martes, 7 de febrero de 2012

Las posibilidades de un fascismo español - Andreu Nin


 
Artículo publicado en el número 23 de la revista Comunismo, abril de 1933.

¿Es posible un fascismo español? ¿Tiene éste probabilidades de surgir, desenvolverse y triunfar? Antes de contestar estas preguntas que tantos se habrán formulado en estos últimos tiempos, particularmente después de la victoria de los nazis en Alemania, es indispensable precisar la noción de fascismo, definir claramente el contenido de este término. Esto es tanto más necesario cuanto que la confusión que existe sobre el sentido del mismo es verdaderamente extraordinaria. Para el centrismo estalinista, por ejemplo, fascistas fueron los gobiernos Brüning y Papen, en Alemania; fascista era la dictadura de Primo de Rivera y de Berenguer; para el Partido oficial español, son fascistas los agrarios, la Lliga de Catalunya, Sanjurjo; hay el socialfascismo, el anarcofascismo. Para ]os anarquistas, todos los gobiernos, sin excepción, son fascistas desde el italiano a la dictadura proletaria de la URSS,pasando por la República española. En los medios burgueses y pequeño-burgueses la confusión no es menor, y así se habla en los mismos de fascismo ruso, de fascismo de la Esquerra (aludiendo a la acción de los famosos escamots) (1) y de fascismo socialista. 

Esta confusión enorme parte de un error común: el considerar como sinónimos del fascismo todas las formas de reacción y el empleo de los métodos de violencia como su característica única. En el primer caso, el zarismo ruso debería considerarse como fascismo. En el segundo, los «jóvenes bárbaros» y los «requetés» eran organizaciones fascistas. Estos ejemplos bastan para demostrar cuán profundamente errónea esta concepción. 

El fascismo, producto directo de la posguerra, surge cuando con la agravación de la crisis capitalista, las contradicciones internas del régimen burgués alcanzan el máximo de tensión y las clases explotadoras, para asegurar su dominio amenazado, echan por la borda el régimen parlamentario, propio de las épocas de desarrollo «normal», anulan las libertades democráticas y destruyen las organizaciones de la clase obrera. Por esto, porque el fascismo aparece cuando el antagonismo entre la burguesía y el proletariado adquiere caracteres más agudos, es por lo que las soluciones intermedias resultan efímeras e inconsistentes: el equilibrio inestable que se crea no se puede resolver más que por la victoria de la revolución proletaria o la instauración de la dictadura capitalista descarada. 

Pero lo que constituye la característica esencial del fascismo, lo que lo distingue de las demás formas de dictadura capitalista, es que se apoya en las masas pequeño-burguesas, que se transforman en su base social y en sus tropas de choque. Incapaz, por el papel que desempeña en el sistema económico, de asumir una función política independiente, la pequeña burguesía está fatalmente condenada a servir los intereses del capitalismo o del proletariado. Cuando por la potencia de sus organizaciones, la audacia de sus ataques y la capacidad de sus dirigentes, la clase obrera aparece ante la pequeña burguesía como una fuerza capaz de sacarla de su situación mísera y de establecer un orden nuevo, se deja arrastrar o, por lo menos, neutralizar por ella. Por el contrario, cuando el proletariado defrauda sus esperanzas, cuando el avance revolucionario del mismo se estaciona o en el momento decisivo -ese momento único que hay que saber aprovechar- la clase llamada a transformar el mundo no se muestra a la altura de su misión histórica, la pequeña burguesía, que va siempre tras del más fuerte, vuelve los ojos hacia la burguesía y ésta la arroja contra la clase obrera. 

Así surge el fascismo, que explota hábilmente los lados flojos -que, ¡ay!, son los más- de la pequeña burguesía. Si desde un principio apareciera a sus ojos con su verdadera faz, sus posibilidades de proselitismo quedarían muy menguadas. La pequeña burguesía siente odio por la gran burguesía, que va estrechándola cada día más fuertemente en sus tentáculos por la usura, a la cual tiene con frecuencia que recurrir para remediar sus ahogos. El fascismo se pronuncia contra las oligarquías financieras, fomenta el antisemitismo, preconiza -como lo hemos visto en Alemania- el cierre de los grandes almacenes, que no dejan vivir a los pequeños; la expropiación de las grandes fortunas, etc., etc. La pequeña burguesía, por la razón expuesta ya de que es una clase intermedia, atada, por una parte, a la gran burguesía, de la cual depende, y por otra, al proletariado, cuyas filas está llamada a engrosar, alimenta en su espíritu una utopía: la posibilidad de crear un régimen intermedio, ni proletario ni burgués; un régimen situado más allá de las clases. El fascismo viene también en su ayuda en este caso con la exacerbación de la idea nacional, la idea de la unidad por encima de las clases (2), del Estado como representación de todos. Este es uno de los aspectos más peligrosos del proselitismo fascista, y por ello el proletariado debe considerar con particular recelo a los que pretenden desligarlo de la lucha internacional con sus hermanos de clase presentándose como apologistas de una sedicente «revolución racial ibérica». El hecho de que esa propaganda venga envuelta en el ropaje de una fraseología ruidosamente revolucionaria, no debe deslumbrarle. Que no olvide los precedentes italiano y alemán: la propaganda de Mussolini y de Hitler se distinguió en su iniciación por una demagogia desenfrenada. ¿No llegó incluso el «duce» a aprobar la ocupación de las fábricas en 1920? 

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No creemos que en España el fascismo constituya un peligro inminente. Pero el peligro existe y sería un crimen que la clase obrera no se preparara desde ahora a hacerle frente. Una política de corto alcance, sin clarividencia, está condenada al fracaso. Por no haber sabido prever el desarrollo delos acontecimientos, por no haberse dado cuenta de lo que ocurría realmente en el país, por su criminal ineptitud para organizar una defensiva que podía convertirse en ofensiva, el estalinismo ha conducido al proletariado alemán a una sangrienta derrota sin combate. Ver lo que hay, conjeturar lo que puede haber y adoptar la táctica correspondiente; he aquí la misión fundamental de los comunistas. 

La revolución española no ha terminado; la revolución española continúa en los campos y en las ciudades (3). Los obreros y los campesinos están dando pruebas de un espíritu combativo admirable. El impulso revolucionario de las masas hace estremecer de pavor a las clases explotadoras. La fracción más reaccionaria de las mismas cree llegado el momento oportuno para aplastar el movimiento revolucionario destruyendo las escasas libertades democráticas conquistadas, y se prepara para dar el asalto al poder acaudillada por Lerroux. El terreno está magníficamente preparado por la política del gobierno Azaña, que mantiene en los puestos de mayor responsabilidad a elementos reaccionarios destacados, persigue a los militantes revolucionarios, y muestra, a la par, una intolerable lenidad para con los conspiradores monárquicos.
 
Lerroux puede escalar el poder si la clase obrera no se dispone virilmente a impedirlo, evitando así que la revolución dé un inmenso paso atrás. 

Pero un gobierno Lerroux, ¿sería, en estas circunstancias, un gobierno fascista? No; porque las ilusiones democráticas de las masas pequeño burguesas son todavía demasiado vivas para que el ex caudillo demagógico pueda echar por la borda las instituciones parlamentarias e instaurar de golpe y porrazo un régimen de dictadura descarada apoyándose precisamente en dichas masas. Por otra parte, la burguesía no recurre al fascismo más que en los casos extremos. El gobierno Lerroux sería un gobierno reaccionario, de tipo bonapartista, que se apoyaría principalmente en los terratenientes y en las castas militares, pero que conservaría todo el ritual de la legalidad republicana, de la cual se presentaría como el más celoso guardador. Su característica sería la persecución sistemática del movimiento obrero y el llamado «restablecimiento del principio de autoridad»- Pero ese régimen intermedio no podría ser de larga duración. Los antagonismos de clase se exacerbarían, la lucha se haría más aguda y se crearían las premisas necesarias para la aparición de un movimiento netamente fascista si la clase obrera, por su disgregación orgánica y la ausencia de un gran Partido Comunista, no se hallara en condiciones para emprender la lucha decisiva y victoriosa por el poder. 

La decepción producida por el fracaso del régimen republicano y la impotencia del proletariado arrojaría a la pequeña burguesía en brazos de la reacción, que aparecería a sus ojos como la sola fuerza capaz de restablecer e! orden y dejarla vivir tranquila. Esa clase impersonal y vacilante se convertiría en la fuerza de choque de la gran burguesía. Las distintas fracciones de las clases explotadoras se unirían momentáneamente, y con el auxilio de la masa gris, de la cual se desprenderían a la primera ocasión, instaurarían un régimen fascista. 

***

He aquí, esquemáticamente expuesta, cómo se nos aparece una de las posibles variantes del desarrollo de los acontecimientos en nuestro país. 

Pero, a pesar del tiempo perdido, esa variante no es inevitable si el proletariado estrecha sus filas y organiza la batalla. La vivacidad con que la clase obrera y aun una gran parte de la pequeña burguesía radical ha reaccionado ante las primeras manifestaciones fascistas, es un síntoma alentador. Pero lo peor que le podría ocurrir sería depositar una confianza excesiva en los manifiestos vibrantes y los Congresos aparatosos. Hay que preparar prácticamente la lucha, y el mejor procedimiento es la aplicación de la táctica del frente único tal como la formuló la Internacional de los cuatro primeros Congresos, lo cual presupone la renuncia categórica a la táctica ultimatista, que tan desastrosos resultados ha dado en Alemania, y a las desviaciones oportunistas que condujeron a la hecatombe de la IC en la huelga inglesa de 1926 y en la revolución china de 1927. Hay que ir a la formación del frente único sobre la base de un programa de lucha, no impuesto previamente, sino elaborado en común y que sea aceptable por los obreros de las organizaciones de todas las tendencias. La formación de ese frente único constituiría un dique ante el cual se estrellaría inexorablemente el fascismo. La lucha contra este último podría convertirse fácilmente en lucha revolucionaria por el poder, apoyada por las grandes masas campesinas, decepcionadas por la reforma agraria. Por otra parte, la pequeña burguesía, impresionada por la potencia del frente obrero, se sumaría al mismo o quedaría neutralizada, y el fascismo se vería privado de su base esencial. Esto tiene una importancia extraordinaria en un país como el nuestro, en el cual las masas pequeño-burguesas representan un sector importantísimo de la población. 

Para conseguir la incorporación de estas masas y transformar la lucha contra el fascismo en lucha por el poder, hay que realizar toda la campaña con consignas de carácter democrático, tales como: 

    1.Disolución de las Constituyentes y elección de nuevas Cortes, con derecho de voto a partir de los dieciocho años.
    2. Derechos políticos para los soldados.
    3. Confiscación pura y simple de los bienes de la Iglesia y de las congregaciones religiosas.
    4. Abolición de la ley de Defensa de la República.
    5. Lucha contra la ley de Orden público.
    6. Abolición de los tribunales militares.
    7. Solución radical del problema de las nacionalidades.
    8. Asignación a los representantes en Corporaciones públicas de sueldos no superiores a los del obrero calificado.
    9. Disolución de las organizaciones monárquicas.
    10. Disolución de la Guardia Civil, del Cuerpo de Seguridad y de los Guardias de Asalto.
    11. Formación de tribunales obreros y campesinos para juzgar a los responsables de la matanzas de la clase obrera.
  12. Constitución de milicias antifascistas populares, con una dirección centralizada formada por representantes de los partidos y organizaciones obreras. 

La propaganda de estas consignas, la organización de grandes actos públicos y manifestaciones y, sobre todo, de la “lucha concreta” contra el fascismo, provocarla indiscutiblemente un movimiento arrollador cuyo desarrollo podría tener consecuencias decisivas para el porvenir de la revolución española. Del tacto y de la habilidad de los propagandistas revolucionarios dependería que la clase obrera, y con ella la pequeña burguesía, se convenciera, en el proceso de la lucha, de que la revolución democrática no puede ser realizada más que por la dictadura del proletariado; de que sólo éste, aliado con los campesinos, es capaz de instituir un orden de cosas justo y estable. 

Notas
 
(1) Los escamots eran un movimiento paramilitar, que utilizaba casacas verdes, y cuasi-fascista, dentro de las juventudes de la Esquerra, liderado por Josep Dencàs, consejero de orden público de la Generalitat [Nota del editor].
 
(2) Véase a este propósito la carta, muy interesante, de José Primo -Rivera, Publicada en el ABC del 22 de marzo de este año.
(3) Sobre la apreciación de la situación política española véase el artículo que, con nuestra firma, apareció en el número anterior de Comunismo,

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