Para aglutinar a los seres humanos, la ideología les dirige siempre el
mismo mensaje: «Mañana, cadáveres, gozaréis». Esto es: les propone el
intercambio de un hecho por un dicho. Así se nos invita a renunciar al
goce, para que el Otro (Dios, los políticos, los capitalistas) goce en
lugar de uno.
Cuando Dios era el punto fijo trascendente, el mensaje
era religioso: intercambio de un sufrimiento real en vida por un goce
imaginario después de muertos. Cuanto más suframos en este mundo, más
gozaremos en el otro. El discurso religioso ha teñido con sangre de
mártires los campos de la historia. Cuando a Dios, señor de la muerte,
le sucedió el Estado, señor de la vida, quedó censurada la dimensión
sagrada vivos/muertos. El mensaje profano que siguió al mensaje sagrado
era «mañana gozaréis». Un intercambio del sufrimiento real en el
presente por un goce imaginario en el futuro. Un mensaje político: la
política -ha dicho Serge Leclaire- es el goce en estado de promesa.
«Después de la dictadura del proletariado vendrá el comunismo», dicen
allá. «Después de la modernización, vendrá el cambio», dicen acá. El
discurso político ha teñido con sangre de héroes los campos de la
historia.
El discurso político produce por degeneración dos
discursos complementarios. Si censuramos la dimensión goce/sufrimiento,
sólo queda «mañana»: es el mensaje tecnocrático (que aquí y ahora adopta
la figura de la modernización). Un futuro vacío prometido a cambio de
un presente perdido. Cualquier futuro es mejor que cualquier presente:
no importa a dónde vamos, lo que importa es lo deprisa que vamos. En eso
queda el discurso político cuando le quitamos su dimensión utópica. Si
censuramos la dimensión presente/futuro, sólo queda «gozaréis»: es el
mensaje publicitario (un goce reducido a decir que se goza). Eros
reducido a Logos. El mensaje publicitario ofrece un intercambio sin más
del sufrimiento real por un goce imaginario. Dos discursos
complementarios: el discurso tecnocrático es el palo, el discurso
publicitario la zanahoria. Convergencia de un palo real y una zanahoria
imaginaria.
Los mensajes religioso y político nos enfilaban hacia
objetivos ideales: la Salvación, la Revolución (o el Progreso). El
mensaje publicitario nos enfila hacia objetos reales. La ideología se
reabsorbe. El premio por consumir es consumir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario