
y la ausencia de un gran Partido Comunista, no se hallara en condiciones
para emprender la lucha decisiva y victoriosa por el poder.
La decepción producida por el fracaso del régimen republicano
y la impotencia del proletariado arrojaría a la pequeña burguesía
en brazos de la reacción, que aparecería a sus ojos como
la sola fuerza capaz de restablecer e! orden y dejarla vivir tranquila.
Esa clase impersonal y vacilante se convertiría en la fuerza de
choque de la gran burguesía. Las distintas fracciones de las clases
explotadoras se unirían momentáneamente, y con el auxilio
de la masa gris, de la cual se desprenderían a la primera ocasión,
instaurarían un régimen fascista.
***
He aquí, esquemáticamente expuesta, cómo se nos
aparece una de las posibles variantes del desarrollo de los acontecimientos
en nuestro país.
Pero, a pesar del tiempo perdido, esa variante no es inevitable si el
proletariado estrecha sus filas y organiza la batalla. La vivacidad con
que la clase obrera y aun una gran parte de la pequeña burguesía
radical ha reaccionado ante las primeras manifestaciones fascistas, es
un síntoma alentador. Pero lo peor que le podría ocurrir
sería depositar una confianza excesiva en los manifiestos vibrantes
y los Congresos aparatosos. Hay que preparar prácticamente la
lucha, y el mejor procedimiento es la aplicación de la táctica
del frente único tal como la formuló la Internacional de
los cuatro primeros Congresos, lo cual presupone la renuncia categórica
a la táctica ultimatista, que tan desastrosos resultados ha dado
en Alemania, y a las desviaciones oportunistas que condujeron a la hecatombe
de la IC en la huelga inglesa de 1926 y en la revolución china de
1927. Hay que ir a la formación del frente único sobre la
base de un programa de lucha, no impuesto previamente, sino elaborado en
común y que sea aceptable por los obreros de las organizaciones
de todas las tendencias. La formación de ese frente único
constituiría un dique ante el cual se estrellaría inexorablemente
el fascismo. La lucha contra este último podría convertirse
fácilmente en lucha revolucionaria por el poder, apoyada por las
grandes masas campesinas, decepcionadas por la reforma agraria. Por otra
parte, la pequeña burguesía, impresionada por la potencia
del frente obrero, se sumaría al mismo o quedaría neutralizada,
y el fascismo se vería privado de su base esencial. Esto tiene una
importancia extraordinaria en un país como el nuestro, en el cual
las masas pequeño-burguesas representan un sector importantísimo
de la población.
Para conseguir la incorporación de estas masas y transformar
la lucha contra el fascismo en lucha por el poder, hay que realizar toda
la campaña con consignas de carácter democrático,
tales como:
1.Disolución de las Constituyentes y elección
de nuevas Cortes, con derecho de voto a partir de los dieciocho años.
2. Derechos políticos para los soldados.
3. Confiscación pura y simple de los bienes
de la Iglesia y de las congregaciones religiosas.
4. Abolición de la ley de Defensa de la República.
5. Lucha contra la ley de Orden público.
6. Abolición de los tribunales militares.
7. Solución radical del problema de las nacionalidades.
8. Asignación a los representantes en Corporaciones
públicas de sueldos no superiores a los del obrero calificado.
9. Disolución de las organizaciones monárquicas.
10. Disolución de la Guardia Civil, del Cuerpo
de Seguridad y de los Guardias de Asalto.
11. Formación de tribunales obreros y campesinos
para juzgar a los responsables de la matanzas de la clase obrera.
12. Constitución de milicias antifascistas
populares, con una dirección centralizada formada por representantes
de los partidos y organizaciones obreras.
La propaganda de estas consignas, la organización de grandes
actos públicos y manifestaciones y, sobre todo, de la “lucha concreta”
contra el fascismo, provocarla indiscutiblemente un movimiento arrollador
cuyo desarrollo podría tener consecuencias decisivas para el porvenir
de la revolución española. Del tacto y de la habilidad de
los propagandistas revolucionarios dependería que la clase obrera,
y con ella la pequeña burguesía, se convenciera, en el proceso
de la lucha, de que la revolución democrática no puede ser
realizada más que por la dictadura del proletariado; de que sólo
éste, aliado con los campesinos, es capaz de instituir un orden
de cosas justo y estable.
Notas
(1) Los escamots eran un movimiento paramilitar, que utilizaba
casacas verdes, y cuasi-fascista, dentro de las juventudes de la Esquerra,
liderado por Josep Dencàs, consejero de orden público de
la Generalitat [Nota del editor].
(2) Véase a este propósito la carta, muy interesante, de José Primo -Rivera, Publicada en el ABC del 22 de marzo de este año.
(2) Véase a este propósito la carta, muy interesante, de José Primo -Rivera, Publicada en el ABC del 22 de marzo de este año.
(3) Sobre la apreciación de la situación política
española véase el artículo que, con nuestra firma,
apareció en el número anterior de Comunismo,
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