miércoles, 9 de enero de 2013

¿Dónde Estamos? Algunas consideraciones sobre el tema de la técnica y las maneras de combatir su dominio - Miguel Amorós


“¿Qué tratamos de realizar? Cambiar la organización social sobre la que reposa la prodigiosa estructura de la civilización, construida en el curso de siglos de conflictos en el seno de sistemas avejentados o moribundos, conflictos cuya salida fue la victoria de la civilización moderna sobre las condiciones naturales de vida.”
William Morris, ¿Dónde estamos?

Walter Benjamín, en su articulo Teorías del fascismo alemán, recuerda la frase aparentemente extemporánea de León Daudet, “el automóvil es la guerra”, para ilustrar el hecho de que los instrumentos técnicos, no encontrando en la vida de las gentes un hueco que justifique su necesidad, fuerzan esa justificación entrando a saco en ella. Si la realidad social no está madura para los avances técnicos que llaman a la puerta tanto peor para la realidad, porque será devastada por ellos. El resultado es que la sociedad entera queda transformada por la técnica como tras una güerra. Realmente, con sólo citar la gran cantidad de desplazamientos de la población, la enormidad de datos almacenados y procesados por la moderna tecnología de la información y el gran número de bajas por accidentes, suicidios o patologías contemporáneas, parece que una guerra, en absoluto fría, sucede a diario en los escenarios de la economía, de la política, o de la vida cotidiana. Una guerra en la que siempre se busca vencer gracias a la superioridad técnica en automóviles, en ordenadores, en biotecnologías… Por la propia naturaleza de la sociedad capitalista, los cada vez más poderosos medios técnicos no contribuyen de ningún modo a la cohesión social y al desarrollo personal, ya que la técnica sólo sirve para armar al bando ganador. Para Benjamin pues, y para nosotros, “toda guerra venidera será a la vez una rebelión de esclavos de la técnica”.

Los adelantos técnicos, son todo menos neutrales, en todo desarrollo de las fuerzas productivas debido a la innovación técnica siempre hay ganadores y perdedores. La técnica es instrumento y arma, por lo que beneficia a quienes mejor saben servirse de ella y mejor la sirven. Un espíritu critico heredero de Defoe y Swift, Samuel Butler, denunciaba el hecho en una utopía satírica. “…en esto consiste la astucia de las máquinas: sirven para poder dominar(…); hoy mismo las máquinas sólo sirven a condición de que las sirvan, e imponiendo ellas sus condiciones(…) ¿No queda manifiesto que las máquinas están ganando terreno cuando consideramos el creciente número de los que están sujetos a ellas como esclavos y de los que se dedican con toda el alma al progreso del reino mecánico?” (Erewhon o allende las montanas). La burguesia utilizó las máquinas y la organización “científica” del trabajo contra el proletariado. Las contradicciones de un sistema basado en la explotación del trabajo que, por un lado expulsaba a los trabajadores del proceso productivo y, por el otro, alejaba de la dirección de dicho proceso a los propietarios de los medios de producción, se superaron con la transformación de las clases sobre las que se asentaba, burgueses y proletarios. La técnica ha hecho posible un marco histórico nuevo, nuevas condiciones sociales ­las de un capitalismo sin capitalistas ni clase obrera­ que se presentan como condiciones de una organización social técnicamente necesaria. Como dijo Munford, “Nada de lo producido por la técuica es más definitivo que las necesidades y los intereses mismos que ha creado la técnica” (Técnica y civilización). La sociedad, una vez que ha aceptado la dinámica tecnológica se encuentra atrapada por ella. La técnica se ha apoderado del mundo y lo ha puesto a su servicio. En la técnica se revelan los nuevos intereses dominantes.

lunes, 7 de enero de 2013

Los orígenes de la Internacional Situacionista - Mario Perniola (1972)

 

La problemática en torno a la crítica radical del arte y su superación revolucionaria, tal y como fue planteada por Dadá, las vanguardias artísticas soviéticas y el primer surrealismo, se desvanece en el periodo comprendido entre 1925 y 1960, en estrecha conexión con el eclipse de la perspectiva de la revolución proletaria y la afirmación del fascismo, de la socialdemocracia y del esalinismo. La tesis de la independencia del arte, que hace pasar por libertad el aislamiento y la impotencia del artista, y la tesis del compromiso político, que a su vez hace pasar por revolución la subordinación a la burocracia, son sustancialmente solidarias a la hora de neutralizar la dimensión auténticamente subversiva que se halla implícita en la actividad artística, impidiéndole desbordarse en la vida cotidiana y, por otro lado, recuperándola para operaciones de propaganda. La conciencia del carácter esencialmente revolucionario del arte, de la poesía y de su profunda tendencia a la auto-superación sobrevive de manera desmedrada y confusa en el surrealismo, en el letrismo, en el grupo COBRA (1948-1951) o en el Movimiento por una Bauhaus Imaginista. Todas estas experiencias se hallan en el origen de la Internacional Situacionista, que nace precisamente en julio de 1957 en Cosio d'Arroscia (Cuneo) de la fusión del Movimiento por una Bauhaus Imaginista, del Comité Psicogeográfico de Londres y de la Internacional Letrista (que, nacida en 1952 de la ruptura del ala radical del Letrismo con el fundador de este, Isidore Isou, se expresaba a través de la revista Potlatch).

Confluyen así de esta manera en la Internacional Situacionista la búsqueda experimental de Constant, de Pinot-Gallizio y de Jorn -que tiende hacia formas de realización cada vez más distantes y ajenas a la actividad artística tradicional-, la indagación psicogeográfica de A. Khatib, anticipada por las observaciones de Gilles Ivain (seudónimo de Ivan Chtcheglov), que opone al funcionalismo arquitectónico y urbanístico las perspectivas emergentes de la experiencia vivida del espacio urbano, así como la consideración crítico-teórica de la vanguardia dadaísta, surrealista y letrista de Guy Debord y Michèle Berstein, que rechaza el proceder ecléctico y oportunista imperante entonces en los ambientes del arte moderno en nombre del frente revolucionario cultural. Toda esta serie de matrices diferentes buscan su punto de encuentro en la construcción de un movimiento coherente, en la conciencia de los nuevos tiempos y en la superación del arte.

[Páginas iniciales de Los Situacionistas. Historia crítica de la última vanguardia del siglo XX, Acuarela & A. Machado, 2008. Traducción de Álvaro García-Ormaechea]

¿Qué fue de la autonomía obrera? - Miguel Amorós



La palabra “autonomía” ha estado relacionada con la causa de la emancipación del proletariado desde hace tiempo. En el Manifiesto Comunista Marx definía al movimiento obrero como “el movimiento autónomo de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría”. Más tarde, pero basándose en la experiencia de 1848, en “La Capacidad Política de la Clase Obrera” Proudhon afirmaba que para que una clase actuase de manera específica había de cumplir los tres requerimientos de la autonomía: que tuviera consciencia de si misma, que como consecuencia afirmase “su idea”, es decir, que conociese “la ley de su ser” y que supiese “expresarla por la palabra y explicarla por la razón”, y que de esa idea sacase conclusiones prácticas. Tanto Marx como Proudhon habían sido testigos de la influencia de la burguesía radical en los rangos obreros y trataban de que el proletariado se separase políticamente de ella. La autonomía obrera quedó definitivamente expresada en la fórmula de la Primera Internacional: “la emancipación de los trabajadores será obra de ellos mismos”.

En la etapa posterior a la insurrección de La Commune de Paris y dentro de la doble polémica entre legalistas y clandestinos, colectivistas y comunistas, que dividía al movimiento anarquista, la cuestión de la autonomía derivaba hacia el problema de la organización. En condiciones de retroceso revolucionario y de represión creciente, la publicación anarquista de Sevilla La Autonomía defendía en 1883 la independencia absoluta de las Federaciones locales y su organización secreta. Los comunistas libertarios elevaban la negación de la organizacion de masas a la categoria de principio. Los colectivistas catalanes escribían en la Revista Social que “los comunistas anárquicos no aceptan más que la organización de grupos y no tienen organizadas secciones de oficios, federaciones locales ni comarcales […]. La constitución de grupos aislados, tan completamente autónomos como sus individuos, que muchas veces no estando conformes con la opinión de la mayoría, se retiran de un grupo para constituir otro…” (n° 12. 1885, Sants). El concepto de la autonomía se desplazaba hacia la organización revolucionaria. En 1890 exisíia en Londres un grupo anarquista de exiliados alemanes cuyo órgano de expresion La Autonomia hacía efectivamente hincapié en la libertad individual y en la independencia de los grupos. Frente al reformismo de la política socialista y el aventurerismo de la propaganda por el hecho que caracterizó un periodo concreto del anarquismo, volvió a plantearse la cuestión de la autonomía obrera, es decir, del movimiento independiente de los trabajadores. Así surgió el sindicalismo revolucionario, teoria que propugnaba la autoorganización obrera a través de los sindicatos, libres de cualquier tutela ideológica o política. Mediante la táctica de la huelga general, los sindicatos revolucicnarios aspiraban a ser órganos insurreccionales y de emancipación social. Por otro lado, las revoluciones rusa y alemana levantaron un sistema de autogobierno obrero, los consejos de obreros y soldados. Tanto los sindicatos como los consejos eran organismos unitarios de clase, solo que los primeros eran más apropiados para la defensa y los segundos para el ataque, aunque unos y otros desempeñaron ambas funciones. Los dos conocieron sus limites históricos y ambos sucumbieron a la burocratización y a la recuperación. También la cuestión de la autonomia alcanzó los modos de expropiación en el periodo revolucionario. En 1920 el marxista consejista Karl Korsch designaba la “autonomía industrial” como una forma superior de socialización que vendría a coincidir con la “colectivización” anarcosindicalista y con lo que en los años sesenta se llamo autogestión.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Informe sobre la construcción de situaciones y sobre las condiciones de la organización y la acción de la tendencia situacionista internacional - Guy Debord (1957)



 

Traducción de Nelo Vilar publicada en el # 4 de Fuera de Banda: Situacionistas: ni arte, ni política, ni urbanismo, bajo el título "Revolución y contra-revolución en la cultura moderna"; texto extraido de Sur le passage de quelques personnes à travers une assez courte unité de temps, Centre Georges Pompidou, París, 1989.
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Pensamos que hay que cambiar el mundo. Queremos el cambio más liberador posible de la sociedad y de la vida en la que nos hallamos. Sabemos que este cambio es posible mediante las acciones apropiadas.

El tema que nos ocupa es precisamente el uso de ciertos medios de acción y el descubrimiento de nuevos -que se pueden identificar fácilmente en el dominio de la cultura y de las costumbres, aplicados en la perspectiva de una interacción de todos los cambios revolucionarios.

Lo que llamamos cultura, manifiesta, pero también prefigura en una sociedad dada, las posibilidades de organización de la vida. Nuestra época se caracteriza fundamentalmente por el retraso de la acción política revolucionaria respecto del desarrollo de las posibilidades modernas de producción, que exigen una organización superior del mundo.

Vivimos una crisis esencial de la historia, en la cual cada año se ve más claramente el problema de la dominación racional de las nuevas fuerzas productivas y la formación de una civilización a escala mundial. Sin embargo, la acción del movimiento obrero internacional, de la que depende la caída previa de la infraestructura económica de explotación, no ha conseguido más que pequeños éxitos locales. El capitalismo inventa nuevas formas de lucha -dirigismo del mercado, aumento del sector de la distribución, gobiernos fascistas-; se apoya en la degeneración de las direcciones obreras; maquilla, con la ayuda de diversas tácticas reformistas, las oposiciones de clase. De esta manera ha mantenido las antiguas relaciones sociales en la mayor parte de los países industrializados, para privar a la sociedad socialista de su base material indispensable. En cambio, los países subdesarrollados o colonizados, comprometidos desde hace una decena de años en un combate más sumario contra el imperialismo, han obtenido éxitos importantes. Sus éxitos agravan las contradicciones de la economía capitalista y, principalmente en el caso de la revolución china, favorecen una renovación del conjunto del movimiento revolucionario. Esta renovación no puede limitarse a reformas en los países capitalistas o anticapitalistas; al contrario: provocará conflictos en todas partes, replanteando la cuestión del poder.

El estallido de la cultura moderna es el producto, en el plano de la lucha ideológica, del paroxismo caótico de estos antagonismos. Los nuevos deseos que se definen se encuentran formulados en el aire: los recursos de la época permiten su realización, pero la estructura económica retardadora es incapaz de valorar estos recursos. Al mismo tiempo, la ideología de la clase dominante ha perdido toda coherencia: por la depreciación de sus sucesivas concepciones del mundo, lo que la inclina al indeterminismo histórico; por la coexistencia de pensamientos reaccionarios escalonados cronológicamente y en principio enemigos, como el cristianismo y la social-democracia; por la mezcla de las aportaciones de varias civilizaciones extranjeras en el Occidente contemporáneo, de las que se reconocen pocos valores. El objetivo principal de la ideología de la clase dominante es, pues, la confusión.

En la cultura -al emplear la palabra cultura dejamos de lado constantemente los aspectos científicos o pedagógicos de la cultura, incluso si la confusión se hace sentir a nivel de las grandes teorías científicas o de los conceptos generales de la enseñanza; designamos un complejo de la estética, de los sentimientos y de las costumbres: la reacción de una época sobre la vida cotidiana-, los procedimientos contra-revolucionarios que causan la confusión son, paralelamente, la anexión parcial de los nuevos valores y una producción deliberadamente anti-cultural apoyada en los medios de la gran industria (novela, cine), consecuencia natural del embrutecimiento de la juventud en las escuelas y en la familia. La ideología dominante organiza la banalización de los hallazgos subversivos y las difunde ampliamente una vez esterilizadas. Incluso consigue servirse de los individuos subversivos: muertos por el falseamiento de su obra y vivos gracias a la confusión ideológica general, drogados con una de las místicas con las que comercia.

La cólera del suburbio - Miguel Amorós (2005)

 

Al despuntar la década de los ochenta, cuando tuvieron lugar las revueltas urbanas de Brixton (Londres), Toxteh (Liverpool) y Les Minguettes (Marsella), se apoderó de los medios radicales la sensación de estar viviendo un postrer relanzamiento de la ofensiva proletaria contra la sociedad de clases, en pleno proceso de transición hacia formas más perfeccionadas de explotación y adiestramiento. Los obreros polacos socavaban con eficacia el dominio burocrático y acababan de darse en el viejo continente luchas que apuntaban directo a la raíz del problema como el movimiento asambleario español, la autonomía obrera en Italia, las manifestaciones incendiarias del norte de Francia o los enfrentamientos entre la policía y los mineros ingleses.

En cinco o seis años el Estado había dado pruebas irrefutables tanto de su incompetencia, al no controlar el funcionamiento del sistema capitalista, como de su impotencia, al no poder garantizar el orden en las fábricas y en los suburbios. La acción directa hacía progresos. La liquidación de importantes sectores industriales caducos y el confinamiento de los parados en guetos periféricos amenazaba con provocar una crisis mayor que la que trataba de paliar. El proletariado salía de su pasividad suicida y no se resignaba a conducirse como el ganado camino del matadero. Reinaba tal rencor en sus filas que la menor chispa provocaba estallidos de violencia, por desgracia, locales y aislados. Los radicales apostaban por que una extensión suficiente de la cólera obrera bloquease los mecanismos de la represión y permitiese la comunicación directa entre los parias de la tierra, sin dirigentes de por medio. “Cuando los obreros hablan, el Estado se disuelve”. Las revueltas del suburbio venían a confirmar esa transformación del desespero cotidiano en furor de vivir. Los habitantes de los extrarradios (la clase obrera empobrecida) no aceptaban el destino al que les condenaba la explotación capitalista y rechazaban violentamente tanto el trabajo como la mala vida que suponía. La violencia colectiva de los suburbios mostraba al conjunto de proletarios el camino para salir de la dinámica de producción-consumo. No podían conformarse con suplicar un derecho al trabajo y a la vivienda presentando como deseable lo que para muchos ya era insoportable, pero para satisfacer la voluntad de vivir plenamente tenían que enfrentarse al sistema de frente, procediendo con método. La gasolina y los palos tenían que hacer sitio a la discusión crítica, al rechazo de toda mediación, a la asociación antijerárquica. Sabemos en que paró todo aquello. Mediante una mezcla de represión, drogas y sindicalismo las victorias no se aprovecharon, muchas ocasiones se dejaron pasar, se dieron pasos en la mala dirección, hubo estancamiento, etc., y las consecuencias de tales errores y fracasos hoy las pagamos. Los que estuvieron en aquellos frentes de batalla volvieron más pobres en cuanto a experiencia comunicable. Se encontraron indefensos en medio de un paisaje que en pocos años se volvió irreconocible. El cierre de las industrias condenó a la precariedad a un gran número de trabajadores. De pronto se encontraron sin trabajo y sin recursos. Pero la nueva miseria fue mucho más que material: la vida se digitalizaba por momentos y la sumisión al menor de los imperativos económicos o tecnológicos era la norma. La pobreza de la experiencia, tanto privada como pública, era su principal resultado, el que definía un nuevo estado de barbarie. Yo he llamado a la sociedad donde reina ese estado sociedad de masas.