jueves, 29 de marzo de 2012

La Huelga Kit-Kat

 
Cuando en el siglo XIX se teoriza la conflictividad capital/trabajo, los sujetos en juego quedan definidos por su representación jurídica. Es entonces cuando la estabilidad y permanencia de rol, así como la producción constante de una misma mercancía sin fecha de fin de producción a la vista, hacen de la huelga un instrumento básico para limar las ganancias del capital obtenidas del trabajo como fuente hegemónica de creación de riqueza: la plusvalía que no se gana en un día, no se ganará ya nunca, porque era el tiempo la medición objetiva más adecuada para la organización de los trabajadores.
Hoy, sin embargo, la relación capital/trabajo está articulada en variantes jurídicas inaprensibles, así como en formas menos definidas al margen del empleo; del mismo modo, la producción tardocapitalista se caracteriza por la inconstancia de la mercancía concreta, que renueva sus formas con prestancia, atrayendo así a un ejército de creativos y trabajadores del intelecto que ensayan soluciones sobre nuevas posibilidades de negocio, más o menos mediatamente, en plantilla o como autónomos, pero individualizadamente en todo caso (en eso, de un modo u otro, estamos casi todos).
De este escenario desformalizado e individualizado, emerge una tesis insustancial perturbadora como ninguna (esperamos miles de comentarios y sesudos argumentos que la desmientan): un día de huelga oficializada es, sobre todo, un modo de introducir temporalidad, discontinuidad y flexibilidad en el tejido reproductivo capitalista. Lo que la empresa no produce formalmente un día, lo producirá al siguiente (ha sido pactada la vuelta al trabajo), lo actualizará sin coste añadido para el capital porque el logro del resultado y su plazo ha sido asumido individualmente por un trabajador y, además, en el caso de asalariados, dejará de abonarse una jornada de trabajo (las empresas fabriles, incluso, agradecen que la producción se detenga un día, ya que el destino de la mercancía no está garantizado y buena parte de su personal es demasiado fijo como para poder pararlo sin costes).
La huelga general es un baile tribal en el que los despistados vuelcan todos sus complejos porque no entienden que la producción capitalista ya no se mide en tiempo irrecuperable, sino en propuestas personales que, en último término, se ponen en valor en un intercambio azaroso sin referencia ninguna (una comparación constante de capital riesgo en la que cada jugador intenta colocarse en posición ventajosa).
A pesar de todo, y como no podemos imaginar nuevos modos de acción social, hacemos huelga y bailamos como tribu que invoca la lluvia; estirado el asunto hasta esas figuraciones de creación de riqueza desregularizada, topamos con posturas tan acomplejadas y místicas, casi religiosas, como las de aquel parado que renuncia a su día de prestación por desempleo para que así conste entre los huelguistas, o las de aquellos colectivos que deciden no hacer las tareas de casa o no escribir en facebook para no engordar los beneficios del capital... No está lejos el día en el que la huelga consista, simple y complejamente, en el suicidio. Suponemos que ese día los sindicalistas trabajarán.
(Prueba de validez de una huelga: comparar el nivel salarial y tipología de contrato de un piquete con el del trabajador al que intenta convencer de que haga huelga.)
PostData oxigenadora: Los efectos  económicos de una huelga general controlada son los expuestos. Cabe, si acaso, hablar sobre la pertinencia del símbolo, sobre la pertinencia de sentirnos tribu de vez en cuando, pero ese es un debate de psicología social...
 

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