Cuentos para una soledad desvelada.
Textos del Subcomandante insurgente Marcos
Hablando de grandes dioses, ya aparece el Viejo Antonio acompañado de los primeros, los que nacieron el mundo. Siempre fumando, caminando a veces y en veces platicando, el Viejo Antonio se sienta esta noche conmigo. Con él se sientan junto conmigo todos los hombres y mujeres de morena sangre en corazón digno. Para platicarnos la lucha y sus tiempos de esta noche diez años atrás. La noche en que, conmigo, el Viejo Antonio camina por entre el lodo, machete en mano. ¿Dije que camina conmigo el Viejo Antonio?
Mentí entonces, no conmigo camina, yo le voy detrás. No así empezamos a caminar esa noche. Primero nos perdimos. El viejo Antonio me invitó a correr venado y lo corrimos, sí, pero no lo alcanzamos. Cuando nos dimos cuenta ya estábamos en medio de la selva, en mitad de la lluvia, cercados por la noche.
— Nos perdimos — digo inútilmente.
— Sí pues — dice el Viejo Antonio que no parece muy preocupado porque ahí nomás hace casita con una mano al fuego con que la otra enciende su cigarrillo.
— Tenemos que encontrar el camino de regreso — me escucho decir y agrego — traigo la brújula — como si dijera "tengo móvil por si quieres un aventón".
— Sí pues — dice de nuevo el Viejo Antonio como dejándome la iniciativa y mostrándose dispuesto a seguirme.
Yo recojo el desafío y me declaro dispuesto a hacer gala de mis conocimientos guerrilleros de dos años en montaña. Me arrincono bajo un árbol. Saco el mapa, el altímetro y la brújula. Como hablando en voz alta, pero en realidad alardeando frente al Viejo Antonio, describo alturas sobre el nivel del mar, cotas topográficas, presión barométrica, grados y puntos visados y otros etcéteras de lo que los militares llamamos "navegación terrestre". El Viejo Antonio no habla, está a mi lado, sin moverse, supongo que me escucha porque no ha dejado de fumar. Después de un rato de alardes técnicos y científicos, me pongo de pie y con la brújula en la mano señalo hacia un rincón de la noche, diciendo con firmeza y echando a andar en esa dirección:
— Es por ahí.
Textos del Subcomandante insurgente Marcos
Hablando de grandes dioses, ya aparece el Viejo Antonio acompañado de los primeros, los que nacieron el mundo. Siempre fumando, caminando a veces y en veces platicando, el Viejo Antonio se sienta esta noche conmigo. Con él se sientan junto conmigo todos los hombres y mujeres de morena sangre en corazón digno. Para platicarnos la lucha y sus tiempos de esta noche diez años atrás. La noche en que, conmigo, el Viejo Antonio camina por entre el lodo, machete en mano. ¿Dije que camina conmigo el Viejo Antonio?
Mentí entonces, no conmigo camina, yo le voy detrás. No así empezamos a caminar esa noche. Primero nos perdimos. El viejo Antonio me invitó a correr venado y lo corrimos, sí, pero no lo alcanzamos. Cuando nos dimos cuenta ya estábamos en medio de la selva, en mitad de la lluvia, cercados por la noche.
— Nos perdimos — digo inútilmente.
— Sí pues — dice el Viejo Antonio que no parece muy preocupado porque ahí nomás hace casita con una mano al fuego con que la otra enciende su cigarrillo.
— Tenemos que encontrar el camino de regreso — me escucho decir y agrego — traigo la brújula — como si dijera "tengo móvil por si quieres un aventón".
— Sí pues — dice de nuevo el Viejo Antonio como dejándome la iniciativa y mostrándose dispuesto a seguirme.
Yo recojo el desafío y me declaro dispuesto a hacer gala de mis conocimientos guerrilleros de dos años en montaña. Me arrincono bajo un árbol. Saco el mapa, el altímetro y la brújula. Como hablando en voz alta, pero en realidad alardeando frente al Viejo Antonio, describo alturas sobre el nivel del mar, cotas topográficas, presión barométrica, grados y puntos visados y otros etcéteras de lo que los militares llamamos "navegación terrestre". El Viejo Antonio no habla, está a mi lado, sin moverse, supongo que me escucha porque no ha dejado de fumar. Después de un rato de alardes técnicos y científicos, me pongo de pie y con la brújula en la mano señalo hacia un rincón de la noche, diciendo con firmeza y echando a andar en esa dirección:
— Es por ahí.
Yo espero que el Viejo Antonio repita su "si pues", pero el Viejo Antonio no dice nada. Recoge su rifle, su morraleta y su machete y se echa a caminar detrás mío. Caminamos un buen rato sin llegar a ningún lado conocido. Yo me sentía avergonzado por el fracaso de mi técnica moderna y no quería ni voltear hacia atrás, donde el Viejo Antonio me seguía sin decir palabra alguna. Al tiempo llegamos frente a un cerro de pura piedra que, como pared lisa, se oponía a nuestro paso. Los últimos vestigios de orgullo que me quedaban se hicieron añicos cuando dije en voz alta:
— ¿Y ahora? Hasta entonces habló el Viejo Antonio. Primero carraspeó un poco y escupió algunas briznas de tabaco, luego escuché detrás mío.
— Cuando no sepas qué es lo que sigue, ayuda mucho el mirar para atrás.
Yo lo tomé al pie de la letra y me volteé, no para ver la dirección de la que veníamos, sino para mirar con una mezcla de vergüenza, súplica y angustia al Viejo Antonio. El Viejo Antonio no dice nada, me mira y comprende. Desenfunda su machete y abriendo paso entre la maleza toma una nueva dirección.
— ¿Por ahí es? — pregunto inútilmente.
— Sí pues — dice el Viejo Antonio mientras corta bejucos y húmedos pedazos de noche. En unos minutos estamos de nuevo en el camino real y los relámpagos anuncian el perfil deslumbrado del pueblo del Viejo Antonio. Mojado y cansado llegué hasta la champa Viejo Antonio. La doña Juanita se puso a hacer café y nosotros nos acercamos al fogón. El Viejo Antonio se quitó la camisa mojada y la puso a secar a un lado de la lumbre. Después se fue a sentar en el suelo, en un rincón y me ofreció un banquito. Yo me resistí primero, en parte porque no quería alejarme del fuego y en parte porque me seguía la vergüenza del alarde inútil de mapa, brújula y altímetro. Como quiera me senté. Empezamos los dos a fumar. Yo rompí el silenció y le pregunté cómo había encontrado el camino de regreso.
— No lo encontré — me responde el Viejo Antonio — No estaba ahí. No lo encontré. Lo hice. Como de por sí se hace. Caminando pues. Tú te pensaste que el camino estaba en algún lado y que tus aparatos nos iban a decir hacia dónde había quedado el camino. No. Luego te pensaste que yo sabía dónde estaba el camino y me seguiste. Pero no. Yo no sabía dónde estaba el camino. Lo que hacer el camino juntos. Así que lo hicimos. Así llegamos a donde queríamos. Hicimos el camino. No ahí estaba.
— Pero, ¿por qué me dijiste que cuando uno no sabe que es lo que sigue hay que mirar para atrás? ¿No es para encontrar el camino de regreso? — pregunté.
— No pues — responde el Viejo Antonio — No es para encontrar el camino. Es para ver dónde te quedaste antes y qué es lo que pasó y qué querías.
— ¿Cómo? — pregunto ya sin pena.
— Sí pues. Volteando para mirar atrás te das cuenta dónde te quedaste. Así puedes ver el camino que no te hiciste bien. Si miras bien para atrás te das cuenta que lo que querías es regresar y lo que pasó es que tú respondiste que había que encontrar el camino de regreso. Y ahí está el problema. Te pusiste a buscar un camino que no existe. Había que hacerlo — El Viejo Antonio sonreía satisfecho.
— Pero, ¿por qué dices que hicimos el camino? Lo hiciste tú, yo nomás caminé detrás tuyo — le dije un poco incómodo.
— No pues — sigue sonriendo el Viejo Antonio — No lo hice yo solo. Tú también lo hiciste porque un tramo lo caminaste tú adelante.
— ¡Ah! Pero ese camino no sirvió — lo interrumpo.
— Sí pues. Sirvió porque así supimos que no sirvió y entonces no lo volvemos a caminar o sea a hacer, porque nos llevó a donde no queremos y entonces podemos hacernos otro para que nos lleve — dice el Viejo Antonio. Yo lo quedo viendo un rato y le aventuro:
— Entonces, ¿tú tampoco sabías si el camino que estabas haciendo nos iba a traer hasta acá?
—No pues. Sólo caminando se llega. Trabajando pues, luchando. Es lo mismo. Así se dijeron los grandes dioses, los que nacieron el mundo, los primeros. — El Viejo Antonio se pone de pie.
Cuentos para una soledad desvelada.
Textos del Subcomandante insurgente Marcos. Editorial Ekosol.
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