Julián Besteiro, el gran socialista, vive estas horas en un serenado
apartamiento de la calle. Con sus libros, con sus discípulos. Como
siempre.Fue con Vera, junto a la combatividad directa de Pablo Iglesias,
el espíritu universitario. Dio al socialismo de España, en sus
iniciaciones, un contenido intelectual. Y sigue, como una llama limpia
de la idea, iluminando las rutas del combate obrero.Su palabra fluye
siempre precisa y generosa.Hoy, ante un porvenir confuso de luchas
sociales, sus enseñanzas han de ser muy útiles. Vamos a oírle. Un
redactor de El Sol ha celebrado con él la entrevista que sigue:-¿Cómo ve
usted la misión del socialismo en la República?- El socialismo español
no sólo debe ser una organización defensiva de la República, sino el
instrumento político principal de su perfeccionamiento y de su progreso.
Para cumplir esta misión, el socialismo no necesita ningún género de
protección oficial. Lo que necesita es simplemente que se le guarde el
merecido respeto y que no se creen dificultades a su propio y espontáneo
desarrollo.-¿ Qué forma debe adoptar la participación del socialismo en
el Gobierno de la República?- Desde luego, en una República democrática
el socialismo sabrá conquistarse noblemente, por medio del sufragio
universal, una representación cada vez más numerosa y más eficaz en las
corporaciones públicas, principalmente en los Municipios y en las
Cámaras. Por mi parte, yo no atribuyo tanta importancia al número de los
representantes como a la eficacia de su actuación. Es más: un
crecimiento numérico demasiado rápido no me parece deseable. Arriesgaría
el socialismo perder fuerza moral lo que ganara en extensión material, y
eso, que ciertamente no sería conveniente para el socialismo ni para la
organización obrera animada por su espíritu, sería perjudicial para la
República.-¿Cómo luchará el partido socialista frente a la hostilidad
sindicalista y comunista?- El socialismo sigue su camino con una
potencia vital que en vano tratarán de destruir las fuerzas sociales
hostiles. Ya hemos resistido bastantes ofensivas vigorosas y hemos
vencido con el empleo de una táctica de mera resistencia, sin apelar a
los recursos ilícitos y desesperados de nuestros adversarios. Y eso que
con frecuencia hemos tenido que defendernos en un medio absolutamente
desfavorable, creado por los Gobiernos y los grandes órganos de opinión,
que en varias ocasiones han creído llegada la hora de la muerte para el
socialismo y han desencadenado una furiosa ofensiva contra él. Eso ha
ocurrido con la Monarquía, y en mayor o menor grado tal vez ocurra en
algún momento con la República. Tras las efusiones exageradas de cariño
pueden venir reacciones de desafecto inmotivado e injusto; pero si
nosotros sabemos velar por la conservación de nuestra fuerza moral, si
no nos desnaturalizamos ni nos arriesgamos en empresas superiores a
nuestras fuerzas, si no perdemos, en suma, la cabeza, saldremos
victoriosos de esas posibles crisis lo mismo que hemos salido de otra
más grave y saldremos animados de los mismos entusiasmos y la misma fe
en la República y de los mismos deseos de servirla. Lo mejor sería, sin
embargo, que no hubiera que pasar por esas crisis; pero ello no depende
solamente de nosotros.-¿Cuál es su actitud en el problema de la tierra?-
Claro está que no me pide usted que desarrolle un programa agrario. Es
evidente que hay que defender al arrendatario contra los abusos de los
dueños de la tierra; que hay que fomentar la cooperación entre los
pequeños propietarios para el perfeccionamiento del cultivo y para
facilitar la venta de los productos; que hay que crear instituciones de
crédito agrícola, y que hay que ensayar la explotación colectiva de las
grandes propiedades Los decretos publicados por el ministerio de Trabajo
me parece que responden a una buena orientación, no improvisada, sino
que ha sido lentamente elaborada. Por el momento, me parece tan esencial
como la reforma agraria en la «Gaceta» salir al paso a algunos
prejuicios que, de persistir, podrían hacer estéril toda reforma y
producir lamentables desengaños. Me refiero, por ejemplo, al prejuicio
de que España es un país agrícola y que hoy conserva ese carácter
peculiar suyo. No. En bien de la misma agricultura hay que hacer de
España un país industrial. Si siguiera siendo un país agrícola, sería
cada vez más pobre, y llegaría a ser miserable. La misma agricultura
tiene que industrializarse. La producción agrícola del mundo tiene hoy
posibilidades inmensas, el precio de los productos de la agricultura
tienden vertiginosamente a decrecer. Así es que ofrecer la felicidad
aumentando la extensión de la tierra cultivable es ofrecer un imposible.
La política agraria hay que orientarla más bien hacia la limitación del
cultivo de las tierras verdaderamente productivas. Hacia el fomento de
la ganadería, hacia la repoblación forestal y hacia la creación de
grandes industrias.-¿Cuál es el porvenir del obrero en la organización
industrial de España?- El sindicato obrero debe penetrar cada vez más en
el fondo y en todo el organismo de la industria nacional, hasta
constituir una verdadera democracia industrial que sea el eje de la vida
de todo el país. La más alta organización nacional debe ser la
organización del trabajo, y el único título legítimo del ciudadano debe
ser el trabajador. Al trabajador se le debe el respeto en el trabajo, y
el respeto en el descanso, y el respeto en el goce de los más nobles
bienes asequibles al hombre, que son los bienes de la cultura.-¿Cómo
entiende usted que la República debe resolver el problema religioso?- La
República debe hacer frente a los problemas religiosos existentes, pero
no crear problemas que no existen. Yo trataría la mayor parte de los
llamados en España problemas religiosos desde un punto de vista
económico. Algunos de ellos son simples negocios, y aun malos negocios
disfrazados. Además, a mí me parece que lo más urgente y el medio más
eficaz de promover la libertad religiosa sería que no se nos obligase a
pagar el culto a los que por motivos de conciencia no queremos
contribuir a su sostenimiento. El Estado puede pagar los gastos de la
Iglesia, pero con el dinero de los fieles nada más.-¿La organización
política de España, debe ser federal?- El pacto de San Sebastián entre
los partidos republicanos me parece que abordó con gran acierto el
problema de Cataluña. Esa conclusión la había yo defendido en el
Congreso allá por el año 1918 ó 19. Hay que conocer la voluntad
verdadera de Cataluña y respetarla. Y lo mismo con las demás regiones o,
si se quiere, nacionalidades. Pero si se intentase someter a toda
España un esquema de República federal se cometería a mi juicio, un
grave error que es preciso evitar.-¿Qué orientaciones parecen adecuadas a
la República en política internacional?- La política internacional de
España debe ser la política de la organización de la paz. Nunca ha
habido en el mundo tantas causas de guerra como hoy. En cambio nunca ha
habido tantos deseos de paz. Sin embargo los deseos, los anhelos no
bastan. Hay que crear el mecanismo internacional capaz de hacer abortar
toda guerra incipiente. La creación de ese mecanismo es la gran obra de
nuestra edad y a ella se debe entregar por entero toda la noble pasión y
toda la idealidad de que sea capaz nuestro pueblo.
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