Intervención en el Centro Social Okupado EKO de Carabanchel (Madrid)
Transcripción realizada por Patricia Rivas
Buenas tardes a todas y a todos.
Os agradezco mucho que me deis la oportunidad de compartir reflexiones en esta asamblea.
Os agradezco mucho que me deis la oportunidad de compartir reflexiones en esta asamblea.
Sobre todo, lo que querría es, que a partir de la conceptualización de
producción y crecimiento que tenemos hoy y que condiciona la propia
noción de trabajo, tratemos de buscar una vía alternativa a estas
categorías e intentemos visibilizar también algunas líneas de
transformación y de cambio.
Los seres humanos presentamos dos
tipos de dependencias o constricciones que modelan nuestra propia
esencia humana. La primera de ellas es la dependencia de la naturaleza.
Somos parte de la naturaleza. Respiramos, nos alimentamos, excretamos y
somos en la naturaleza.
Pero además, somos seres
radicalmente dependientes de otras personas. Vivimos encarnados en
cuerpos vulnerables, sexuados, que envejecen, enferman y mueren. No es
viable la vida humana en soledad. Por tanto somos seres sociales en la naturaleza.
Paradójicamente, las sociedades capitalistas han declarado la guerra a la naturaleza y a los cuerpos de las personas.
Desvelar
la naturaleza mítica de esta “irracionalidad” capitalista es
fundamental para recomponer un conocimiento que tenga utilidad social a
la hora de reorientar la economía y la sociedad. Algunas visiones
heterodoxas de la economía, como son las economías ecológica y feminista
pueden aportar mucho en esta tarea desmitificadora.
Tal y como cuenta Naredo en La economía en Evolución,
la primera vez que se habla de sistema económico y de economía como
disciplina fue en el siglo XVIII, con el nacimiento de la escuela de los
economistas fisiócratas. Fueron estos economistas franceses los que
instalaron las nociones de producción, consumo y crecimiento como piezas
constitutivas del sistema económico.
Para los fisiócratas la
producción era aquello que la naturaleza podía regenerar con ayuda de
trabajo humano. Un ejemplo sería el de la agricultura. Una semilla de
cualquier planta depositada en el suelo por una campesina, la naturaleza
(la luz del sol, las sales minerales en un suelo fértil y la
fotosíntesis), más el trabajo humano que va cuidando de ese cultivo, da
lugar a una planta en la que la potencialidad germinativa de esa semilla
se multiplica en un montón de frutos.
La pesca para los
fisiócratas, mientras no fuera una pesca extractiva y se respetasen los
ritmos de regeneración de l os bancos de peces, era también una
producción. La naturaleza acrecentaba los peces en los caladeros y el
trabajo humano extraía con prudencia para no destruir la capacidad de
regeneración. Ellos también consideraron que que la minería era
producción porque en aquel momento, tal y como postulaba Linneo, se
pensaba que los materiales de la corteza terrestre estaba sujetos a
procesos de crecimiento y regeneración.
Los fisiócratas definían
la producción como la capacidad de acrecentar las riquezas renacientes
sin menoscabar los bienes fondo, es decir, sin destruir la dinámica
natural que permite la reproducción. Ellos entendían que el crecimiento
económico era posible mientras perviviese esa noción de producción
organicista, mientras no se alterase la capacidad reproductiva de la
naturaleza.
Los economistas clásicos, unos años más tarde,
sitúan el trabajo humano como el principal motor de la riqueza, pero
siguen concediendo una enorme importancia a la Tierra como factor de
producción. Sin embargo, en ese momento, los conocimientos sobre
geología desvelan que los minerales de la Tierra no crecen, que las
piedras no se reproducen y que, por tanto, todos los materiales que
alberga la corteza terrestre existen en una cantidad limitada y finita.
Tanto Marx como Stuart Mill, pertenecientes a la escuela clásica,
reconocen que el crecimiento de la esfera material de la economía
apuntaría forzosamente un horizonte estacionario. No podía crecer
ilimitadamente. Llegaría un momento en que se toparía con los límites
físicos.
Sin embargo, cuando se produce un cambio radical en las
nociones de producción y de sistema económico es cuando irrumpe el
paradigma neoclásico de la economía, el que tenemos hoy vigente y que
constituye el sostén teórico del capitalismo.
Este nuevo
paradigma, introduce una serie una serie de cambios que, desde luego,
han tenido una importancia fundamental en la economía pero también en la
organización social y política en nuestras sociedades y en los valores
culturales.
En una revisión rápida vamos a perfilar algunos de estos cambios.
El
primero de los cambios, es la reducción del concepto de valor al de
precio. La economía neoclásica defiende que tiene valor económico
aquello que se puede expresar en unidades monetarias.
¿Por qué
es un problema esta reducción? Hay un montón de procesos y bienes que
son esenciales para el mantenimiento de la vida humana y del resto de la
vida, que no pueden ser expresadas en precio. ¿Cuánto valdría la
polinización que permite que las plantas se reproduzcan? ¿Qué precio le
ponemos al ciclo del agua? ¿Cuánto cuesta la fotosíntesis, o la
fertilidad de un suelo? ¿Qué precio le ponemos a parir, a la crianza?
¿Qué precio le ponemos a una vejez digna?
Todas esas cosas no
pueden ser traducidas a valor monetario, aunque, de hecho, se intente.
Cuando decimos, por ejemplo, que podemos articular un sistema de
sanciones o de multas para que aquel empresario o aquella transnacional
que vierta al medio sustancias que degradan la capa de ozono pague lo
que contamina, no resolvemos el problema de destrucción. Podemos hacer
un cálculo estimativo de cuánto costaría la capa de ozono y decir que
vale una cantidad ingente, de miles de millones de euros, una de estas
cantidades con tantos ceros que no nos podemos hacer a la idea de su
magnitud. Pero, ¿qué sucede cuando la capa de ozono se adelgaza? Que,
aún suponiendo que esas sanciones se llevaran a cabo y el empresario o
la multinacional de marras acabara pagando el coste de la contaminación,
podemos depositar montañas de billetes de euros, que la capa de ozono
no la cerramos. Los deterioros en los procesos que regulan la naturaleza
no los arreglamos pagando.
La contabilización económica de los
procesos naturales se convierten en un apuntes contables que pueden
generar nuevos grandes negocios, como por ejemplo el del comercio de
emisiones de CO2, pero el hecho real es que, desde que se articularon
los mecanismos de comercio de emisiones con la pretensión de que las
emisiones de CO2 se redujeran, han seguido creciendo sin solución de
continuidad, y lo que se ha generado es un macro-negocio en el que ahora
mismo, incluso las empresas petroleras se lucran.
La reducción
de la noción de valor al precio ha traído como consecuencia una
conceptualización también reduccionista de lo que es o no objeto
económico. Tal y como señala Naredo, la economía convencional considera
que es objeto económico todo aquello que cumpla tres características. La
primera es la de que su valor pueda ser expresado en moneda; la segunda
que se trate de algo apropiable, es decir, que alguien, ya sea una
entidad pública o privada, pueda decir: esto es mío y lo compro o lo
vendo: y la tercera es que sea “productible”, es decir, que se pueda
operar algún tipo de transformación sobre el objeto que justifique que
“ha sido producido” para su compra o venta. Os pongo algún ejemplo. Un
manantial de agua limpia de acceso libre no es un objeto económico.
¿Cuándo se convierte en un objeto económico? Cuando está contaminado,
alguien se lo ha apropiado, hay que utilizar algún tipo de técnica para
depurar o para embotellar el agua, y se le pone precio.
Por
ejemplo, el juego de los niños y las niñas no ha sido históricamente un
objeto económico. Pero cuando la ciudad se convierte en un entorno
hostil, las niñas no pueden salir a la calle a jugar y a alguien se le
ocurre acordonar una zona, ponerle carteles de colores, una piscina de
pelotas, y cobrar una entrada y le denomina ludoteca, el juego, que
antes no era un objeto económico, ahora ya es un objeto económico.
Otro
elemento de cambio que plantea la economía neoclásica es la suposición
de que tierra y trabajo son siempre sustituibles por capital. Y no es
raro que eso haya podido calar en las cabezas de las personas. Os pongo
algún ejemplo. No sé si conocéis el mar de plástico de los invernaderos
de Campo de Dalías en Almería. Cuando uno habla con la gente de la zona e
incluso con parte de los profesores de las escuelas de ingenieros
agrónomos, hablan del “milagro” del vergel en el desierto. De cómo
gracias a la inversión económica se pasó de ser una zona pobre y
deprimida a una zona de producción hortícola de alta calidad.
Pensemos qué hay detrás de ese milagro.
Aquello era un verdadero desierto. Suelos sin nutrientes minerales, sin
prácticamente agua, un lugar en donde hace 30 años vivían unas cuantas
familias que vivían de unos cuantos rebaños de cabras que literalmente
se alimentaban chupando piedras.
Algunas empresas se plantearon
que con la cantidad de sol que cae allí, se podrían montar unos
invernaderos que dieran una gran producción hortícola. ¿Cómo se logró?
Pues se trajo plástico, un derivado del petróleo, producto que ya
sabemos que aquí, en las fronteras del estado español no hay.
Se
extrajo agua para el riego de pozos hasta que el nivel freático de esos
pozos ha descendido tanto que se ha provocado la intrusión del agua de
mar en ellos, salinizándolos de forma irreversible.
Como los
suelos no tenían nutrientes, se importaron fosfatos y otro tipo de
fertilizantes. En el caso del estado español los fosfatos se importan
fundamentalmente de África y sobre todo de El Sahara. Detrás de estas
dependencias materiales se esconden una buena parte de las razones por
las que los gobiernos de diferente pelaje y color político consienten la
vulneración de los derechos humanos del pueblo saharaui por parte del
Gobierno marroquí.
¿Y qué sucede con respecto al trabajo
humano? Aunque en el momento inicial quienes trabajaban fundamentalmente
en los invernaderos era la población autóctona en condiciones muy
duras, según aumentó la renta per cápita de los habitantes de la zona,
quienes terminaron trabajando en estos invernaderos fueron
fundamentalmente personas del norte de África primero, de África
subsahariana después, o de los países del Este más recientemente. Sin
papeles, sin derechos de ningún tipo y en condiciones de vejación y
explotación que son semiesclavas. Y digo semiesclavas porque algo de
salario perciben. En algunas zonas de invernaderos de Huelva ha habido
casos de mujeres del Este que trabajan con pañal, porque como trabajan a
destajo, no pueden parar ni para orinar.
Entonces, ¿sustituye
el capital a la tierra y trabajo? Mientras haya otras tierras de las que
vengan la energía, los materiales y la mano de obra semiesclava puede
que sí, pero conforme hemos pasado de un mundo vacío a un mundo lleno,
cada vez quedan menos lugares para seguir esquilmando y los
insoslayables límites físicos muestran que una vez deteriorados stocks y
procesos naturales, por más que paguemos no podemos regenerar lo
destruido.
¿Cuál es la dimensión de riqueza, de producción, que
tiene valor en el mercado en el caso de estos invernaderos? Los kilos de
hortalizas que se producen y que se venden a un determinado precio.
Pero el precio del kilo de tomates en los mercados no incorpora las
externalidades. No cuenta el agotamiento de recursos fósiles en los
plásticos que no volverán a estar disponibles para ningún otro uso; no
recoge la extracción del agua fósil ni la salinización irreversible. No
recoge la extracción de minerales que viene de otros territorios. No
considera la contaminación que causan los agrotóxicos empleados, ni los
problemas en la salud humana que ocasiona comer frutas y verdura
repletas de químicos. No recoge, por supuesto, la explotación y el
sufrimiento de las personas que están trabajando para producirlos.
Si
solo miramos la dimensión que crea valor en el mercado, que es el
precio del kilo de hortalizas, lo que deseamos es que crezca lo máximo
posible, aunque cuanto más crezcan los ingresos debidos a esta forma de
producción, más crecerán todos los efectos negativos colaterales que la
acompañan. El sistema económico no tiene ni siquiera herramientas para
poder medir ese deterioro y por eso celebra cualquier tipo de producción
si genera beneficio económico, aunque por el camino se destruya el
presente y el futuro de personas y ecosistemas.
El milagro de
Almería es el mismo milagro de los vergeles en el desierto de Israel.
Israel no ha hecho ningún milagro: ha abordado el mismo proceso. Y que
los Altos del Golán sea una zona ocupada tiene mucho que ver con el
hecho de que en sus cumbre nevadas nazcan los manantiales que pueden
llevar el agua para regar todos estos invernaderos. Detrás del conflicto
árabe-israelí, hay una dimensión también de apropiación y expolio de
los recursos hídricos.
Esta forma de producir no se puede
extender a todo el planeta y ni siquiera se pueden mantener mucho
tiempo. Siempre tienen que venir los minerales de algún lugar, igual que
la gente que trabaja en condiciones semiesclavas. Y si todo eso no
existe, los milagros productivos tampoco se dan.
Un tercer
elemento de la economía neoclásica es que se postula como una ciencia
con leyes y teorías científicas incuestionables. Vivimos en una cultura
en la que todo lo científico se rodea de un halo de neutralidad, como si
la ciencia fuese algo desvinculado de la ética o la ideología.
La
propia publicidad lo utiliza constantemente. Basta que salga un actor
con una bata blanca y un termómetro en el bolsillo y diga que un
detergente, o una crema anticelulítica está científicamente probada para
que el producto proporcione seguridad a quien lo compra.
En
el movimiento ecologista, por ejemplo, cuando queremos sacar una
campaña de cualquier tipo y sabemos que lo que digan los activistas va a
ser percibido como tendencioso o propio de “radicales”, lo que
intentamos es sancionar nuestra argumentación con el apoyo de personas
de la Academia y la Universidad que otorguen credibilidad a nuestra
información. Quiero decir con esto que lo científico en nuestra cultura
está revestido de un halo de legitimidad que no tienen otras
instituciones culturales.
El capitalismo no es una excepción y
cuenta con un importante cuerpo teórico, plagado de ecuaciones y leyes
que se postulan como universales y neutrales. Pero detrás de postulados
como la teoría coste-eficiencia, sus ecuaciones y sus fórmulas
matemáticas se esconde una pregunta de tremendo calado ideológico:
¿cuánto está usted dispuesto a destruir para obtener un beneficio
económico? Y hay gente que está dispuesta a destruir muchísimo. Es más,
hay gente que está dispuesta a destruirlo todo, con tal de tener un
beneficio económico inmediato.
Además la teoría económica
neoclásica formula una especie de sujeto abstracto, el “Homo
economicus”, que es ese ser que cada día concurre a los mercados, da
codazos y compite ferozmente con los demás para satisfacer su propio
egoísmo. Adam Smith dice hay una mano invisible, la del mercado, que
convierte la suma de todos esos egoísmos individuales en lo mejor para
todos. Ya sé que suena ridículo y esotérico, pero es así como se estudia
en las facultades.
Esta presunción establece una dicotomía
esquizofrénica en el individuo. Es despiadado y competitivo en el
mercado, pero, sin embargo, en el entorno social y fuera de los
mercados, puede tener comportamientos sociales y altruistas.
La
economía neoclásica supone un corte radical del cordón umbilical que,
hasta ese momento, unía el proceso económico con las bases materiales
que lo sostienen. Y así nos encontramos con que la economía y sis
indicadores sobrevuelan el mundo físico sin enterarse de que éste se
deteriora a pasos agigantados o, lo que es peor, celebrando la
destrucción como si fuese crecimiento de la riqueza.
Lo vemos
por ejemplo con el indicador básico que utilizan los sistemas
económicos, el Producto Interior Bruto, para medir la salud de la
economía. El Producto Interior Bruto consolida los incrementos de valor
que producen en el conjunto del proceso económico. Cuando sube el
Producto Interior Bruto empresarios y políticos están encantados, y
cuando baja se dice que estamos en recesión.
Si pensamos por
ejemplo en el Producto Interior Bruto (PIB) en relación al bienestar
humano, nos damos cuenta de que, por ejemplo, estar sanas no suma en el
Producto Interior Bruto. Lo que suma es la enfermedad, porque el negocio
de la industria farmacéutica no es que estemos sanas, sino que
compremos medicamentos.
La paz, entendida simplemente como
ausencia de conflicto bélico, no suma en el PIB, pero la guerra es uno
de los mayores negocios que existen en el conjunto de las sociedades
actuales, y suma como riqueza en el PIB.
Un río limpio no suma en el PIB. Vale mucho más dinero cuando está contaminado, porque hay que gastar para descontaminarlo.
Un
economista de principios del siglo XX, y nada sospechoso de ser
feminista contaba como broma que bastaría que en un país todos los
hombres se casaran con su empleada doméstica para que directamente
descendiera la renta nacional, porque de forma inmediata, lo que sumaba
en los indicadores del mercado, que era el salario de la empleada
doméstica, pasaría a no contabilizarse, por hacer la esposa gratis lo
mismo que hacía antes cobrando.
Es decir, tenemos un sistema
económico cuyos indicadores no solamente no cuentan como riqueza bienes y
servicios imprescindibles para la vida, sino que lo peor es que se
llega a contabilizar la propia destrucción como si fuera riqueza. Con
esta forma de medir el bienestar y de dar los golpes de timón de la
economía ¿cómo nos podemos plantear caminar hacia ningún lugar que sitúe
la vida en el centro?
La economía feminista y la economía
ecológica, dos miradas heterodoxas, críticas, sobre la economía
convencional, han coincidido en plantear que el sistema económico
capitalista es como un iceberg.
En la parte visible, la que
sobresale por encima del agua, se encuentra el mundo de lo que se compra
y lo que se vende, el mundo del empleo remunerado, el mundo de lo que
provoca intercambios monetarios. Por debajo, sosteniendo y haciendo
posible que funcione lo de arriba, está la explotación de trabajadores y
trabajadoras, es decir, la usurpación de las plusvalías del trabajo
remunerado; está el expolio, la extracción de materiales de la corteza
terrestre, el deterioro de los ciclos naturales y la generación de
cantidades ingentes de residuos. Y, por otro lado, está la apropiación
de una cantidad enorme de horas de trabajo que en el marco de los
hogares posibilitan la reproducción social y que, dado que nos
encontramos en sociedades patriarcales, son realizados mayoritariamente
por mujeres.
Desde que una persona nace hasta que muere,
atraviesa sobre todo en algunos momentos de su ciclo vital, períodos de
profunda dependencia de otras personas. Desde que nace hasta que cumple
unos pocos años, una criatura es absolutamente incapaz de sobrevivir en
soledad, necesita trabajo de otras personas. Aquellas personas que
tienen una discapacidad importante o diversidad funcional necesitarán
ese apoyo toda su vida. Todos y todas en momentos de enfermedad y cuando
lleguemos a la vejez también necesitaremos, para llevar vidas que
merezcan la pena ser vividas, del apoyo y del trabajo de otras personas.
El capitalismo se aprovecha de una plusvalía que las mujeres generan en
los hogares, es una plusvalía que se mide en forma de tiempo social, y
la aprovecha para ponerla también al servicio del capital.
¿Por qué es tan problemático este divorcio entre la economía y las bases materiales que permiten la vida?
Vivimos
en un mundo que tiene límites ecológicos. Aquello que es no renovable
tiene su límite en la cantidad disponible, ya sean los minerales o la
energía fósil. Pero incluso aquello renovable también tiene límites
ligados a la velocidad de regeneración. El ciclo del agua no se regenera
a la velocidad que quiere el metabolismo urbano-agro-industrial; se
renueva a la velocidad que los miles de millones de años de evolución
natural han determinado. Tampoco la fertilidad de un suelo se regenera a
la velocidad que quiere el capitalismo global; se regenera a la
velocidad de los propios ciclos de la naturaleza.
En estos
momentos el sistema de producción ha superado totalmente los límites del
planeta. Fue ya hace más de quince años cuando se llegó a ese punto en
el que la extracción y la generación de residuos superaba la
biocapacidad de la Tierra. Es decir, ya no nos estamos alimentando
globalmente de las riquezas renacientes, sino que directamente se están
menoscabando los bienes fondo. Y lo que llamamos crisis ecológica en
realidad no es más que la constatación de la imposibilidad de seguir
extrayendo y seguir generando residuos a la misma escala.
En
términos de vida humana, también existen límites. Los límites nos los
marca nuestro cuerpo. El sistema capitalista vive de espaldas al hecho
de que las personas estamos encarnadas en cuerpos vulnerables que se
enferman, que se envejecen y que mueren. Y trata el cuerpo como si fuera
una mercancía más que tiene que estar siempre nueva y flamante, tal y
como dice Santiago Alba. Y si no quiere reconocer la vulnerabilidad de
la carne, mucho menos quiere mirar aquellos trabajos que se ocupan de
atender a los cuerpos vulnerables, realizados –insisto- mayoritariamente
por mujeres. No porque estemos mejor dotadas genéticamente para
hacerlo, sino por el rol que se impone a las mujeres en los sistemas
patriarcales.
Funcionar de esta manera sobre todo las últimas décadas nos ha sumido en una crisis estructural que es una crisis civilizatoria.
En
el plano ecológico, solamente me voy a centrar en un aspecto
normalmente menos trabajado, que es la crisis energética. Voy a dar por
sabido lo que es el cambio climático y el cambio global en el
funcionamiento de los ecosistemas. Luego si queréis que entremos, lo
hacemos, pero quería incidir sobre todo en el tema de la crisis
energética.
La Agencia Internacional de la Energía (AIE),
organización nada sospechosa de ecologismo político, señala que en 2006
se alcanzó lo que se denomina el pico del petróleo. Es decir, ese
momento en el que se han extraído la mitad de las reservas existentes de
petróleo convencional. La AIE señala que a partir de ese momento cada
año se ha venido extrayendo un 6% menos que el año anterior.
¿Qué
implicaciones tiene que se esté agotando el petróleo? Mucho, en un
mundo global que puede decirse que come petróleo. Ahora mismo una buena
parte de la producción industrial de alimentos es dependiente del
petróleo.
Los países denominados enriquecidos han
perdido su soberanía alimentaria: son absolutamente dependientes de las
materias primas que vienen de terceros países. Si se pusieran fronteras a
las materias primas del mismo modo que se le ponen a las personas
migrantes, nos encontraríamos con que las economías ricas no aguantarían
mucho tiempo, porque aquello de lo que nos alimentamos, una buena parte
de lo que sostiene la base alimentaria, viene de fuera.
Pero
pensemos, además, en una ciudad como Madrid, donde no se produce
absolutamente nada que sirva para estar vivo. Donde casi toda la
alimentación, tejidos, energía, agua, llegan a la ciudad en camiones o a
través de canales. Estas ciudades sin energía fósil barata no son
viables.
Hubo una economista ecológica que hizo un cálculo de
cuántos kilómetros recorría un yogur de fresa, todos sus componentes,
incluido el envase hasta llegar a nuestra mesa y le salía que
aproximadamente se recorrían unos 8.900 km.
Si miramos los
espárragos de bote que podemos comprar en cualquier tienda,
probablemente vengan de Chile o de Perú, mientras que los que se
producen en Navarra, probablemente se estén consumiendo en Noruega. Cada
día en las carreteras se cruzan camiones cargados de galletas en
sentidos opuestos. El sistema de movilidad es una absoluta locura que
funciona porque existe energía fósil barata.
Ante esta
hecatombe, resurge el sueño nuclear. Yo no voy a entrar en los aspectos
más trabajados por el movimiento ecologista sobre la energía nuclear,
sobre la potencial peligrosidad de las instalaciones de producción de
energía nuclear y los residuos que se generan, que siguen siendo
peligrosos varios miles de años después. Voy a entrar en un aspecto más
estructural. La energía nuclear depende del uranio, que es otro recurso
no renovable. El uranio tiene calculado su propio pico, y el pico del
uranio, al ritmo de consumo actual, está situado aproximadamente para
dentro de 35-40 años. Huelga decir que si de repente se ampliase de una
forma grande el número de centrales nucleares, ese pico se acortaría de
forma importante. Con lo cual, estaríamos llenando el planeta de
instalaciones potencialmente peligrosas para mantener los consumos
actuales eléctricos durante apenas unos años más.
¿Qué nos queda
entonces? Nos quedan las energías renovables y limpias, que pueden dar
satisfacción a las necesidades humanas, pero no con los niveles de
consumo que tenemos hoy, y menos en el marco de sociedades que pretendan
seguir creciendo. Basar la vida en la energía renovable y limpia no da
para vuelos low-cost, no da para consumos individualizados y
generalizados, por ejemplo, de aire acondicionado, no da para un uso
generalizado de coche privado, no da para comer carne cada día de la
semana... Da para mantener niveles de vida dignos, pero mucho más
austeros en lo material.
Tenemos que tener también en cuenta,
además, que la reconversión del propio modelo energético requiere
energía. Para fabricar las placas solares, los aero-generadores, para
fabricar instalaciones que generen energía limpia hace falta extraer
materiales finitos y utilizar energía. Es importante acometer cuanto
antes la transición porque podría llegar un momento en el que el
tránsito fuese casi imposible desde un punto de vista material.
Es
decir, que tenemos un problema bastante grave estructural y los
gobiernos de momento parece que no tienen ningún plan B. Y lo único que
sugieren es una huida hacia delante.
La crisis ecológica genera
también un importante impacto social. No voy a hablar de las diferencias
de renta entre Norte y Sur, que las tenemos muy trabajadas. Quiero
apuntar solamente las diferencias en términos físicos. Si toda la
población del planeta consumiera como la media del estado español,
harían falta más de tres planetas. Esto quiere decir que extender este
modelo de producción, distribución y consumo al conjunto de toda la
población del planeta es absolutamente imposible, es inviable. No hay
recursos físicos, no hay minerales, no hay territorio que permitan
sostener este modelo. Simplemente cuando en China por ejemplo o en India
ha subido un poquito el nivel de renta y han empezado a comer un poco
más de carne, sin haber llegado ni por asomo a los niveles de consumo de
carne de nuestros países, los precios de las materias primas,
impulsados también por la especulación, se han disparado. La cantidad de
territorio que hace falta para alimentar a la gente con una dieta
básicamente carnívora es enorme. Es decir, que no da el planeta para
mantener estos tipos de consumo.
Si pensamos en los límites en
relación a la reproducción social y el cuidado de los cuerpos, nos
encontramos también con un problema estructural de primera magnitud. Las
mujeres nos hemos constituido como sujeto político buscando presencia
pública, con toda legitimidad y derecho, en los espacios que te dan
derecho a ser un sujeto político, que son los espacios públicos del
empleo remunerado y de la vida pública. Pero mientras las mujeres hemos
dado ese paso, los hombres no han dado el paso contrario, para ocuparse
en los hogares de las tareas de cuidado de los cuerpos vulnerables.
Llegamos así a las dobles jornadas femeninas.
Y como además
vivimos en un mundo laboral absolutamente precario, donde son los jefes y
los patrones quienes imponen los horarios, donde además el propio
modelo urbano hace que todo esté mucho más alejado y que haga falta
mucho más tiempo para atender las diferentes dimensiones de la vida
humana. Donde hasta el tiempo de supervisión para el juego ha aumentado
porque niños y niñas no pueden salir solas a la calle; donde los
recortes lo que están haciendo es pegarle un tajo a unos servicios
públicos, ya raquíticos de partida, en lo referente a temas de
dependencia...El resultado es que hace falta más tiempo para la
reproducción social, pero hay menos.
Pero ¿dónde se está ajustando una buena parte de la crisis?
Dentro de los hogares.
Cuando
los recortes que se imponen hacen colectivos los riesgos para el
capital y privatizan y recluyen dentro de los hogares los riesgos para
la vida, ¿qué pasa dentro de los hogares? Que nos encontramos con las
corporaciones del patriarcado, que son las familias. Y en las familias
patriarcales son las mujeres quienes asumen mayoritariamente las
tensiones y una buena parte de los recortes que se están produciendo
ahora.
La respuesta neoliberal a la crisis simplemente busca
favorecer un nuevo ciclo de acumulación del capital a partir del expolio
de lo que la gente tiene, de lo público que queda, como si lo común que
queda fuesen los antiguos cercamientos. Ahora como la gente no tiene
tierras, le quitan las pensiones, la sanidad o la educación públicas: lo
poco colectivo, lo poco común que nos queda. Y todo eso se pone a
disposición del capital.
En el plano de la crisis de
reproducción social, nos encontramos que la gestión del bienestar
cotidiano y la precariedad vital se sigue resolviendo en mundos de
mujeres. Aparecen los síndromes de las abuelas esclavas que se ocupan de
reajustar una buena parte de las necesidades del cuidado de la vida. Y
por otra parte, aparecen unos nuevos mercados laborales que ya son lo
más precario de lo precario. Mujeres que por razón de clase pueden pagar
partes de trabajos de cuidados, y mujeres que por razón de clase venden
su mano de obra. Los flujos de trabajo de cuidados tienen una dimensión
espacial bastante parecida a los de las materias primas. Ahora mismo
una buena parte de las mujeres que cuidan a nuestros niños y a nuestros
mayores vienen de los mismos lugares que las materias primas que
sostienen el sistema económico. Hacen el viaje de los países de la
periferia a los países del centro, donde ocupan unos puestos de trabajo
sin derechos laborales, en condiciones absolutamente precarias. Los
trabajos más imprescindibles y más necesarios para el bienestar
cotidiano de las personas son despreciados y reciben una
contraprestación ridícula. Esto es fruto del sistema de prioridades de
la economía capitalista.
¿Qué hacer?
Estamos en un
sistema que cuando crece devasta. No tenemos más que ver lo que pasó
entre 1994 y 2007, el período de crecimiento económico. En ese período
de crecimiento económico, de milagro económico español, los salarios
descendieron una media de un 15%. Es verdad que no todos. Pero los
salarios en términos de media descendieron un 15%.
En 1994 de
cada 100 euros, hablamos de media, que recibía una persona remunerada,
estaba endeudada por valor de 60. En 2007, cuando explota la burbuja
inmobiliaria, de cada 100 euros que tenía una persona remunerada, estaba
endeudada por valor de 140. El litoral en Estado español estaba
completamente cementado, con unas casas que tienen un nivel de ocupación
medio de 22 días al año. Ese proceso urbanizador ha destruido la costa
irreversiblemente, porque como no sea demoliendo y dejando pasar mucho
tiempo, eso no hay quien lo arregle. Es decir, le hemos llamado
crecimiento económico y progreso a un proceso que en realidad ha sido de
expolio, de acaparamiento de los ahorros que tenían las personas y de
dejarlas endeudadas los próximos 40 años. Si nos fijamos es lo mismo que
se hace con la energía: dilapidar el petróleo que tardó 300 millones de
años en hacerse y dejar el planeta regado de residuos que seguirán
siendo peligrosos dentro de 8 mil años para poder mantener los niveles
de crecimiento del capital.
Por tanto, nuestro sistema cuando
crece, devasta. Las sociedad supuestamente beneficiada de este
crecimiento alimentaba la ilusión de sentirse inversionista. La gente se
endeudaba para los próximos 40 años y se creía que invertía, cuando en
realidad había cuatro que invertían, que son los que han salido muy
reforzados de esta crisis, y el resto lo que hacía era endeudarse,
desclasarse y convertirse en esclavos.
¿Pero qué pasa con este
sistema cuando no crece? Pues que también devasta. Y ahora cuando se
desploma todo el sistema económico, esas personas endeudadas y muchas de
ellas sin empleo, quedan en una situación absolutamente vulnerable en
lo material y profundamente aturdidas y desorientadas porque no
entienden nada de lo que está pasando.
Por tanto, desde nuestra
perspectiva, la solución no la vamos a encontrar dentro de este sistema.
Un sistema que si crece, destruye; y si no crece, también. El cambio
vendrá si miramos algunos de los conceptos que hemos revisado de otra
manera.
La producción tiene que ser una categoría ligada al
mantenimiento y a la reproducción de la vida, no a su destrucción. Por
tanto, cuando hablamos de reconfigurar el modelo productivo, tenemos que
pensar cuáles son las producciones que nos hacen falta. Y para eso
previamente tendremos que pensar en cuáles son las necesidades que hay
que satisfacer para todos y todas. El capitalismo no habla de
necesidades, habla de demandas. Tenemos que hablar de necesidades.
La
producción, por tanto, será aquella que sirva para satisfacer
necesidades humanas, con criterios de justicia e igualdad. Y si hablamos
de producciones socialmente necesarias, tendremos que hablar de
trabajos socialmente necesarios. Porque no todos los trabajos son
socialmente necesarios, aunque sea muy polémico decirlo en este momento,
y me dé un poco de miedo decirlo compartiendo mesa con un sindicalista.
Hay trabajos que son socialmente indeseables, por más que las personas
que los realizan sean socialmente necesarias y los procesos de
reconversión tengan que ser afrontados con criterios de transición
justa.
Os voy a poner un ejemplo muy provocador: ¿Os imagináis
que cualquier sindicato, cualquier sección sindical, se hubiera atrevido
a encabezar una manifestación de escoltas del País Vasco indignados
porque el fin de las lucha armada de ETA dejase en la calle a varios
miles de personas? Nadie hubiera lamentado el final de esa actividad
porque se pierden los puestos de trabajo. Nadie lo hubiese lamentado
porque la sociedad tenía claro que la “producción” que justificaba esos
puestos de trabajo era absolutamente dañina. Lo que se ha planteado es
cómo reconvertir esos puestos de trabajo.
Si el conjunto de la
sociedad supiera lo que supone la energía nuclear, supiera lo que es
seguir amplificando el sector del automóvil, supiera lo que es seguir
amplificando el sector de la construcción o de las infraestructuras, no
estaríamos clamando por volver a la lógica de crear cuantas más
carreteras, de construir cuantas más casas, aunque haya ahora mismo una
cantidad de viviendas vacías impresionante.
Estaríamos hablando
de cómo darle la vuelta a esos puestos de trabajo. Por tanto, es muy
importante pensar qué producciones son las que hacen falta y en función
de eso, cuáles son los trabajos que queremos mantener. Y hay muchas
producciones necesarias.
Aunque la esfera material, la
extracción y generación de residuos tenga que reducirse, hay sectores
que tienen mucho sentido y deben crecer. Por ejemplo, el modelo de
construcción que se ha hecho en los últimos años, ha levantado casas de
papel de fumar, donde hace falta cantidades ingentes de combustible
fósil para mantenerse más o menos caliente en el invierno y para
mantener una temperatura razonable en el verano. La rehabilitación
energética de edificios, el aislamiento de cubiertas o el
aprovechamiento de energías pasivas es una tarea necesaria. La
agroecología es otro campo enorme de trabajo necesario. La agroecología
es una parte del conocimiento agronómico con propuesta solventes y
viables para la reconversión del modelo agroalimentario. La pesca de
bajura y la pesca no extractiva, es decir, la que no arrasa los fondos
marinos y permite que los bancos de pesca se puedan regenerar... Hay
cofradías de pescadores que trabajan con el movimiento ecologista en
esta línea.
Todo lo que tiene que ver con los bienes
relacionales y el cuidado de la vida humana. Ahí hay una cantidad enorme
de trabajo con sentido y capacidad de satisfacer necesidades. Son
sectores que pueden acoger a una gran cantidad de personas que
desarrollen trabajos que sean necesarios y que conviertan la producción
en una categoría ligada al mantenimiento de la vida.
Incluso
en las formas de comercialización hay propuestas y pequeños ensayos de
circuitos cortos de comercialización que favorecen los mercados locales,
que permiten anclar población al territorio y repartir el trabajo.
Porque ahora mismo la distribución, por ejemplo agroalimentaria, la
hacen unas pocas multinacionales que extorsionan a los agricultores, les
obligan a vender la cosecha a unos precios ridículos y que determinan
incluso lo que pueden y no pueden producir.
Hay propuestas en todos los campos de la producción y en las formas de comercializar. No es verdad que no haya alternativa.
Reducir
la esfera material de la economía no es una opción. Lo van a imponer
los límites físicos del planeta. De hecho, ya se está reduciendo. Lo que
está en juego es si esa reducción llega por la vía del ecofascismo, es
decir, que cada vez menos sectores de personas sigan manteniendo sus
niveles de sobreconsumo y sus niveles de despilfarro a costa de que cada
vez sectores más grandes queden fuera. Lo que estamos viendo con las
guerras por los recursos o con la explotación territorios y pueblos
fuera de nuestras fronteras es ya una muestra de ecofascismo.
La
otra opción es que nos ajustemos a los límites del planeta a partir de
un proceso de reducción controlada impulsada por criterios de justicia y
de equidad. Y ahí es donde se juega el futuro, no en si vamos a reducir
o no la esfera material, sino en si conseguimos que esa reducción no se
haga por una vía ecofascista.
En este sentido, el reparto de
la riqueza es nodal. Si tenemos un planeta con recursos limitados que
además están parcialmente degradados y son decrecientes, la única
posibilidad de justicia es la distribución radical de la riqueza. Los
impuestos y la fiscalidad ¿Por qué no hablar de rentas máximas si
hablamos de rentas mínimas? El debate sobre la propiedad, que es un tabú
ahora mismo. Y no hablo de la propiedad de la casa en la que vives o el
taller en el que trabajas. Hablo de la propiedad ligada a la
acumulación y no al uso.
La simplicidad voluntaria es una
magnífica actitud pero ¿qué hacemos con quienes no lo quieren ser?
Tenemos que tener instrumentos políticos, porque la única posibilidad de
que haya gente que acceda a los mínimos de supervivencia es que a quien
le sobra, lo suelte. Por tanto el debate sobre la propiedad, en mi
opinión tiene un papel fundamental.
¿Qué métodos de lucha o por
qué decimos que existen otras formas complementarias de plantear las
huelgas? Si el trabajo ya no lo entendemos solamente reducido al ámbito
del empleo remunerado, sino que entendemos que hay otros trabajos que
ahora mismo no están remunerados pero que son absolutamente
imprescindibles para la reproducción social, como por ejemplo el trabajo
de los hogares, se nos abre mucho el campo de lucha y el campo de
discusión. Y nos abre otras posibilidades que no sustituyen en absoluto a
lo que ha sido la huelga históricamente, pero que nos permiten ampliar.
¿Qué es la huelga? El derecho de la clase obrera a
obstaculizar la producción. Pues hay un montón de cosas que podemos
obstaculizar. Y por eso aparece una huelga de cuidados, que es
complicadísima, que trata de visibilizar qué sucede en la sociedad
cuando se deja de cuidar. Digo que es complicadísima porque a ver quién
es la guapa que deja a su madre con Alzheimer un día sin cambiarle el
pañal, o a ver quién deja a una criatura sin alimentar. Pero en esta
huelga hubo iniciativas muy interesantes como la huelga de delantales de
Euskadi o montar guarderías en la calle que hicieron público un
problema que normalmente se encierra en los hogares.
¿Qué hace
un piquete de bicicletas? Obstaculizar otro elemento básico necesario
para que funcione nuestro sistema, que es la movilidad. Este sistema sin
movilidad motorizada no funciona. Y por tanto otro mecanismo de lucha y
poyo a la huelga, que complementa las acciones en las cocheras de
autobuses, es obstaculizar la velocidad en las calles.
Las
huelgas de consumo, que tienen un efecto importantísimo. Porque el
consumo es otro de los motores y es un tipo de huelga en la que puede
participar cualquier persona.
Otro elemento que tendríamos que
explorar son las acciones colectivas y masivas sobre los bancos. Ha
habido algún intento de sacar dinero todo el mundo a la vez que no ha
llegado a funcionar porque se ha hecho de forma precipitada. Un montón
de gente sacando una cantidad de dinero igual y a la vez es una muestra
de poder colectivo contra uno de los pilares del sistema.
Todo
lo que tenga que ver con la desobediencia civil, que a raíz del 15-M ha
ido creciendo mucho. La oposición a los desahucios, las okupaciones, la
oposición a las redadas policiales sobre las personas migrantes,
campañas de objeción fiscal a los gastos militares, son acciones de
desobediencia que permiten mostrar poder colectivo. Porque al sistema lo
que le asusta es la capacidad de hacer cosas en conjunto.
Si tenemos propuestas, si tenemos planteamientos alternativos aunque no estén perfectamente cerrados, ¿qué es lo que nos falta?
Poder colectivo para poder imponerlos.
Y
en ese sentido, los movimientos sociales, el conjunto de lo que se ha
llamado la izquierda transformadora, padece un mal endémico, que es el
de tener una concepción absolutamente simplificada de lo que se llama
unidad. Cada movimiento llama unidad a la articulación alrededor de lo
que le cabe entre sus ojos, y lo que no cabe en esa estrecha mirada,
parece que no puede tener hueco. En general es necesario hacer una
reflexión profunda e ir ensayando formas de articular la diversidad. Si
pensáramos y teorizáramos a dónde queremos llegar en el punto final de
nuestras luchas, probablemente tendríamos unas diferencias enormes. Pero
hay tanto camino por recorrer hasta llegar hasta las metas difusas que
nos planteamos, que parte de ese camino lo podemos hacer con un montón
de gente. Y ahí es donde yo creo que tenemos mucho por hacer.
Ulrich
Beck dice que vivimos un momento pre-revolucionario sin sujeto
revolucionario. Eso es muy peligroso. Creo que estamos mucho mejor ahora
que hace un año, pero constituir ese sujeto colectivo múltiple, diverso
y fresco es muy importante.
La explosión del 15-M provocó una
profunda reflexión en Ecologistas en Acción. Nos sumamos con entusiasmo y
anónimamente, repensándonos a nosotras mismas. Y cuando vimos aquella
torrente de gente joven, magnífica, nos preguntábamos de dónde había
salido; tanta crítica como hacemos al sistema educativo, tanto pensar
que no les movía nada, nos preguntábamos: cómo ha llegado esta gente
ahí. Y fue una cura de humildad y a la vez una fuente de ilusión que nos
ha hecho regenerarnos muchísimo y cobrar mucho más entusiasmo por el
trabajo que hacemos y por las ganas de hacerlo con otros y otras.
Hay
un filósofo y amigo que a mí me encanta, Santiago Alba, que decía en un
artículo que el 15-M no era una revolución todavía, era un bultito de
salud que le había nacido al gran tumor.
Yo creo que tiene
razón. Este gran tumor que crece a costa de los bosques, de las
montañas, de los trabajos de las personas, de los trabajos de las
mujeres. A este gran tumor que es el capitalismo, le ha nacido un
bultito de salud. Yo creo que ahora lo que toca es constituirse en
células activísimas de ese bultito para que se pueda convertir en un
pulmón y en un cuerpo nuevo.
Muchas gracias.
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